«¡¡¡Marcelooo, Marcelooo… come here!!!…» Este grito de la actriz sueca Anita Ekberg ataviada con un elegante vestido de noche de color negro, metida en la Fontana de Trevi con el agua hasta las rodillas, llamando a Marcello, que se deja seducir por sus encantos, es ya una de las escenas inmortales de la historia del cine.
Marcello no era otro que Marcello Mastroianni, quien en aquella película, «La dolce vita», Federico Fellini decidió que utilizase su nombre de pila.
El productor Dino di Laurentis pensó antes en Paul Newman para aquel papel pero Fellini y su esposa Giulietta Masina se empeñaron en que fuera Mastroianni el protagonista. Acertaron.
Marcello Mastroianni reconocía que las mujeres eran su debilidad. Se casó a los veinticuatro años con la actriz Floriana Clarabella, madre de su hija Barbara, pero se le reconocen romances con casi todas las partenaires de sus películas: Jeanne Moreau, Silvana Mangano, Anouk Aimée, Ursula Andress, Mónica Viti, Gina Lollobrigida, Faye Dunaway… también con Catherine Deneuve, madre de Chiara, su otra hija.
«Si por mí fuera, dijo en una entrevista, nunca rompería con nadie. Cargaría con todas el resto de mi vida».
En algún momento confesó que el verdadero amor de su vida fue Claudia Cardinale, quien no le hacía caso. Aunque nunca se divorció de Floriana, durante los últimos veinte años de esa vida su pareja fue Anna María Tató, una directora de cine.
La muerte de Mastroianni en 1996 en su casa de París fue de las más sentidas en el mundo del cine. Ese mismo año había trabajado a las órdenes del chileno Raúl Ruiz en «Tres vidas y una sola muerte», acompañando a su hija Chiara Mastroianni, y acababa de rodar «Viaje al principio del mundo» de Manoel de Oliveira, que fue su última película.
El día de su muerte cubrieron de luto la Fontana de Trevi. Catherine Deneuve y Anna María Tató celebraron distintos funerales en Roma y en París. En ninguno de los dos se respetó su voluntad de que participasen músicos ambulantes tocando temas de las películas. Su cuerpo fue trasladado de París a Roma para ser velado en el Capitolio y al entierro en el Cimiterio Monumentale Campo Verano acudieron más de quince mil personas.
Al año siguiente se estrenó un polémico documental sobre su vida, «Mi ricordo», que Catherine Deneuve y las hijas de Mastroianni intentaron impedir que se proyectase en Cannes, sin conseguirlo. Su directora era Anna María Tató, a quien el actor dejó en herencia sus derechos de imagen.
Ahora, tantos años después, tal vez para contrarrestar el impacto de aquel documental, Catherine y Chiara llamaron a Christophe Honoré para que hiciese «Marcello mío», una película homenaje que ambas protagonizan y que estos días se estrena en España.
Marcelo Mastroianni había nacido en Fontana Tini, una aldea de la región del Lacio, en los montes Apeninos, el 28 de septiembre de 1924, hace 100 años. Era hijo de una mecanógrafa y de un carpintero que se trasladaron a vivir a Roma cuando Marcelo era un adolescente.
El primer papel de Marcelo Mastroianni en el cine fue en una adaptación de «Los miserables» de Víctor Hugo. Después de debutar en el teatro, en la compañía que dirigía Luchino Visconti, con obras de Shakespeare, Chéjov y Arthur Miller, su talento no pasó inadvertido para los mejores directores italianos, que lo incluyeron en sus películas: Mario Monicelli («Rufufú»), Visconti («Noches blancas»), Antonioni («La noche»)… hasta llegar a «La dolce vita», que en 1960 impulsó su carrera internacional.
Fellini encontró en el físico y en el talante de Mastroianni la mejor representación del prototipo del italiano medio para las películas del neorrealismo que se pusieron de moda en los años de la posguerra mundial, aunque su versatilidad alcanzaba a bordar papeles de delincuente, aristócrata, adúltero, homosexual, obrero metalúrgico o viajante, que lo convirtieron en el actor italiano más popular desde Rodolfo Valentino.
Su colaboración con Fellini duró toda la vida, desde «La dolce vita» y «8 ½», hasta «Ginger y Fred» y «Entrevista» en los últimos años ochenta. Mastroianni y Sofía Loren entregaron a Fellini el Oscar honorífico que la Academia de Hollywood le concedió en 1992, un año antes de morir. A Mastroianni, que estuvo nominado tres veces, nunca se lo dieron.
Además de Fellini, Mastroianni rodó con los mejores directores italianos (Vittorio de Sica, Mario Monicelli, Mauro Bolognini, los hermanos Taviani) y también americanos y europeos (Jules Dassin, Polanski, Angelopoulos, Nikita Mijalkov, Robert Altman) películas que han dejado huellas importantes en la historia de cine.
A las órdenes de Ettore Scola protagonizó una de las mejores cintas del cine político italiano, «Una jornada particular», con Sofía Loren, tal vez la única partenaire con la que no llegó a tener un romance (?) a pesar de que rodó con ella catorce películas y que se entendían perfectamente, al menos en la pantalla (se les conocía como ‘coppia d’oro’, la pareja de oro).
En 1979 Fellini (no podía ser otro) dirigió a Mastroianni en «La città delle donne», película que puede leerse como una metáfora surrealista de la complicada relación del actor con las mujeres.