De vez en cuando, se manifiestan contra las mascarillas los conspiranoicos de la pandemia. Alzan la voz los terraplanistas y gritan quienes niegan el cambio climático. Y cuando lo hacen, parecen muchísimos. Quizá son demasiados, pero no son tantos como su griterío nos sugiere. La prueba es que si conversamos con ciudadanos de a pie, sin histeria, apartando bulos, pidiéndoles que recurran a su memoria personal, las modificaciones del clima son ya tan evidentes que quienes tienen más de cincuenta o sesenta años lo constatan con facilidad.

Sus sencillos testimonios locales son más fáciles de abarcar para la memoria -quizá mejor argumento incluso- que los estudios eruditos, siempre necesarios. Y ambos coinciden. Este periodista lo ha comprobado en el lugar en el que nació.

Carámbanos, medusas y cambio climático

Por Paco Audije -19/08/2020

En Cañamero (comarca de Las Villuercas, provincia de Cáceres, Extremadura), algunos inviernos eran tan crudos que las mujeres tenían que romper los carámbanos para poder lavar la ropa en el río. Ninguna casa tenía lavadora.

Se lavaba todo a mano. Durante el período de la matanza, también se iba al río o a los arroyos para otra limpieza: «En las matanzas las mujeres iban al arroyo de Valbellido a lavar el vientre [*de los cerdos sacrificados en casa por la matanza]. A veces, también tenían que romper el hielo para hacerlo», nos recuerda Máximo Ruiz Trinidad.

Un vecino del barrio de la Jarilla, Miguel Belmonte, señala algo similar: «Había gallinas en casi todas las casas de por aquí. Y algunas mañanas de invierno no podían beber por los carámbanos. Casi la primera tarea diaria de las mujeres era romper aquellos carámbanos para que las gallinas bebieran». Igualmente, los hombres rompían el hielo formado en los caños y bebederos helados para que bebieran sus bestias y el ganado. Esas mismas caballerías resbalaban con sus cargas a diario por los caminos helados. Más de una se rompió así una pata. Y Antonio Vega caminó sobre el hielo duro formado en las represas de los molinos de los Quirós y de la familia Cruz. «Ese fenómeno del río helado difícilmente ha podido darse en los últimos años», concluye Antonio.

Sobre este asunto, en Cañamero hay una memoria colectiva que no difiere demasiado entre unas personas y otras. En las noches de verano, ya no refresca igual, nos repiten. El calor parece aumentar cada año. Y apenas hiela en invierno. Constante Trinidad, empleado de la Confederación Hidrográfica, buen observador diario desde su puesto de trabajo en el embalse del Cancho del Fresno, lo confirma: «Ahora hiela mucho menos que antes. Y cae más lluvia en primavera que en otoño. Antes solía ser al revés».

Embalse del Cancho del Fresno con los picos de Las Villuercas al fondo

Constante empezó a estar fijo en el Cancho del Fresno en 1992. Su constatación es precisa: «En pleno invierno, en las inmediaciones del embalse se registraban temperaturas de -7ºC y hasta de -8ºC. Recientemente, en diciembre de 2019, la temperatura más baja ha sido de +4ºC. En enero de 2020, bajamos a un mínimo positivo de +2ºC. No hay heladas y son necesarias para muchos cultivos y frutales de la zonaQuizá por eso hay enfermedades nuevas de las especies vegetales, enfermedades que no benefician a los cultivos, ni a ningún tipo de plantas».

Veranos más alargados

Una comprobación personal sobre datos numéricos precisos registrados por Constante en el período que va del otoño de 1997 a la primavera de 2016 (casi veinte años) ratifica su impresión. Durante esos dos decenios, sólo una jornada la temperatura mínima se acercó a lo que sucedía cuando empezó a registrar temperaturas en el Cancho del Fresno. Únicamente el 28 de enero de 2005 bajó a -6ºC. Ha habido algunos meses de enero o febrero en los que hubo una o dos semanas con mínimas de 0 a -4ºC. Repasando los datos, se ve que es cada vez menos frecuente. Y cada vez hay más meses invernales con ausencia total de temperaturas mínimas negativas.

Datos meteorológicos, estadísticas y testimonios diversos confirman el alargamiento de los veranos. ©Paco Audije

Y septiembre tiende a ser más cálido. Alarga el verano. El día más caluroso en ese decenio meteorológico que acabamos de citar fue el 10 de agosto de 2012: el termómetro llegó a +42ºC. Aunque en Cañamero siguen siendo muy escasos los días veraniegos en los que se rozan los +38/+40ºC.

Como otros, Juan Cuenca (90 años) rememora la idea más generalizada entre los mayores: «Empezaba a llover y se tiraba un mes entero lloviendo. Al final de agosto, ya llovía. Durante la feria de Guadalupe, había trigo de una cuarta de alto en El Pinar, donde yo trabajaba». Juan también habla de nevadas tremendas. «Cada invierno caían dos o tres nevadas importantes. A mediados de los años 40, cuando yo tenía de 13 a 16 años, trabajaba de cabrero. Estuvo nevando tres días seguidos con sus tres noches, allá por la Quebrá y hacia Las Villuercas». En contraste con eso, Juan nos habla también de las sequías de 1940, 1941 y 1946. Otros cañameranos recuerdan asimismo períodos muy largos sin lluvia, ni nieve. Alguien nos sugiere que «en Cañamero hay hoy día como una prolongación del verano».

Los especialistas hablan de cambios relacionados con el clima en lo que se refiere a especies animales, vegetales y de todo tipo. Un ejemplo reciente: en el verano de 2019, muchos bañistas se sorprendieron en el embalse del Cancho del Fresno por la aparición repentina en sus aguas de formaciones de pequeñas mesusas. Años antes, al parecer, eran habituales en embalses más al sur, en los pantanos de Badajoz y Andalucía. En el emeritense de Proserpina, fueron vistas por vez primera en 2013.

El pasado y la lluvia

La especie reproducida en el Cancho del Fresno parece ser la medusa de agua dulce Craspedacsta sowebyi. Algunas publicaciones le atribuyen un origen asiático, pero otras fuentes confirman su existencia en Andalucía en la primera mitad del siglo XX. También en áreas más alejadas del planeta como África central. En Bélgica, fueron vistas por vez primera en 1941. En una consulta a registros de biodiversidad, aparece actualmente en todos los continentes (excepto en Australia y Oceanía).

En principio, se trata de pólipos de reproducción asexuada que pueden permanecer años en los fondos de las rocas susmergidas y de la vegetación subacuática. En invierno, son organismos en estado de latencia o reposo. Si los pólipos se reproducen después, lo hacen en primavera y verano en forma de esas mínimas medusas. Pero pueden no aparecer algunos años y no se ha informado de que esos hidrozoos provoquen picor o daño alguno.

En resumen, en la recogida de testimonios para redactar este artículo, la nostalgia de días de lluvia prolongada es quizá el asunto más señalado. Juani Peloche rememora cómo caía agua durante días y semanas: «Cuando era niña veía a mi padre muy agobiado porque por la lluvia no podía ir al campo a atender a sus animales y a los de la dehesa, donde trabajaba con otros». Caía tanta agua que de vez en cuando se escuchaba decir a varios que «su huerto se lo había llevado el río», nos dice Antonio Vega.

Río Ruecas, afluente del Guadiana, a su paso por Cañamero (Cáceres, Extremadura)

Esas riadas se saltaban los cercos y las paredes de los huertos, sobre todo de los más cercanos al río, de modo que arrastraban consigo la tierra fértil. «Desde Belén hasta el Batán, los huertos desaparecían literalmente», resume Antonio.

Mari Francis Otero recuerda cómo corrían los arroyos por todas partes, hasta llegar el verano. Las lluvias eran más frecuentes y abundantes. «La lluvia minuciosa./Cae o cayó./ La lluvia es una cosa/ que sin duda sucede en el pasado», dicen unos famosos versos de Jorge Luis Borges. Quizá sea así. De niña, Mari Francis vivió con su familia en la calle Alta. Tiene grabado cómo las mujeres lavaban a la puerta de sus casas porque el arroyo corría por allí mismo.

*Este artículo se publicó primero en la Revista de Cañamero (revista anual, número 3, del año 2020), que dirige Esteban Cortijo Parralejo.

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