Aunque escondiéndose detrás de su papel de jefe del Estado en pleno conflicto bélico, Emmanuel Macron ha declarado finalmente su candidatura a la presidencia de Francia en una carta publicada masivamente por la dócil prensa regional en Francia y dirigida a ese pueblo francés que el mismo calificaba meses atrás de «analfabeto».
Hasta el ultimo instante, y a treinta y cinco días de la primera vuelta de la elección presidencial el candidato a su propia sucesión ha escamoteado el debate democrático en una campaña electoral que se ha desarrollado en los medios informativos sin su presencia como candidato oficial, aunque omnipresente en los medios informativos dominantes en tanto que jefe del Estado.
Un presidente que llega al final de su mandato y deberá ahora rendir cuentas de su desastroso balance político y económico. Doce candidatos han obtenido finalmente las firmas necesarias para postular a la elección presidencial. A la derecha del espectro político parlamentario Emmanuel Macron (LREM) y Valerie Precesse (LR); en el centro derecha Anne Hidalgo (PSF) y Yanick Jadot (EELV); en la Izquierda Jean Luc Melenchon (Union Popular); en la extrema derecha Marine Le Pen (RN) y Eric Zemour (Reconquista); en la extrema izquierda el anticapitalista Philippe Poutou (NPA) y Nathalie Arthaud (lutte ouvriere).
Según los sondeos de opinión oficiales los cuatro candidatos que se sitúan en cabeza con posibilidad de clasificarse en la primera vuelta son: Macron, Le Pen, Melenchon y Zemmour. Sondeos que a mi entender son exageradamente favorables al presidente-monarca Macron, ensalzado en los medios informativos dominantes, cuyos «editócratas» participan activamente en su campaña y en la tentativa de denigrar al único candidato de izquierdas, Jean Luc Melenchon, capaz de llegar a la segunda ronda. Tanto Jadot como Hidalgo no tienen ninguna posibilidad de clasificarse según esos mismos sondeos.
A esos candidatos principales se añaden otros tres candidatos muy minoritarios según los sondeos de opinión: Fabien Roussel (PCF), Jean Lasalle (derechas) y Nicolás Dupont Aignan (extrema derecha).
La campaña electoral de Melenchon con su programa «El futuro en común» y su apertura a la Unión popular ha dado los resultados esperados. Cada día que pasa esa dinámica de unión en torno a un programa de izquierdas en ruptura con el neoliberalismo tan en boga, atrae a organizaciones, asociaciones, sindicalistas, comunistas, ecologistas y socialistas, imponiéndose como la única candidatura de izquierdas capaz de hacer frente a Macron y a la extrema derecha.
Frente a la extrema derecha fascista y frente a la extrema finanza neoliberal y autoritaria, la Unión Popular se sitúa de forma evidente como la única esperanza electoral de la izquierda francesa. Los llamamientos a votar Melenchon desde la primera vuelta se han multiplicado en los últimos días, como la historiadora Laurence de Cook, los socialistas Segolene Royal o Gerard Filoche, los organizadores de la «primaria popular» tras el desistimiento de Christiane Taubira, personalidades feministas como Caroline de Haas, o dirigentes ecologistas como Coralie Miller. Solo falta ahora el desistimiento del candidato comunista Fabien Roussel, que seria muy bien venido para reforzar la posición de la Unión Popular en la primera vuelta.
Ecologistas como Aymeric Caron, alter mundialistas como Aurelie Trouvé, feministas como Isabel Alonso, numerosos sindicalistas y personalidades de la sociedad civil habían anteriormente ya engrosado las filas del parlamento de la unión popular junto a los dirigentes de Francia insumisa, encargada de preparar una asamblea constituyente y el paso a una sexta república, que ponga fin al actual presidencialismo monárquico.
La dinámica de la unión popular de una verdadera izquierda se ha afirmado de forma contundente y ha dado muy buenos resultados como lo analizábamos en crónicas anteriores. Frente a dos candidatos de derechas (Macron y Pecrese) y dos de extrema derecha (Le Pen y Zemmour) la tarea se presenta difícil pero no imposible, a condición de que haya una fuerte movilización popular.
La abstención será el mejor aliado del presidente de los ricos Emmanuel Macron (candidato favorito del Cac 40 y del FMI), pero una fuerte participación puede alterar las previsiones sesgadas de los institutos de opinión. Su estrategia sigue siendo la misma: utilizar el miedo y la demagogia como herramienta de gobierno.
Tras haber utilizado el virus del miedo y la crisis sanitaria para controlar y manipular la opinión publica, Macron pasa ahora de una guerra a otra, para intentar escamotear el debate democrático sin responder de su desastroso mandato presidencial, desastroso para la población, pero fructífero para un puñado de multimillonarios y oligarcas que han seguido enriqueciéndose con la crisis sanitaria.
Del virus sanitario al virus bélico y la carrera armamentista, Macron sigue siendo el presidente de los ricos y de los fabricantes de armas que se enriquecen sembrando la muerte con sus guerras. Frente a los belicistas de salón, el candidato de la Unión Popular Jean Luc Melenchon ha condenado la invasión rusa de Ucrania, exigiendo sanciones contra los oligarcas rusos, pero reclamando la paz, el alto el fuego y el cese inmediato de la escalada armamentista. Melenchon preconiza una Francia independiente como país no alineado en el actual enfrentamiento estratégico entre la Rusia de Putin y la OTAN (Alianza atlántica), que ha conducido a la intolerable agresión rusa en Ucrania.
En su mitin este domingo en la ciudad de Lyon, con participación de mas de quince mil personas, Melenchon ha rendido homenaje a Jean Jaurés, y a su celebre discurso por la paz: «El capitalismo lleva en su esencia la guerra, como los nubarrones llevan la tormenta». Frase de Jaurés en 1914 en vísperas de la primera guerra mundial, que sigue estando de actualidad en este siglo veintiuno en Ucrania, en Afganistán, en la ex Yugoslavia, en Irak, en Siria, en Libia, en Yemen, en Palestina, en Europa, Oceanía, África, Asia o América.
Las víctimas de la guerra son siempre los civiles, la población, hombres, mujeres y niños. Esos son nuestros muertos en el mundo entero. Sus guerras son siempre las mismas, sembrando la destrucción, permitiendo el enriquecimiento de los fabricantes y traficantes de armas y de los grandes industriales poco escrupulosos, dispuestos a «reconstruir» sobre los cadáveres aplastados por sus bombas.