La mitología griega sigue tan vigente hoy como hace dos mil setecientos años, en tiempos de Homero, el creador de la épica griega, el autor de La Odisea.
Entre el poder y el amor, la maga Circe. Entre el amor y el deber, Ulises. De eso trata la ópera en tres actos que compuso a principios del siglo pasado Ruperto Chapí, con libreto de Miguel Ramos Carrión, con varios objetivos visibles. Su crecimiento como compositor y contribuir a poner a España a la altura lírica de Francia e Italia.
Doble estreno, ópera y teatro en 1902, en el recién creado Gran Teatro Lírico en la calle del Marqués de la Ensenada y así dar un paso por encima del rifirrafe con el Teatro Real, que solo producía por entonces ópera extranjera. El Gran Teatro Lírico, joya arquitectónica diseñada por José Grases Riera, se proponía como la casa de la lírica española. Además, el doble estreno coincidía con la inauguración del reinado de Alfonso XIII.
Circe se estrenó el 7 de mayo de 1902. Se representaron veintidós funciones. Más allá de la ópera, el estreno fue un manifiesto ideológico y sonoro, y el nuevo teatro un recinto para una causa. Pero tres años después, su nombre se redujo a Gran Teatro. En 1920 desapareció, destruido por un incendio. En el solar se construyó un macro edificio, el hoy Consejo General del Poder Judicial.
En 1912 Circe se representó en el Teatro Colón de Buenos Aires. Y nunca más hasta el viernes 9 y domingo 11 de septiembre de 2021. Es la historia de la cultura española. Tiene que ser apreciada fuera para ser apreciada aquí. Esta es una desdichada recurrencia histórica.
Fue un privilegio estar presente en esta nueva producción de Circe que abría la temporada del teatro de la Zarzuela, con la intención de volver a poner en valor lo español. Ojalá no se quede en esas dos representaciones en Madrid. Teatros líricos en España hay, y no digamos fuera de España. Se está echando ya de menos una coproducción del teatro de la Zarzuela con algún otro teatro foráneo, en versión dramatizada, más cara, por supuesto. Pero eso no debería ser un problema.
Circe era el tercer proyecto operístico de Chapí y el más ambicioso musical y orquestalmente, anclado en el intento de internacionalizar la lírica española. Mucho se ha hablado de las intenciones wagnerianas, debussianas y alguna otra por parte de Chapí. Mejor no hacer comparaciones.
La música de Circe es muy poderosa; podría intuirse la intención wagneriana en el acto primero, en la Circe hechicera, que con sus poderes convierte a los hombres en fieras o cerdos. Y cuando pierde sus poderes y se enamora de Ulises, cambia por completo de registro.
Ahí hay quien ve influencias de Péleas et Melisande de Debussy. Puede ser. La historia de la música está llena de influencias, es inevitable. Digamos que la música de Chapí es poderosa y bellamente descriptiva de cada situación y sus transiciones. Wagneriana o simplemente homérica en el primer acto y romántica en los actos segundo y principio del tercero hasta el despertar de Ulises hacia el deber de regresar a Ítaca. Ahí la música describe la lucha desgarrada entre el amor y lo que se espera del héroe de Troya.
Sobre el libreto de Ramos Carrión se ha dicho que por sugerencia de Chapí, estuvo basado en textos calderonianos, «porque significaba beber en la fuente genuina del teatro lírico español del siglo de oro». Algo que desmintió el propio libretista, quién en una entrevista afirmó haberse basado en la sencillez de «La Odisea». El texto de Ramos Carrión es equilibrado, directo, fundamentalmente pensado para generar situaciones musicales.
No obstante, algo parece haber cambiado en los ciento veinte años de existencia de esta ópera, que hubiera justificado una revisión de los textos. Las revisiones, tanto musicales como de libretos, es algo habitual en la historia de la música, incluso por los propios autores. Y así, entre las cosas extrañas en el libreto, destaca oír en boca de Ulises ‘ir a echarse una siesta’. No cuadra esa frase ni en la épica calderoniana ni mucho menos en la griega. La obra ganaría si esa frase desapareciese.
Tanto la épica musical, como la textual, en este nuevo estreno en Madrid, han sido puestas en valor notablemente por los cantantes, orquesta y un coro discreto. La maga Circe, en escena de principio a fin, está maravillosamente cantada por la soprano Saioa Hernández, reconocida mundialmente. Supera la enorme variedad de difíciles registros vocales del personaje con matrícula de honor. El de Circe es un papel para hacer historia, aunque se echan de menos dúos y arias y sobran monólogos y reflexiones.
Ulises es la voz tenor de Alejandro Roy, que cuenta con un extenso repertorio operístico y reconocimiento internacional. En ambos casos se echa de menos la puesta en escena teatral, tan necesaria para colocar sus voces en su contexto mitológico, que tanto estímulo hubiera generado en los artistas para realzar tanto su canto como su valor actoral.
Excelente actuación de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, titular del Teatro de la Zarzuela, dirigida por Guillermo García Calvo. La actuación del coro titular de la Zarzuela, discreta. Los roles menores del guerrero Arsidas, y la sombra de Aquiles y voz de Juno, bien cantados por Rubén Amoretti y Marina Pinchuk respectivamente. Pero aquí los personajes de Circe y Ulises son tan arrolladores, sobre todo el de Circe, que casi hacen desaparecer todo lo demás.
Se echó de menos todo el tiempo la versión teatral, con la isla Eea, el palacio de Circe, el mar y el barco de Ulises en escena. El coro que son las voces de los transformados en animales por Circe y que luego recuperan su figura, una importante contextualización de lo que se narra.
Queda por saber si hay intención de coproducir Circe con otro teatro en versión dramatizada. Sería la forma de internacionalizar la épica lírica española. Ya es siglo de hacerlo.