Portugal, país de navegantes, con una geografía que dibuja la cara de Europa, mirando al mar, tierras de viñedos, olivares, poetas y fados, nostálgico y siguiendo su propio sentir.
Ame Lisboa, su capital, cuando la conocí y a su gente, ahora quise conocer Oporto, puerto de orígenes remotos, recostado sobre el río Duero, de donde llego un vino que mi madre usaba en los postres.
La leyenda cuenta que llegaron a las costas de Oporto argonautas griegos, uno de ellos, nombrado Cale, asentó base en la orilla izquierda de esta desembocadura, pero las malas condiciones náuticas empujaron las naves a la costa derecha donde se encuentra hoy Porto.
Según una teoría, el nombre de Portugal proviene de Porto Cale, de este lugar puerto, ciudad puerta y refugio, entrada y cobijo.
Oporto, se fundó en 1123, y en 1139, cuando se constituyó el Reino de Portugal, aportó el primer rey independiente de Portugal, Alfonso Henríques. Hoy, su casco histórico es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
La ciudad tiene en el fondo dos caras, la antigua con sus monumentos históricos y la empresarial con un enorme cordón industrial, que alberga fábricas de cerámica, textil, calzado, muebles y metalurgia, con su centro en la producción vitivinícola del famoso vino del Duero.
No en vano confluyen, en esta región, los más importantes grupos económicos del país, Oporto es, además, rector periodístico, en cuanto es sede de Jornal de Noticias y de varias editoriales importantes.
Para caminar por la ciudad hay que tener buenas piernas porque hay que subir y bajar calles empedradas y escaleras, ejercicio que vale la pena para gozar sus monumentos y su ambiente bohemio.
En el andar llegamos a la iglesia do Carmo, de estilo barroco, construida en el siglo dieciocho por la Ordem Terceira do Carmo, orden que data del siglo doce, inspirada en el profeta Elías; es una orden estudiosa del texto bíblico y orientada a la contemplación y la clausura, reformada por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
El templo esta unido a la bella Igreja dos Carmelitas, y a la casa escondida, la más estrecha de Porto. Asombran los azulejos que representan momentos de la orden, las capillas y altares trabajados en oro del más puro barroco lusitano y la sacristía pintada, en excelente estado de conservación, un conjunto arquitectónico, histórico y religioso, de especial interés, visitado por notables y desde donde salen las famosas procesiones.
Enfrente se encuentra la Universidad de Oporto, la más grande del país en cuanto a estudiantes, con protocolo de cooperación con quinientas universidades extranjeras, fue fundada en 1911, pero sus orígenes se remontan al siglo dieciocho. María, es colombiana y estudia allí: «Los profesores son muy distantes y no gustan de discusiones, pero es muy interesante estudiar aquí, hay una gran población internacional y tiene muy buen nivel académico».
Seguimos la caminata orientada hacia la Torre de los Clérigos, monumento nacional desde 1910, faro de Oporto, se ve desde diversos puntos y es emblema de la ciudad. Su presencia se debe a una donación a la cofradía de unos terrenos en la cima de la colina donde se enterraban a los condenados. Está construida en granito, tiene más de seis pisos de altura, se sube por escalera para apreciar una de las vistas panorámicas más bellas de la ciudad. Fue durante mucho tiempo el edificio más alto de Portugal.
Sonaron las campanas cuando el artista italiano Nicolau Nasoni comenzó la construcción en 1754 y la termino en1763, sin embargo, nunca hizo la segunda torre prevista. El emblemático edificio está unido a la iglesia de estilo barroco y rococó. El conjunto es Monumento Nacional desde 1910 y es Patrimonio Nacional de la Unesco desde 1996. Llegamos a tiempo para asistir a un interesante espectáculo de luz y sonido que pone en relevancia la belleza arquitectónica y la creatividad tecnológica.
Gastronomía
La ruta gastronómica se impone, porque Portugal es famosa por su sabrosa gastronomía. Un condimentado bacalao para la cena, aunque se pueden elegir diversos pescados, que son protagónicos en la culinaria de la región: el pargo al horno, el dorado asado, el pez espada, el salmón, el pulpo con salsa verde y la cataplana de mariscos. Sin olvidar la sardina, ya que Portugal es un exportador considerable de esta conserva. Estas delicias de la comida típica portuguesa son rociadas con una buena copa de Oporto.
El señor Antonio Santos experto en vinos, nos atiende en una de las cavas del lugar y nos explica que el oporto es un vino fortificado de marca de la región, o sea denominación de origen protegida, hay una gran variedad y hoy se exporta al mundo entero.
Es un vino con historia, su elaboración data del siglo dieciséis y se produce en los viñedos de la región vitivinícola del Duero, en terrazas. Recibió la atención de los comerciantes ingleses que en el siglo diecisiete le dieron su toque con brandy, y proyectaron el vino a un mercado internacional.
El festín culinario continua con el famoso cocido a la portuguesa con puerco o las tripas ensopadas. El abanico de sabores no acaba cuando se trata de dulce. Vemos elaborar el pastel de nata y nos conquista cuando la crema se derrite en el paladar. En cualquier taberna o elegante restaurante, la atención es siempre amable, porque el portugués es cordial y buen anfitrión.
La noche cae sobre el río Duero y la ciudad se viste de luces, con músicos callejeros y un ambiente alegre y distendido. Las tiendas están abiertas y los restaurantes y bares se animan, en una galería de arte conversamos con el artista Domingo Leite de Castro quien me platica de la apertura artística actualmente, en Portugal. La ciudad es segura y da ánimo caminarla y gozarla.
Al día siguiente damos un paseo en los saltimbanquis cochecitos tuk-tuk, cruzamos el puente para llegar a la orilla derecha, Vila Nova de Gaia, donde se encuentran las grandes bodegas, allí se hacen degustaciones de vinos.
Subimos hasta la explanada del Monasterio da Serra do Pilar, desde allí se tiene una panorámica no sólo del casco antiguo sino de la región, se aprecian las barcazas gondoleras y los puentes, entre ellos; el puente das barcas, el primero en construirse, el María Pía, construido por la empresa de Gustave Eiffel y el puente do Infante Enrique el Navegante, nacido en Oporto.
Tentada por el fluir revoltoso del río Duero hicimos un paseo en barco hasta la desembocadura, recibiendo los vientos de Atlántico. «Los vientos son fuerte, muy fuerte por aquí», comenta uno de los marineros.
Al desembarcar en la Riviera subimos hasta el Palacio de la Bolsa, construido en el siglo diecinueve, con unas bellas escalinatas, la Sala del tribunal y la famosa Sala Árabe, influencia de la moda orientalista.
Al subir por la rampa se ven las murallas medievales y las torres de la Catedral, iglesia fortificada, iniciada en el siglo doce en estilo románico y continuada en el siglo treceI con sus naves, arbotantes, y su magnífico claustro, en estilo gótico. En la parte exterior se aprecian los bellos azulejos con escenas de la Virgen y temas grecorromanos.
Es un placer la vista de Oporto desde el gran atrio de la catedral. Un lugar que remonta a los tiempos donde las iglesias eran centro espiritual, fortín de defensa de la población, miradores de protección y lugar de reunión social y celebración religiosa.
Bajamos por las callecitas de la ciudad histórica, donde hay varias casas abandonadas, tal vez esos predios deberían ser restaurados ya que el área es el corazón turístico de Oporto, un mantenimiento más esmerado del patrimonio cultural ayudaría aun más al encanto de este bello puerto, único en la arquitectura revestida de azulejos cerámicos.
No podamos abandonar Portugal sin escuchar un espectáculo de fado, que es parte del alma lusitana. El Fado nació en el siglo diecinueve, en las tabernas, como espíritu de la urbe en crecimiento, Lisboa, acompañada de la guitarra portuguesa. Muy pronto, se expandió por todo Portugal siendo emblema musical del país. El fado me recuerda al tango, también música orillera y urbana, nostálgica, que refleja el sentir popular.
Hay diversos lugares para escuchar el fado: las bodegas de vino, los restaurantes de la Riviera, nosotros preferimos una escondida taberna de la calle de la Galerías donde un trío joven llamado «Ar de fado» nos deleitó con fados clásicos y modernos. Joana Aguiar, la cantante, me cuenta que Jose Macedo es la guitarra clásica y la portuguesa la toca Gonzalo Cavalhido, todos estudiaron música y desean continuar y mantener la tradición musical de Portugal.
Oporto de mis amores, bien vale un viaje!