Veinticinco años después de que llevara a cabo una labor de investigación en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares (Madrid), presento ahora mi libro, Memoria Histórica. Para que no se olvide.
Como periodista metido a investigador, pensé desde el primer momento que el público debía conocer, a través de documentos originales, los entresijos de un tiempo de entreguerras y posguerra, es decir, cómo era la vida en un país de vencedores y vencidos condenados a vivir juntos.
Para algunos será posiblemente un libro más sobre la memoria histórica, un tema tan en boga en la actualidad. Para el que suscribe, en cambio, pretende ser el reflejo, la foto en blanco y negro de una España que existió de verdad, pero que fue ocultada por el Régimen franquista.
No pretende este trabajo ser un ajuste de cuentas en absoluto, sino más bien un gran reportaje periodístico en el que a través de textos, documentos originales e imágenes, el lector pueda situarse en una época histórica que a muchos nos tocó vivir. Después que cada cual tome el rumbo que crea conveniente.
Estos son, entre otros, algunos de los temas que ven la luz en el texto.
El bando perdedor iba a perderlo todo, en muchos casos hasta la vida, junto a sus bienes y pertenencias, que aparecerán en los documentos oficiales con la denominación de «incautación» o «presa del enemigo». Por su parte, para el bando vencedor se trataba de la recompensa por el hecho de haber ganado una Cruzada y salvado a España del terror rojo, por lo que resultaba lógico hacerlo para, «resarcir las arcas del nuevo Estado», y «para que pagaran con sus bienes los males y prejuicios que habían causado al país por haber estado en contra del Glorioso Movimiento Nacional».
Los empresarios supieron estar siempre al sol que más calienta, y los tiempos de la Guerra Civil y posguerra no iban a ser una excepción, ya que olieron muy pronto quién iba a ganarla, cosa que para algunos resultó ser un gran negocio. Lo que nunca pudieron llegar a imaginar era que el nuevo Régimen franquista no se fiaba de ellos, como tampoco se fiaba de nadie.
Resulta difícil saber a ciencia cierta cuántos fueron los condenados a muerte por el nuevo Régimen, pero debieron ser centenares, miles, si nos atenemos a los documentos consultados. A modo de ejemplo, a través de documentos podemos saber hoy que a fecha 21 de abril de 1943 había en las diferentes cárceles españolas un total de 927 presos esperando en el conocido como Corredor de la Última Pena, pues así se denominaba el pasillo que hacía las veces de antesala o Corredor de la Muerte.
Tras la llamada «Cruzada salvadora», España se convertiría oficialmente en un país «católico, apostólico y romano», ya que la Iglesia Católica como tal había jugado su papel durante la contienda al lado del vencedor. Fue toda una toma de postura clara hacia el levantamiento la carta escrita en su día por el Episcopado español, que vino a ser una especie de salvoconducto eclesial, una bendición para los sublevados. Estas son textualmente las palabras del cardenal primado Isidro Gomá: «Toda criatura tiene derecho a entrar en guerra contra otra cuando esta última se pone en guerra contra Dios».
En el año 1940 se creará el llamado Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo, donde dicha masonería sería juzgada, condenada y declarada fuera de la ley, y por tanto expoliada, siguiendo sus bienes un curso similar al de las organizaciones que habían formado parte del Frente Popular. Muchos de sus miembros acabaron en la cárcel, habiendo entre ellos profesionales de toda índole y condición.
La nobleza ha formado parte a través del tiempo de la sociedad española, conformando de alguna manera el paisaje y paisanaje hispano. Durante estos años de entreguerras y posguerra dicha nobleza supo llevarse bien con el Régimen, entre otras cosas porque éste respetó sus prebendas, cosa que le vendría muy bien en el futuro del nuevo amanecer…
Los documentos demuestran claramente que los españoles estuvimos vigilados, observados, controlados, durante los cuarenta años del Régimen franquista, llegando hasta los años setenta. Se espiaba en la universidad, en el cooperativismo y en el nacionalismo, en las empresas. El Ojo del Gran Hermano no descansaba ni de noche ni de día.
Aunque ganaron las últimas elecciones democráticas celebradas durante la República, las organizaciones integrantes del Frente Popular perdieron la guerra, «delito» por el que habrían de pagar un alto precio, quedando proscritas de por vida. Las integrantes de dicho Frente Popular eran una serie de organizaciones que en 1935 habían llegado a un acuerdo para presentarse con tal denominación a las elecciones celebradas en febrero de 1936, triunfando frente a la CEDA de Gil Robles.
«La Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista es una entidad política de carácter nacional, creada por Decreto de 19 de abril de 1937. En esencia, es una organización intermedia entre la sociedad y el Estado, que se rige por los Estatutos aprobados por Decreto de 31 de julio de 1939». Así se definía oficialmente a FET-JONS, organización conocida popularmente como la Falange, una especie de estado dentro del Estado, el único partido político permitido.
El Régimen era consciente del poder de los medios de comunicación. En este sentido, los medios incautados a los vencidos se convertirían en uno de los trofeos más importantes, ya se tratasen de periódicos, radios, imprentas o maquinaria.
El Ministerio del Interior dictaría una Orden por la que se decretaba la intervención de todo el material de imprenta que apareciera en las «plazas liberadas», pasando a formar parte del patrimonio de la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda de FET-JONS, encontrándose la Falange con un inmenso patrimonio sobre el que montó la llamada Prensa del Movimiento.
Curiosamente, y aunque cueste creerlo, en los primeros años los periodistas de dicha prensa no eran considerados como tales periodistas, sino como «apóstoles del pensamiento de la fe de la nación recobrada a su destino». Así escribieron algunos la historia…
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