Cris tiene 31 años y es Técnico Superior en Prevención de Riesgos Laborales. Su profesión la lleva a asesorar externamente a otras empresas en todo aquello que tiene que ver con mantener la seguridad en los centros de trabajo.

Desde que comenzó el confinamiento, está a la espera de un ERTE. Pero desde muy poco después de que el coronavirus paralizase media España, Cris coordina a un colectivo de casi cien personas voluntarias que están dispuestas a recorrer Leganés para echar una mano a todos aquellos que necesiten algo y que no puedan desplazarse fuera de su casa.

Ancianos octogenarios, enfermos imposibilitados, casos positivos diagnosticados con coronavirus ó, simplemente, alguien que necesite oír una voz humana que le hable de que la vida sigue existiendo pese a todo esto que nos está pasando.

La actividad de Cris es uno de los centros neurálgicos de un colectivo ciudadano que se propuso desempeñar esas tareas que, a lo mejor porque no son rentables, nadie en el mercado «amigo» se plantea hacer.

El origen de la red de voluntarios está en el colectivo antifascista «Leganés para Todas». Este colectivo recibió, al poco de comenzar la epidemia, la llamada desesperada de una familia cuyos miembros estaban contagiados por el COVID-19 y les era imposible ir a hacer la compra.

Esa llamada se repitió con otros protagonistas y, a partir de ese momento, y sin verse la cara para nada, los miembros de «Leganés para Todas», en unión con varios miembros de asociaciones vecinales, comenzaron a coordinarse para pedir voluntarios y tejer la telaraña que permite que esos voluntarios acudan a aquellas casas en las que la epidemia mantiene encerrados a sus moradores.

Todo se puso en marcha a través del WhatsApp. Los voluntarios cuentan con un protocolo claro que incluye la total ausencia de contacto físico con aquellos a quienes ayudan.

A la red se sumaron pronto miembros de la Federación de Asociaciones de Vecinos que a su vez facilitaron la posibilidad de moverse por las calles de Leganés, algo imprescindible para llevar los recados.

Esta movilidad es posible gracias al apoyo de la Policía Nacional de Leganés, que permite circular a los voluntarios en cuanto estos se identifican. Su labor está siendo muy importante, tanto más en estos momentos en que otras organizaciones solidarias como Protección Civil y Cruz roja están a punto de ser desbordadas.

Zarzaquemada y San Nicasio son los barrios donde más voluntarios se han ofrecido para ayudar.

En Zarzaquemada precisamente vive Isabel, una empleada de banca que teletrabaja desde que el coronavirus hizo acto de presencia. Con un largo historial de voluntariado social a sus espaldas, Isabel no dudó en ofrecer su ayuda en cuanto surgió la oportunidad.

Lleva la compra a quien lo necesita, acude a la farmacia, donde más de una vez se ha pasado horas en la cola para recoger las recetas, tira la basura de aquellos confinados que no pueden moverse y hace para ellos todas aquellas labores que tengan que ver con salir a la calle.

Todo formando equipo con su marido, Guillermo. Una de esas intervenciones concretas, llevar la compra a una familia el pasado Jueves Santo, se convirtió al final en dos días de esfuerzo y pasión.

Dentro de la casa se hallaba una pareja infectada por el virus con una niña de cinco meses. La madre, primeriza, estaba muy nerviosa y le pidió a Isabel que la llevara al ambulatorio para que un médico atendiera a su hija porque la atención telefónica no la dejaba tranquila.

Isabel acompaño a madre e hija al pediatra. Una vez en el ambulatorio, la madre tuvo que quedarse en la puerta del edificio por ser positiva en COVID-19 y tuvo que ser Isabel quien entrara con la niña en la consulta.

El diagnostico fue mucho mas satisfactorio para la madre que entonces pidió a Isabel que alguien se hiciera cargo de la hija para no contagiarla. Isabel la puso en contacto con una asistente social. Total, dos días de peripecia.

Sergio tiene veinticinco años y trabaja, teletrabaja, claro, desde hace más de un mes como investigador informático en el Hospital Ramón y Cajal. Ha vivido desde cerca la progresión aritmética que el contagio del coronavirus ha experimentado en España.

Precisamente por el hecho de trabajar en un hospital, cuando «Leganés para Todas» lanzó en los chats de WhatsApp la idea de los voluntarios, Sergio se lo pensó. Una tosecilla seca le tenía medianamente preocupado, y entre las condiciones que la red impone a sus voluntarios está la de ser totalmente asintomático y vivir solo o en una casa donde no existan dudas acerca de que nadie está contagiado.

Cuando esa tos cedió y dejaron de existir todo tipo de síntomas, Sergio empezó su labor. Al principio, Cris le daba las direcciones y teléfonos a los que tenía que llamar.

Los aislados le daban la lista de la compra y él la hacia en el supermercado y se la llevaba. Con el paso de los días, ya tiene «clientes fijos» que abrevian el proceso de hacer las compras llamando directamente a Sergio o quedando con él cuando lo necesitan.

Sergio recibe el encargo, hace la compra, la paga con su dinero y cuando va a llegar al domicilio de la persona que le ha pedido la ayuda, llama por teléfono. Esa persona le deja el dinero en un sobre en la puerta de su piso. Sergio sube el paquete, lo deja en la puerta, espera a que recojan el paquete y recoge el sobre.

Hay ocasiones en que no hay ningún sobre que recoger porque la persona no dispone de dinero para hacer las compras. En esos casos es la red quien paga la compra con la ayuda de las Asociaciones de vecinos. No son muchos casos, dice Sergio, pero tampoco son demasiado pocos.

Muy distinto es el trabajo que María Jesús desempeña para la red de voluntarios. Su labor es escuchar por teléfono, una por una, a esa ingente cantidad de personas aisladas y acobardadas por el virus, encerradas en casa pensando en lo que está pasando y en lo que pasará.

Es lo que viene haciendo desde hace veinte años, la mitad de su vida. María Jesús es Educadora Social, especializada en Rehabilitación Psicosocial, y en su trabajo diario habla con personas a las que la mente les ha jugado malas pasadas.

Ahora, desde su propio aislamiento en casa, continua trabajando y mientras tanto, en su labor de voluntaria, procura que los que están más solos no pierdan la esperanza de que el encierro acabará.

Para eso charla con ellos cada cierto tiempo, durante media hora, una hora, de lo que haga falta, de nuestros miedos y de nuestras dudas. También tiene «clientes fijos» a los que llama de tanto en tanto. El resto de voluntarios la pone en guardia cuando detectan que puede haber problemas psíquicos en alguien que no puede salir de casa.

La soledad, que ya era un estigma de nuestra sociedad se ha hecho ahora una llaga todavía mas evidente.

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