El Consejo de Ministros ha aprobado este 10 de diciembre 2024, a propuesta del ministro de Cultura, Ernest Urtasun, la ejecución de las obras de emergencia en el Real Monasterio de El Paular en Rascafría (Madrid).

La actuación, dotada con una inversión de 3.763.295 euros, y con un plazo de ejecución previsto de veinte meses, está destinada a resolver los problemas de estanqueidad existentes en las cubiertas de las dependencias principales y los problemas estructurales en las estancias ubicadas al sur del Claustro Mayor del conjunto monacal, que se han visto agravados por las lluvias torrenciales de las últimas semanas.

Entre los distintos trabajos que se llevarán a cabo se identificarán e impermeabilizarán los lugares problemáticos para paliar la humedad por infiltración en las cubiertas. Además, se planteará una posterior restauración de las pinturas murales dañadas, así como de los deterioros en paramentos y bóvedas.

También se intervendrá para paliar la humedad en la base de los muros, favoreciendo la evaporación de agua del terreno y evitando la entrada de agua a las celdas cartujas. Por último, se consolidarán los elementos constructivos afectados en la panda meridional, y recuperarán las celdas y la galería de acceso.

El Paular: una de las cartujas europeas más poderosas

El Real Monasterio de Santa María de El Paular fue declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en 1876. Está adscrito al Ministerio de Cultura y cedido el uso de determinadas áreas a la Orden Benedictina, comunidad que reside allí desde 1954.

La Cartuja de El Paular inició su construcción en 1390, en una época algo posterior a las primeras Cartujas europeas, en unos terrenos que utilizaban los reyes de Trastámara como cazadero real y en donde existía un pequeño pabellón de caza y una ermita.

Durante sus primeros cuatro siglos y medio de existencia, El Paular se convirtió en una de las cartujas más poderosas del continente europeo.

Con la guerra de la independencia a principios del siglo diecinueve y más tarde la desamortización de 1836, la vida religiosa se interrumpió, para retornar un siglo después, a mediados del siglo veinte, siendo los monjes benedictinos, de la Congregación Sublacense, quienes habitan parte del monasterio desde entonces.

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