¡Qué lejos quedan aquellas palabras de Antonio Machado cuando decía acerca de esta maravillosa ciudad en noviembre de 1936!: «Madrid, Madrid, qué bien tu nombre suena, rompeolas de todas las Españas…».
Han pasado 85 años de aquellas palabras, hemos sufrido una dictadura de cuarenta años, recuperado una democracia, y hete aquí que el posfranquismo, que nunca se ha ido del todo, ha vuelto a enseñar la patita cuando estamos gobernados por un alcalde de la derecha del Partido Popular, el señor José Luis Martínez-Almeida.
Nadie pone en duda, por supuesto, el pleno sentir democrático de nuestro edil mayor, pero la cosa ha sucedido cuando ha sucedido, con la inestimable ayuda de una extrema derecha neofranquista que campa aquí y ahora por sus respetos, haciendo incluso gala de ellos, pero con cuyos votos hay que contar a la hora de la verdad, porque los números cantan y cuentan, ¿verdad, señor alcalde?…
Intentando descargar esta Villa y Corte de los restos del antiguo régimen dictatorial franquista, al tiempo que cumpliendo con la Ley de Memoria Histórica, la anterior alcaldesa, Manuela Carmena, modificó en el año 2017 la llamada Calle del General Millán-Astray, un militar franquista levantado en armas contra el gobierno de la República, pasando a denominarse Calle de la Maestra Justa Freire, una mujer que vivió como maestra para la enseñanza, colaborando con la República a través de las llamadas Misiones Pedagógicas, dedicadas a llevar la cultura a los lugares más desfavorecidos. Ya ve usted, señor burgomaestre, pecata minuta… Y además, roja peligrosa ella, al estar afiliada a la UGT durante la República.
Pero con el nuevo gobierno municipal el tema tomó otros derroteros, ya que la Fundación Francisco Franco denunció el cambio de denominación de la citada calle, denuncia a la que se unió la Plataforma Patriótica Millán-Astray, desembocando todo ello en una sentencia del Tribunal Superior de Justicia que hasta para el más lego en la materia le tiene que resultar llamativa, por lo que significó en su día este militar franquista. Dicha sentencia dice, entre otras cosas, «No encontrar suficientes motivos para vincular a Millán-Astray con la sublevación o la represión franquista». Así, como suena.
Pero, entonces, ¿qué era, señores letrados doctos en leyes, este militar levantado en armas contra un gobierno legítimo de la República que trajo consigo cuarenta años de dictadura? Por si les suena de algo, le diré que en el año 1936 pronunció en Salamanca una frase tan «filosófica» como esta: «¡Muera la inteligencia! Viva la muerte!». Ahí tienen ustedes su pensamiento. Menos mal que Unamuno supo darle la réplica a su debido tiempo.
Ítem más: en el libro La Guerra Civil I, con prólogo de Santos Juliá y comentarios de Juan Esteban Galán, leemos acerca del personaje en cuestión: «El pintoresco e histriónico coronel Millán Astray, manco, tuerto y es posible que ciclán por heridas sufridas en la guerra de Marruecos, está unido a Franco por una ferviente amistad que data de los tiempos de África, cuando Franco había sido su colaborador y subordinado en la organización del Tercio. En la Guerra Civil, Astray se incorpora a la camarilla de su antiguo colaborador como director de la oficina de propaganda…».
Pese a todo ello, y con todo lo que supuso una Guerra Civil llevada a cabo por un levantamiento militar, con las consecuencias de una larga dictadura, los doctos juristas del Tribunal Superior de Justicia no encuentran, al parecer, y según la sentencia, motivos para «vincular a Millán-Astray con la sublevación o la represión franquista». Ante tal conjetura, cabría preguntarse: ¿Entonces, a qué se dedicó este militar, venido de África e íntimo amigo de Franco, cuando se unió al levantamiento como un hombre más?
Lo cierto es que el tardofranquismo, aunque agazapado, sigue latente en este Madrid que si un día fue el «rompeolas de todas las Españas», a estas alturas se está convirtiendo en la «casa madre» de los nostálgicos de un régimen dictatorial que algunos creíamos pasado, pero que otros en cambio parecen añorar…