Little Richard, quien murió el 9 de mayo de 2020 a los 87 años, era el último representante de la generación de músicos y cantantes que alumbraron la revolución del rock and roll en los años cincuenta del siglo pasado, el género que más influyó en la música popular contemporánea y formó parte importante de la cultura del siglo veinte.
Junto a Bill Haley y Chuck Berry, puso patas arriba todo el panorama de la música pop de aquellos años.
La música que lo cambió todo
En los Estados Unidos, terminada la Segunda Guerra Mundial, el tránsito entre las décadas de los cuarenta y los cincuenta del siglo veinte fueron años convulsos en los que se mezclaban la guerra de Corea, la caza de brujas del senador McCarthy, la lucha por los derechos civiles de la población negra y el nacimiento de la sociedad de consumo.
El incremento de la producción industrial provocó la inmigración de trabajadores negros de origen rural desde el sur del país hacia las grandes ciudades del norte, a las que llevaron la música de blues, que había nacido en las plantaciones esclavistas, y el góspel de las iglesias.
Las verdaderas estrellas eran entonces las del cine, donde triunfaban James Dean, Marlon Brando, Marilyn Monroe y Humphrey Bogart. Muy pronto iba a nacer otra galaxia, esta vez en el mundo de la música donde en aquellos años, certificada la decadencia del jazz, los protagonistas eran los vocalistas crooner tipo Frank Sinatra, Perry Como y Tony Bennett.
Pero a los jóvenes esa música les aburría y buscaron alternativas en el blues de los músicos negros (John Lee Hooker, B.B. King, Louis Jordan) y en un country & western remozado por los nuevos intérpretes del género. La mezcla de estos dos estilos, interpretada tanto por músicos negros como blancos, resultó explosiva y colaboró entre otras cosas a arrumbar prejuicios raciales.
Un discjockey de Cleveland (Ohio), Alan Freed, creó un programa de radio para este nuevo estilo y lo llamó «Moondog’s Rock and Roll Party». Era la primera vez que se utilizaban juntas las palabras rock y roll, términos con los que los músicos de rythm and blues definían el acto sexual. Muy pronto las canciones de aquellos cantantes causaron sensación entre los jóvenes y se convirtieron en grandes éxitos de ventas.
En uno de los libros más completos sobre la historia de la música pop-rock («Yeah!, Yeah!, Yeah!. La historia del pop moderno») Bob Stanley dice que el rock and roll vino a salvar las brechas que después de la segunda Guerra Mundial separaban a los jóvenes de los adultos, a los blancos de los negros, a las culturas de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Eran los años cincuenta, y el rock and roll también recortaba diferencias, además, entre el arte y el comercio y tendía puentes entre la alta cultura y la cultura de masas. Quienes más colaboraron a todo esto fueron los pioneros del nuevo género.
El último representante
Richard Penniman, conocido en el mundo del rock and roll como Little Richard, era el tercero de catorce hermanos de una humilde familia de Macon (Georgia). Se formó como músico en los coros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día y como showman en el espectáculo de un charlatán de feria llamado Doctor Hudson.
Johnny Otis, a quien conoció en Hollywood, le animó a grabar sus primeros discos con grupos como The Uppsetters y The Temple Toppers, hoy totalmente perdidos. En 1955 grabó un tema titulado «Tutti frutti» después de cambiar, por presiones de sus productores, una letra llena de obscenidades. La letra comenzaba con A-wop-bop-a-loo-bop-a wop-bam-boom, un grito de guerra, símbolo de un género musical que arrolló todo lo que quedaba de las viejas baladas de los crooners y rescató del olvido a los supervivientes del blues.
A «Tutti frutti» siguieron «Long Tall Sally», «Lucille«, «Good Golly Miss Molly», «Slippin’ And Slidin’», «Rip It Up», temas todos ellos que fueron adaptados por los jóvenes como himnos de una nueva cultura y versionados en los años sesenta y los setenta por artistas de todo el mundo, incluidos Elvis Presley, Beatles y Rolling Stones.
El cine también registró algunos momentos inolvidables de Little Richard, como las películas «Mr. Rock and Roll» y «Don’t Knock the Rock», ambas de 1957, año en el que, durante un viaje a Australia, se incendió uno de los motores del avión en el que viajaba y Little Richard prometió a Dios que si salvaba la vida abandonaba el rock and roll, lo que, en efecto, hizo a su regreso a los Estados Unidos (dos años después en el accidente de una avioneta perdieron la vida otros dos pioneros, Buddy Holly y Ritchie Valens).
Declaró entonces que había estado tocando la música del diablo, se hizo predicador y volvió a Georgia. En 1960 grabó canciones religiosas que se editaron en dos LP, y en 1961 un disco de góspel producido por Quincy Jones en el que participó Jimi Hendrix como guitarrista.
No volvió a los escenarios y a las grabaciones hasta 1964, y entonces ya nada era igual que antes, aunque en sus directos mantuvo siempre una elegante decadencia.
Preciosa lembranza dun mito para sempre.