El Teatro de la Zarzuela ha homenajeado durante tres días de febrero lo que fue la epopeya de la primera vuelta al mundo de Magallanes con la obra Patagonia.
Patagonia es una ópera en dos actos y el sugestivo nombre que evoca tierras maravillosas, vírgenes y lejanas, solo sujetas al dominio de la imaginación y el frío.
Disfruté mucho Patagonia, que me deleitó sobremanera al mirarla con ojos cándidos, que ojalá Dios me los conserve porque creo que es como hay que mirar el arte, luego vería que allí estaban politizados hasta los aplausos.
Efectivamente, y como se vio en el coloquio posterior, el auditorio estaba muy dividido entre detractores y defensores de estos relatos crudos sobre el descubrimiento, la conquista, el choque o el encuentro de culturas, la crueldad de los forasteros en contraste con la belleza y el dolor de lo conquistado, y quedó nítido que si se les dejaba, podían llegar a las manos. Algo para no creer.
Como siempre, acabamos constatando que juzgar el pasado con ojos de hoy… Pero también que, por encima de todo, nos queremos, que por algo están ellos aquí y nosotros en todas partes (el icono de la risa vendría bien aquí).
Pero volvamos a la obra: Patagonia es una ópera breve en dos actos sobre la epopeya de Magallanes al dar por primera vez la vuelta al mundo. Lo que debió ser la navegación en aquellos cascarones frente a los hielos de Chile y Argentina, comidos por el hambre y los parásitos, los castigos severos a quienes se rebelaran… Lo poco que valían la vida y la muerte.
Pero me gustó Patagonia por su lenguaje fresco, primitivo, rescatado por milagro de entre «las muertas»; por su música que, si bien no se producía con los instrumentos genuinos, como pude saber después, sí era imitación de los mismos muy acertada y con su punto de exotismo; me gustó la historia de reconocimiento de la epopeya de Magallanes, la historia de amor, las voces en directo que hablan de deseo y de ausencia, y encontré un poco deslavazado el montaje al ser la escenografía inmersiva.
La disfruté en conjunto.
Patagonia fue ganadora del Premio Ópera XXI a la Mejor Producción Latinoamericana 2023 y obtuvo financiación de Iberescena para empezar, si bien la producción es de dos pequeños teatros de provincia: Teatro Biobío de Chile y Teatro del Lago.
Sebastián Errázuriz, compositor y director musical, lidera su propia creación. Marcelo Lombardero, destacado director chileno, se encarga de la dramaturgia y la dirección escénica. El Libreto es de Rodrigo Ossandón. La escenografía, de Noelia González Svoboba, es multimedia.
Solo han estado tres días pero quizás haya gira. Yo la vi el sábado 22 de febrero, día en que se produjo el coloquio apasionado al que aludo arriba, con todos (actores, director, autor, guionista) en el escenario, capitaneados por Isa May, directora del Teatro de la Zarzuela, a quien le tocó bregar con el público.
Segun dice su publicidad, esta obra se ha convertido en una de las más impactantes de la escena de Chile y lo es merced a la defensa que lleva a cabo de la comunidad Aonikkenk (tehuelche) que habitaba el sur de lo que hoy es Argentina y Chile cuya lengua, sin hablantes en la actualidad, han recuperado en sus expresiones más emocionantes.
Hay personajes como Juan de Cartagena, miembro de la tripulación española, y Golenkon, mujer tehuelche, que discuten sobre propiedad de la tierra, mostrando el abismo entre ambas visiones del mundo.
Todo ello arropado por la Orquesta de la Comunidad de Madrid