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«Little Richard: I Am Everything»: éxitos y demonios  del auténtico rey del rock’n’roll

Little Richard, fallecido a los 87 años en 2020, presumía de haber inventado el rock’n’roll: «No fue Elvis, fui yo» repetía en las emisoras y los platós.

Nació el 4 de diciembre de 1932 en Macon, Georgia, un lugar en el que los negros cantaban blues por las esquinas. Su padre, Charles («Bud») era un diácono adventista que tenía un club nocturno y una destilería clandestina de alcohol; y regañaba a Richard porque cantaba la misa a gritos.

Su madre tuvo doce hijos, lavaba la ropa en una tabla de madera y todos los días guisaba una olla de alubias y otra de arroz con acelgas. Su abuelo tenía un piano, que el niño –cuyos pies no llegaban al suelo- machacaba para desgracia de los vecinos.

De pequeño, él también quería ser pastor. Los domingos asistía a dos iglesias, en la de su madre estaba quieto, en la del padre cantaba en el coro y a veces se desgañitaba.

Nació con una pierna más corta que otra. Era queer, diferente, excéntrico, extravagante, y de vez en cuando drag queen con el pseudónimo de Princess LaVonne.

En una entrevista en televisión dijo que había salido del armario muy pronto. Se ponía los abalorios de su madre en las chaquetas y las camisas. Se maquillaba, era muy afeminado y eso sacaba de quicio a su padre, que acabó echándole de casa.

Empezó cantando en un club gay clandestino de su ciudad, luego recorrió el sur en un periplo itinerante cantando la única canción que se sabía, en grupos que hacían números de transformismo y en los que a veces la música era una excusa para vender extraños productos (como aceite de serpiente) a una clientela que creía en la magia y la reencarnación. Grabó su primer disco en el vestíbulo de una productora.

Su padre le perdonó cuando empezó a vender discos, le hizo regresar a la casa familiar y ponía sus canciones en el club. Después, un viernes el padre murió (asesinado, dicen, por un amigo) y, para contribuir a los gastos familiares, Richard empezó a trabajar en un restaurante –donde no le dejaban ni comer ni ir al baño- lavando los platos.

Cuando en 1955 grabó «Tutti Fruti, Good Booty» – una canción que iba de sexo anal a la que una letrista, Dorothy La Bostrie, cambió las palabras sobre la marcha para que pudiera interpretarla en un escenario- se consideró una canción de negros de las que no se escuchaban en las emisoras de los blancos.

Su salvación fue la llegada de los primeros DJ independientes a las emisoras: los chicos blancos iban en sus coches escuchando la música negra que ponían los DJ blancos, y en especial el mítico Alan Freed, en sus programas de radio, primero en Cleveland y luego en Nueva York. Ellos fueron quienes popularizaron el término rock and roll, mientras Little Richard iba encadenando éxitos: «Long Tall Sally», «Rip It Up», «Baby face» y todos los demás.

Little Richard fue el icono de la primera generación de jóvenes estadounidenses que aceptaron llamarse «teenagers», aunque su gran éxito lo popularizaron dos cantantes blancos, Elvis Presley y Pat Boone, quienes vendieron millones de copias y ganaron discos de oro: él cobraba medio centavo por cada copia que vendían. Pero entonces los chicos blancos empezaron a ir como espectadores a los conciertos de los negros. «Mi música rompió las barreras de la segregación» decía.

Compró su primera casa en California con el adelanto de una productora, y llevó a vivir allí a su madre y todos sus hermanos. De pronto cambio de vida, se cortó el pelo y se inscribió en la escuela adventista. Llevaba siempre una Biblia en la mano y cantaba Gospel. Se casó con Ernestine Penniman. Más tarde se divorció de Ernestine –aunque siguió pagándole el alquiler durante toda su vida-, sacó del baúl los trajes, capas y lentejuelas que había escondido, y volvió a maquillarse.

Toda su vida «fue un combate entre la música y la religión, entre el rock y la religión» (Mark Kermode, The Guardian). Años más tarde volvió a ir acompañado de una Biblia, y a cantar en mítines y concentraciones religiosas.

Subestimado durante gran parte de su carrera, en 1986 estuvo entre los que inauguraron el «Hall Rock and Roll Fame», aunque no pudo asistir porque convalecía de un accidente de automóvil.

A los 64 años, en 1997, recibió el Award Merit (Premio al Mérito) y lo recogió, con los ojos llenos de lágrimas, diciendo que era algo que le debían: «Yo soy el creador, yo soy el emancipador, yo soy el arquitecto del rock’n’roll…».

Antes habían proyectado sendos vídeos de reconocimiento de Keith Richard y David Bowie. Años antes, Elvis Presley había irrumpido en su camerino y le había dicho: «No te preocupes, tu siempre serás el rey del rock’n’roll».

Sin embargo, los contratos que las productoras ofrecían a los músicos negros, les privaban de cobrar sus derechos de autor, una batalla en la que Little Richard fue pionero luchando por lo que le debían. Más difícil fue ganar la batalla por el reconocimiento. Hay que recordar su famoso «Y el ganador es…yo!», de su discurso en la entrega de los Grammy de 1988: «Nunca me habéis dado un Grammy y llevo muchos años cantando».

«Little Richard: I Am Everything[1]», un agradable y entretenido documental realizado por la afroamericana Lisa Cortés («Invisible Beauty», «The Remix Hip Hop X Fashion», «All In: The Fight for Democracy»), examina las muchas teorías que han circulado sobre una estrella de la canción que se adelantó a su tiempo.

En la película opinan sobre la música de Little Richard artistas como el cineasta John Waters –quien declara orgullosamente que su bigote pintado es «un ‘homenaje retorcido’ del pequeño Richard»-, Tom Jones, Mick Jagger, Paul McCartney o Nile Rodgers, entre muchos otros.

Y entre las curiosidades, lo ocurrido el 12 de octubre de 1962 en el Tower de New Brighton: Little Richard daba un concierto producido por el promotor de Liverpool Brian Epstein, quien le pidió que posara en una foto con sus «protegidos», The Beatles. Una imagen icónica que aparece en la película.

Por su parte, Mick Jagger confiesa haber visto a Litte Richard «lo menos treinta veces» durante la gira que efectuó en 1963 en Europa.

Hace unas semanas, la BBC emitió el largometraje de producción anglo-estadounidense «Little Richard: Long and Queen of Rock’n’Roll» (Little Richard: el Rey y la Reina del Rock’n’Roll), de James House, que puede verse en alguna plataforma.

Aunque hay imágenes de archivo y personas que se repiten en el documental que ahora comentamos, las dos películas se acercan a la figura del músico de manera diferente. En esta se reflexiona más sobre el aspecto queer (la palabra tiene muchas definiciones, para simplificar digamos que equivale a «diferente»; hoy diríamos que era bisexual, y en una ocasión declaró llevar catorce años privado de sexo ), siempre en evolución, de Little Richard, a base de imágenes de archivo del artista cantando o en entrevistas en la televisión, y declaraciones de una ingente cantidad de personajes, de distintas procedencias y generaciones, que conocieron y trataron al personaje fuera de la norma y, al decir de muchos de ellos, hecho para el espectáculo, pero en realidad profundamente atormentado.

  1. «Little Richard: I Am Everything» se estrena en Madrid el viernes 26 de enero de 2024
Periodista, libertaria, atea y sentimental. Llevo más de medio siglo trabajando en prensa escrita, RNE y TVE; ahora en publicaciones digitales. He sido redactora, corresponsal, enviada especial, guionista, presentadora y hasta ahora, la única mujer que había dirigido un diario de ámbito nacional (Liberación). En lo que se está dando en llamar “los otros protagonistas de la transición” (que se materializará en un congreso en febrero de 2017), es un honor haber participado en el equipo de la revista B.I.C.I.C.L.E.T.A (Boletín informativo del colectivo internacionalista de comunicaciones libertarias y ecologistas de trabajadores anarcosindicalistas). Cenetista, Socia fundadora de la Unió de Periodistes del País Valencià, que presidí hasta 1984, y Socia Honoraria de Reporteros sin Fronteras.

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