Pantallas, tabletas, ordenadores, televisiones, la vida confinados nos ha hecho creer en un ocio que actualmente es inabordable. Los menores adictos a las tecnologías no saben vivir sin ellas, porque ahí encuentran todo cuanto una persona puede aspirar a tener; desde películas hasta juegos o libros; un sinfín de opciones cada vez más atractiva.
Creíamos que el problema de la adolescencia en un momento de ese recién comenzado siglo veintiuno eran los ordenadores, pero no. Las apps pasaron junto a las redes sociales a formar parte de su ocio y lentamente, se adentraron en su manera de asir la vida. Esto, si no fuera porque ha ido en aumento, no sería nada incorrecto; lo difícil de maneja son los tiempos y nuestra relación con las nuevas tecnologías, que ya no son nuevas.
Si a esto le sumamos a que dentro del núcleo familiar, tanto padres como hijos se relacionan con otros pero no entre sí, vemos cómo durante el confinamiento hemos salido de nuestro aislamiento personal conectando con los otros; esos a los que echamos de menos y con quienes nos hubiéramos relacionado si nos lo hubieran permitido. El acceso a Internet y a las nuevas tecnologías por los nativos digitales, no ha hecho sino incrementar y reconstruir su forma de vida y sobre todo, la manera en la que se relacionan con los demás.
El uso de las TIC ha generado una fuerte adicción que pasa por la compulsión y la ansiedad a la hora de no ver satisfechos los impulsos que nos satisfacen al estar conectados. La gran influencia en la vida familiar, ha hecho, que de forma consciente o inconsciente, tengamos un nuevo paradigma que nos ha modificado lentamente y en ese contexto, tratamos a nuestros iguales.
Ese mundo lleno de estímulos, de novedad, de todo lo que tiene que ver con el exterior no nos permite disponer de los tiempos necesarios para ahondar en las cosas que a todas luces, son más importantes. En cuanto al uso de las tabletas u ordenadores para poder estudiar, el manejo de los tiempos de nuevo genera ansiedad porque se pasa de ese escenario al del ocio, en el mismo lugar y con la misma cadencia; del wasap a Insta, de Insta al ordenador; de una serie a una peli, y así se va escribiendo la historia. Tomar fotos, hacer vídeos, grabar, sincronizar contenidos, ver películas, videojuegos, redes sociales, lectura, música, etc. etc, hace que las personas tengan su universo en donde no caben muchas personas, acaso ninguna a veces.
¿Cómo se califican las nuevas tecnologías?
No todo es negativo; apelando a sus bondades, abordando, en general, sus potencialidades y no directamente sus efectos positivos científicamente demostrados, (ya que existen pocos estudios de rigor que ofrezcan datos significativos) lo verdaderamente cierto es que aparece la adicción a esta forma de vida de una manera silente. En concreto, un estudio titulado Digital Game-based Learning for Early Childhood (Peirce, 2013) realizado en Irlanda, concluye que, aunque ha aumentado el uso de juegos educativos informatizados, gracias a la proliferación de las tablets, existen uno beneficios constatados para el desarrollo infantil en edades tempranas de tres a seis años, son más bien escasos o anecdóticos, posiblemente por su escasa base pedagógica.
Cierto es que las nuevas tecnologías promueven el estímulo de la memoria, las habilidades motoras coordinadas y cierta destreza para las matemáticas, entre otras cuestiones. De todas formas, es importante que los padres vigilen el acceso a la información y que los menores de dos años no dispongan de estos dispositivos.
Entre varias cuestiones, la creatividad, la imaginación y las capacidades cognitivas de los niños se ven mermadas cuando todo lo que ven está hecho. De ahí que la función parental sea tan importante a la hora de regular su uso.
¿Qué factores influyen?
Entre los factores que predisponen a su uso existen los que ya permite que ese menor se convierta en adicto. Desde haberse criado en un ambiente poco propicio para un desarrollo estable en donde existe poca o nula comunicación, hasta personas con escasas habilidades sociales, bien porque son hijos únicos o bien porque desconocen qué significa estar en grupo.
El refugio de las nuevas tecnologías les permite crecer y que su autoestima, que es muy baja, se vea reforzada; una idea que pasa a ser irreal, cuando se pasa la barrera del control y se convierte en adicción.
¿Cuándo somos adictos?
Según la Asociación Americana de Psiquiatría, los niños pueden padecer los mismo síntomas que producen otro tipo de adicciones e incluso, pueden llegar a sufrir por ello. Si el interés pasa a ser una dependencia sin la que no podemos vivir y el menor cree que el centro de todo cuanto hace es el móvil, una red social o lo que consigue a través de ella, podríamos hablar de adicción.
En estos tiempos de confinamiento se ha abierto la mano porque el día era largo y la convivencia muy compleja. En ese afán de mantener cierta estabilidad a lo largo del día, los menores han visto cómo sus propios progenitores han pasado a ser adictos a sus propias redes porque también tenían que huir de su ocaso.
Mentir, estar todo el día irascible, cambiar de hábitos o aislarse es el primer síntoma de alarma y aunque no podemos clasificarlo en el manual de diagnóstico de trastornos mentales (DSM-IV), así podemos ver cómo es un trastorno adictivo que ex profeso altera nuestra conducta, o la suya.
Ahora viene la pregunta, ¿es usted adulto y está usted enganchado? Si es así tendría que valorar algo más y pedir ayuda porque difícilmente puede apartar a su hijo de la misma adicción que usted tiene.
¿Cómo empieza la adicción?
Cuando existe un refuerzo inmediato, una gratificación instantánea, las personas tendemos a querer a eso que nos hace sentir bien. Eso, puede ser un móvil, un cigarrillo o una droga. Las estructuras impredecibles y variables del placer nos llevan a abusar en cierta forma de aquello que nos mantiene activos, de eso que nos produce una inmensa sensación llena de estímulos y de recompensas.
Nuestra área del cerebro activa los neurotransmisores (tales como la dopamina) y los receptores nos invitan a generar más estímulos para sostener ese placer que acabamos por buscar. Cuando ese control ya no es nuestro, entonces, hablamos de adicción en el estricto sentido de la palabra.
¿Qué podemos hacer entonces?
Desde fomentar la creatividad, pasando por reflexionar y conceder tiempos reales a esa actividad, hasta pedir ayuda profesional si no somos capaces de controlar los impulsos, son cuestiones que podrían ayudarnos y ayudarles; porque no olvide, que usted puede ser tanto o más adicto que el menor.
Establecer horarios, tener actividades al aire libre, eliminar los hábitos de consultar cada determinado tiempo o generar otros rituales en casa, puede lentamente hacer que el menor progrese y que vea que el interés por esa recompensa se vea mermado a cambio de otra, quizá, más interesante y desconocida como puede ser una aficción.
Nunca hablamos de prohibir, pero siempre hablamos de enseñar a discernir y a autocontrol lo que nos proporciona la tecnología, que dicho sea de paso, es extraordinario. En cualquier caso, cuando pase el confinamiento veremos si la conducta del menor ha cambiado; si tiene más ansiedad o si la forma de relacionarse con sus iguales ya no es la que era. Dos meses son mucho tiempo para un adulto; no hablemos de gestionar impulsos si el adicto es un menor.