Hay días que se encuentra uno delante del ordenador con el llamado síndrome del folio en blanco, ese que nos afecta a los periodistas cuando nos enfrentamos al trabajo, cuando de repente me topo en una página de un periódico con una noticia que me ha llamado la atención, y que seguramente les llamará también a ustedes, por lo que de curiosa tiene. Solo el titular ya nos pone en guardia de lo que se avecina: «Lluvia de bragas para el primer ministro francés». Así, tal cual, a bocajarro.
Intentando documentarme, recabar información sobre la noticia respecto a tan minúscula y elegante, al tiempo que necesaria prenda femenina, me entero de que en Francia una serie de tiendas de lencería han emprendido una campaña de protesta por el cierre obligatorio, enviando en torno a doscientas bragas al primer ministro francés, Jean Castex, al palacio de Matignon, en París, sede de la Jefatura del Gobierno galo.
Y además, las tiendas lo hacen con argumentos tan serios como: «Las bragas nos representan, tanto que somos tiendas de ropa interior», en palabras de la parisina y madame Aline Tran, impulsora de la campaña. Al parecer, tal prenda femenina no es considerada como «elemento esencial» para poder abrir las tiendas de lencería, y sin embargo sí pueden hacerlo las tiendas de DVD o discos, por lo que las fémina se defienden con argumentos tan sólidos como: «¿Qué pasa con las bragas. ¿No son una cuestión de higiene y protección?».
Imagino que a estas alturas ya habrán llegado las doscientas bragas a manos del primer ministro galo, por lo que me embargan una serie de dudas: ¿Qué habrá hecho monsieur Castex con ellas? ¿Las habrá regalado a sus amistades? ¿Las habrá vendido en la Plaza de la Bastilla y donado lo recaudado para la restauración de la catedral de Notre Dame? ¿Las veremos algún día en el museo del Louvre como símbolo del arte y la elegancia francesa?
Aunque en cuestión de emplear semejantes prendas como armas arrojadizas, en España no nos quedamos cortos, por lo que ya tenemos varios ejemplos que vienen a cuento: Hace varios años, una serie de el fans arrojaron al ruedo al torero Jesulín de Ubrique en una plaza de toros un montón de bragas porque, al parecer, había hecho una faena estupenda, y el diestro se merecía este detalle de sus admiradoras.
Imagino la alegría del diestro, al tiempo que al monosabio o machaca del susodicho recogiendo las bragas en el ruedo y preguntando al maestro qué hacer con semejantes «trofeos». Llegados a este punto, las fervorosas mozas creo que deberían haber tenido en cuenta una canción del cantante Manolo Escobar, que decía, entre otras cosas: «No me gusta que a los toros te pongas la minifalda, que la gente mira parriba»… Y claro, luego pasa lo que pasa…
Nuevamente las dudas me acosan pensando en el definitivo paradero de las susodichas prendas: ¿Qué haría el torero con cientos de bragas? ¿Las vendería en algún puesto del rastro madrileño? ¿Las colgaría cual adorno en los pitones de las cabezas de toros que suelen adornar sus casas? ¿Las regalaría a sus amistades, previo paso por la lavandería?
Pero metidos ya en asuntos del bragatorio elemento, existen en nuestro país documentos históricos que vienen a demostrar lo importante que puede llegar a ser esta minúscula prenda femenina, llegado el caso. En el año 1951, en pleno Régimen dictatorial franquista, se creaba el llamado Ministerio de Información y Turismo, organismo encargado entre otras cosas de la censura, máxime si la cosa iba en la dirección del pecado carnal…
Once años más tarde ocuparía dicho ministerio durante muchos años un ministro de aquellos tiempos llamado Manuel Fraga Iribarne, creador, entre otras cosas, de Alianza Popular y del Partido Popular. Como la censura política seguía siendo férrea, el ministro en cuestión pensó que se podía abrir un poco la mano en el asunto de la pecadora y débil carne, dando así un poquito de libertad en el ámbito de la censura cinematográfica, permitiendo el hecho de que a partir de aquella fecha una hasta entonces desconocida prenda femenina llamada biquini pudiera aparecer en la pantalla, en películas, para entendernos. Y quien dijo biquini dijo bragas, porque algunos directores, al parecer muy creativos… empezaron a necesitarlas para cualquier escena que se pusiera a tiro… de braga.
El cachondeo estaba servido en un país que aunque lleno de necesidades no le faltaba el humor, creándose rápidamente el eslogan aquel de: «Con Fraga, hasta la braga». Algunos pudieron ver tanto un biquini como unas bragas por primera vez en su vida…. Después vendrían las suecas, descaradas ellas, a lucir palmito, y un avispado alcalde consiguió el permiso oficial para que en sus playas se pudieran explayar las féminas con semejante atavío, convirtiéndose Benidorm para unos en un a modo de paraíso terrenal, mientras que para otros se aproximaba más bien a un Sodoma y Gomorra. Una España en esta ocasión no a garrotazos, sino a bragazos…