Juan de Dios Ramírez-Heredia1
El sábado 10 de julio, al mediodía, cuando Paloma, mi mujer, me advirtió de que acababan de anunciar en TV la comparecencia del presidente del Gobierno, me levanté para acudir a la sala donde está la televisión con la idea preconcebida de que se avecinaba una nueva etapa de restricciones a las libertades de los individuos. En Barcelona estamos viviendo un repunte peligrosísimo de contagios de la Covid-19 que nos puede llevar a un desastre de consecuencias inimaginables.
Pero resulta que no fue así. Al menos, la expresión de Pedro Sánchez —que muchos españoles tenemos muy bien estudiada por sus múltiples comparecencias— no indicaba que nos fuera a anunciar encierros domiciliarios, toques de queda o más limitaciones a las libertades individuales en el campo del ocio o las diversiones. No, el rostro del presidente presagiaba el anuncio de algo que nadie esperaba que se fuera a producir de forma inmediata: el cambio drástico y a fondo de su Consejo de Ministros. Así que me apalanqué en el sofá ansioso de saber hasta qué punto las previsiones de cambios anunciadas por los medios se iban a cumplir.
Los que se van
Confieso que nunca me hubiera imaginado que José Luis Ábalos o Iván Redondo pudieran quedar fuera del Consejo de Ministros, aunque la verdadera sorpresa la recibí cuando supe que Carmen Calvo también sería despojada de su cargo. De los dos primeros no tengo nada que decir. La opinión pública sabe muy bien quiénes son y el inmenso poder que han tenido. El primero dentro de la estructura férrea del PSOE, y el segundo como si fuera un auténtico visir como aquellos que en los Estados históricos de Oriente Medio denominaron a los asesores políticos de un monarca.
Sin embargo, que Carmen Calvo no siga ocupando el puesto de tan alta responsabilidad como el que tenía, no alcanzo a entenderlo. Por lo que me veo obligado a recurrir a la conocida sentencia del pensador francés Blaise Pascal: «El corazón tiene razones que la razón no entiende». Carmen Calvo ha sido una gran ministra, comprensiva y comprometida con el pueblo gitano. Siempre estuvo a nuestro lado cuando se le pidió, y no le faltaron prendas para decir públicamente que, aunque no fuera de etnia gitana, se consideraba de corazón como una gitana auténtica. «Mis primas» decía Carmen Calvo cuando se dirigía a nuestras mujeres en cualquier sitio o circunstancia. De todas formas, su mayor contribución y posiblemente la más trascendente para nosotros, ha sido su voluntad de crear el Instituto de Cultura Gitana que desde 2007 dirige con gran acierto Diego Luis Fernández Jiménez.
Los que se quedan
No haré mención de las carteras que siguen ocupando los representantes de Podemos, porque entiendo que su remoción o permanencia está fijada en el pacto de Gobierno firmado entre el PSOE y Unidas Podemos. Sí quiero manifestar que he sentido un gran alivio cuando supe que el equipo que desarrolla los trabajos encomendados a la Secretaría de Estado de Derechos Sociales podrá seguir siendo el mismo. Es una garantía.
Citaré tan solo, aunque sea de pasada, a dos miembros socialistas que permanecen al frente de sus carteras: el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luís Planas, mi amigo personal, con quien he compartido tantas jornadas de trabajo e inquietudes durante los años en que los dos fuimos diputados en el Parlamento Europeo. Si me permiten la «boutade» diré que Luis Planas todo lo hace bien.
Y mi alegría también fue manifiesta al saber que la doctora en medicina María Jesús Montero Cuadrado seguía siendo ministra de Hacienda. Alegría que lo fue a medias cuando supe que dejaba de ser la portavoz del Gobierno. Y eso sí que me causó una verdadera frustración. Y les diré por qué.
A mí me gusta el acento «andalú», me gusta el habla andaluza y hasta la forma conque la ministra se come las palabras despojándolas del «número» —la «s» del plural desaparece en todos sus sustantivos y adjetivos—. La ministra dice «el Congreso de lo diputao» y tanto en los «participios pasados» como en las diferentes formas verbales compuestas de los pretéritos, los futuros, los condicionales y las formas compuestas del subjuntivo, desaparece, como por arte de magia, la «d» que los identifica. La ministra no dice «preguntado», sino «preguntao».
A propósito del habla andaluza
Pero, entiéndaseme bien, que en este campo tengo una cierta experiencia. He sido diputado por Almería durante dos legislaturas completas. La que empezó en marzo de 1979 y la que lo hizo en octubre de 1982 hasta noviembre de 1989. Dos periodos riquísimos en intensidad política. Los andaluces no queríamos ser menos que otros españoles que por haber tenido Estatutos durante la Segunda República, la Constitución les otorgó una vía de acceso a la autonomía más rápida y plena que al resto de los habitantes en cuyos territorios no se había establecido aquella forma de autogobierno.
El grito unánime con que los andaluces, encabezados por Rafael Escuredo, reclamábamos ser los protagonistas de nuestro propio cambio político era «los andaluces no queremos ser ciudadanos de segunda». De ahí que rechazásemos el acceso a la autonomía por la vía lenta del artículo 143 de la Constitución reclamando hacerlo por lo establecido en el artículo 151, es decir, por el mismo con que lograron sus Estatutos Cataluña, el País Vasco o Galicia. Y lo conseguimos, a pesar de que mi provincia almeriense nos lo puso muy difícil al no alcanzar en el referéndum de febrero de 1980 el número de votos necesario para lograrlo. El Gobierno de don Adolfo Suárez entendió que el pueblo andaluz tenía razón y se arbitraron las medidas legales necesarias para salvar aquel disparatado escollo.
Dicho lo anterior, déjenme reivindicar un aspecto destacado de la literalidad del Estatuto andaluz. Y lo hago con la infinita satisfacción de manifestar que, igual que tuve el inmenso honor de ser firmante de la Constitución Española de 1978, también lo fui del Estatuto de Autonomía de Andalucía que elaboramos la totalidad de los Parlamentarios andaluces reunidos en la ciudad de Córdoba el 28 de febrero de 1981.
Comprenderán que los recuerdos vienen a mi mente de forma atropellada después de tanto tiempo, lo que no me impide tener muy clara la situación que vivíamos en Andalucía en aquella época. Rafael Escuredo, presidente preautonómico que sucedió a Plácido Fernández Viagas, se declaró en huelga de hambre. Los diputados y senadores andaluces por Almería estábamos incondicionalmente a su lado. Al extremo de que yo quise unirme a él en aquella huelga, cosa que me impidió mi amigo y admirado líder del PSOE almeriense Joaquín Navarro Esteban que Dios tenga en su Gloria.
Pero antes de llegar a Córdoba veníamos de Carmona. Sobre nosotros pesaba la responsabilidad de elaborar un borrador de Estatuto de Autonomía ya consensuado entre los cuatro partidos con representación parlamentaria (PSOE, UCD, PCE y PSA) y en su redactado, ¡como no!, había una imposición contundente para que se reconociera y promocionara oficialmente el uso del idioma andaluz.
Pero, ¿hay un idioma andaluz?
No, decididamente no. Porque, aunque «el andaluz» es una realidad científicamente controvertida, la lengua propia de Andalucía es la lengua española. Así lo afirma el profesor Miguel Ropero Núñez, catedrático de Lengua Española en la Universidad de Sevilla y con él la mayoría de los lingüistas universitarios. El profesor Ropero, además, es el más reconocido experto en el conocimiento y desarrollo de la lengua gitana que se habla en España: el caló.
No he sido capaz de encontrar las actas de las múltiples reuniones que celebrábamos los parlamentarios andaluces mientras redactábamos el Estatuto, por lo que me he de fiar de mi memoria para reproducir una de mis intervenciones en aquellos debates. Yo pretendía desterrar del conocimiento generalizado de los españoles que la manera de hablar de los andaluces, como dice el profesor onubense Vazquez Medel, siempre ha estado identificada con la incultura y la deficiente formación académica.
— Señores parlamentarios, —dije en una de mis intervenciones—, ¿acaso ustedes pretenden que cuando un presentador de la TV andaluza aparezca en pantalla para dar las noticias, se exprese de esta o parecida forma?: «Ojú, señore. Hoy ha jecho una calo en Sevilla que no se pué aguantá». Y por esta vía del cachondeo continué mi exposición que recuerdo suscitó un alto consenso y divertimiento de sus señorías.
La ministra María Jesús Montero ha sido una extraordinaria portavoz porque no ha renunciado al patrimonio universal de todos los españoles que son nuestras diferentes hablas. Y ella lo que pretende es que no suceda lo que con gran acierto denunció en su día Rodriguez Almodóvar: «Los estudiantes extranjeros que vienen a aprender castellano se vuelven locos, porque ninguna de las expresiones que oyen a diario en la calle las encuentran luego en el diccionario, no pueden saber qué significan».
Y si me aceptan un consejo para estas vacaciones, lean «La tesis de Nancy», novela de la que es autor Ramón J. Sender y que yo leí en Puerto Real cuando apenas tenía la edad de la protagonista. Nancy es una estudiante americana de Antropología y Literatura, de unos veinte años. Habla buen castellano, aunque tiene problemas con los giros y la pronunciación andaluza. Atractiva, inocente e ingenua, carece de la picaresca andaluza que domina como nadie su novio, Curro, un gitano celoso, extrovertido, que es genial en su ambiente.
- Juan de Dios Ramírez-Heredia Montoya es abogado y periodista, presidente de Unión Romaní
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