
Por diversas circunstancias, son pocos los testimonios de soldados combatientes de la guerra civil española que han dejado constancia escrita de sus experiencias en la contienda. En algunos casos han sido sus hijos o sus descendientes quienes han retomado los recuerdos de sus conversaciones con ellos para que no se perdieran en el olvido.
Hace algunas semanas hablábamos aquí del soldado Costante Otero, a quien le tocó luchar en el bando franquista porque en aquel momento vivía en un pueblo de Galicia, donde la sublevación de los nacionales no le permitió otra alternativa. Fue su hijo Fernando quien recopiló la memoria de sus conversaciones sobre la guerra en el libro «Soldado Costante. Un galego de Bueu na guerra civil» (Medulia).
Llega ahora a mis manos otro libro, «La saga de Joselín», en el que el hijo de otro soldado, éste de las filas republicanas, evoca la figura de su padre y sus vivencias durante la guerra y el exilio.
José de la Peña, Joselín, nació en Barcelona en 1938 durante uno de los bombardeos de la aviación franquista sobre la ciudad. Su padre los rescató a él y a su madre Julia, y cruzó la frontera con ellos y con Plácido, hermano de José, en un convoy que los trasladó a Francia para refugiarse allí como exiliados.
Descendiente de una familia muy pobre de campesinos castellanos de Valmojado, provincia de Toledo, en un ambiente de represión política y religiosa (el cura ordenó que su padre se llamara Crescencio, a pesar de que su abuelo Joaquín quería bautizarlo como José, nombre con el que lo llamó toda la vida) en unos años en los que a la dictadura de Primo de Rivera y a la monarquía de Alfonso XIII sucedió una Segunda República que llenó de esperanzas a gentes humildes como las de aquella familia.
José de la Peña va narrando a lo largo de este libro las circunstancias de su familia durante aquellos años republicanos que terminaron con la irrupción de una guerra civil que sorprendió a José (nosotros también respetamos el nombre) ejerciendo como guardia de asalto, donde llegó a ocupar el grado de teniente.
Recrea el triunfo del Frente Popular, los años de la República, el clima de violencia política en vísperas de la contienda y la crueldad de la guerra, incidiendo en los crímenes perpetrados por el bando franquista desde aquella orden del general Mola de «Eliminar sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros». Fue testigo de la matanza de Badajoz y consiguió llegar a Madrid para apoyar desde allí a la resistencia de las fuerzas republicanas.
Esos recuerdos de muertos, de heridos, de dramas humanos ocupan las mejores páginas de este relato. Batallas de Brunete, Belchite, Teruel, el Ebro… masacres humanas, muerte y destrucción.
Joselín también reflexiona sobre los errores del bando republicano durante la guerra, el golpe de Estado de anarquistas y del POUM contra la República, el error de Casares Quiroga, los crímenes del general anarquista Mera, la audacia de José Giral, los gobiernos de Largo Caballero y Negrín, los crímenes de Paracuellos del Jarama, la figura de Besteiro… y el definitivo golpe del general Casado.
Los recuerdos de la guerra se entremezclan con las evocaciones nostálgicas de la infancia, la llegada del primer aparato de radio al bar del pueblo, donde oían las canciones de Luis Mariano, la matanza del cerdo en la casa familiar, los recuerdos de la escuela y de los amigos.
Después de la guerra, José y su familia sufrieron la dureza de los campos de internamiento en Argelès-sur-mer y Vernet, donde los franceses instalaron a los exiliados en condiciones muy precarias, en infiernos vigilados por senegaleses. Desde allí fueron transportados en vagones de ganado a Reillane, hasta que en 1939 la familia se trasladó primero a Avord y más tarde se instaló sucesivamente en Germigny, Mazières y Saint-Amand, siempre dependiendo del destino de trabajo de José.
Cuando los nazis invadieron Francia, José se implicó en la lucha al lado de la Resistencia, a la que también se unió su hermano Plácido después de fugarse de una cárcel en la que cumplía condena por militar en el comunismo. Otra vez el infierno de la guerra, que José experimenta de nuevo. Durante los bombardeos de Bourges, llega a recoger en un carro restos humanos destrozados y dispersos.
Siempre en el pensamiento la idea del regreso a la patria y el derrocamiento de Franco, José llega a participar en una expedición de cuatro mil guerrilleros al Valle de Arán con Cristino García y Santiago Carrillo, derrotados por las tropas franquistas.
En Francia, la familia de exiliados va creciendo con nuevos vástagos que se integran en la sociedad del país de adopción mientras los mayores siempre mantienen la esperanza del regreso al tiempo que reciben las visitas esporádicas de familiares y amigos.
Aún durante el franquismo, José llega a viajar a Valmojado durante unas vacaciones vigiladas por la guardia civil. Su hijo Joselín también pisa el suelo de sus padres en una experiencia que le resultó negativa. En Valmojado las fincas que rodean el pueblo se han convertido en campos para las cacerías del general Franco y de su camarilla.
Mal vistos en España por su pasado republicano y su militancia comunista, tampoco en Francia su cualidad de «metecos» les facilitaba la vida. Militante del PCE, José también sufrió la represión de los gobiernos franceses contra los comunistas, una represión que le obligó a pasar a la clandestinidad.
Con la muerte de Franco y la restauración de las libertades, José y su familia dejan de ser exiliados y ya pueden visitar su país sin preocupaciones políticas. Deciden vivir la mitad de cada año en su patria, en la casa familiar de Valmojado, y la otra mitad en el país de acogida.
La última parte de estas memorias cubre los acontecimientos desde la muerte de Franco, la transición política y los más recientes hechos históricos de la política española. Es una mirada desde el punto de vista de un militante comunista que sufrió las carencias de la guerra y el exilio y que manifiesta una actitud crítica con el devenir de la democracia española.



