La transgresión maliciosa de la normativa electoral, o de las reglas de juego de una democracia con perspectiva moral y ética, es como el artificio de caza destinado a atrapar al animal y retenerlo indefinidamente. En efecto, inducir al votante a que acepte algo que no lo es, revela malicia, y cuando el engaño  se impone a la verdad, los votantes se consideran traicionados, a la vez que aumenta la desconfianza en el sistema democrático.

Consumado el engaño eleccionario, luego viene la decepción  ante la gobernanza deficiente, porque una cosa lleva a la otra, así se constituye una cadena de engaños difícil de romper, y esto sucede en varios gobiernos de América Latina, también en otras regiones del mundo.

En la Argentina, el deseo por perpetuarse en el Estado (presidentes, gobernadores, diputados, senadores, intendentes, concejales) o en organizaciones como los sindicatos (un secretario gremial lleva unos cincuenta años en el cargo), constituye una patética obsesión… Pues bien,  recurren a cualquier estratagema con tal de que el cargo sea ad vitam. Por otro lado, el impedimento de que un candidato condenado por delitos contra la administración pública no pueda presentarse a elecciones, fue desestimado por el Congreso Nacional en una reñida votación, por eso hay tantos legisladores con causas abiertas ante la justicia. 

Otra trampa son las candidaturas de las «listas sábanas»: los partidos presentan listas cerradas de candidatos que los votantes no conocen, solo identifican al primero de la lista. Y también las «candidaturas testimoniales», donde un líder se presenta para una banca legislativa, y al ser electo, no asume, sustituyéndolo el que ocupa el segundo lugar. En fin, son flagrantes engaños que refuerzan la corrupción y la  impunidad.

Nayib Bukele, presidente de El Salvador, quien naturalizó el «régimen de excepción» así como una supuesta paz, que no sería más que un sistema represivo que viola los derechos humanos de decenas de miles de personas (detenciones arbitrarias, torturas, muertes en custodia), ahora promovió la reforma de la Constitución, que fue aprobada por el Congreso (controlado por su partido). Bukele, afecto a la vestimenta y escenografía propias de una opereta autoritaria decimonónica, sostiene que: «el noventa por ciento de los países desarrollados permiten la reelección indefinida de su jefe de gobierno, y nadie se inmuta».

Reforma a la que se habría opuesto en el pasado, pero ya instalado en el poder, busca  la reelección presidencial sin límite. Para justificarse, manipuló distintos argumentos, citando incluso a las monarquías parlamentarias. Es cierto que los cargos de primeros ministros no tienen límites en los países con sistemas parlamentarios, sin embargo, de ninguna manera es comparable con las naciones presidencialistas. En la región, los controles para evitar el abuso de poder son muy laxos, y las instituciones tienen menor solidez que las europeas, bástenos ver lo que sucede con las dictaduras de Ortega en Nicaragua y de Maduro en Venezuela. 

El expresidente Jair Bolsonaro, quien encabezó un golpe de Estado (intentó revertir la elección como sucedió con Donald Trump), acaba de violar las medidas cautelares que le habían impuesto, enviándole mensajes a sus partidarios durante una marcha en su favor y a través de las redes sociales de sus tres hijos (los tres son legisladores). Él usaba una tobillera electrónica, tenía movimientos restringidos, y ahora le prohibieron usar celulares y salir de su casa, con la advertencia que si reincide, irá a parar a la cárcel.

Trump, con su habitual arbitrariedad y política exterior extorsiva, anunció un arancel del cincuenta por ciento a los productos brasileños, a la vez que consideró a Bolsonaro inocente y un perseguido por la justicia de Brasil, en abierta intervención a la soberanía de ese país. En resumidas cuentas, Bukele y Bolsonaro, al igual que otros líderes políticos que tienen un claro perfil antipolítico y son contrarios a la institucionalidad democrática, tienen la aprobación de Trump, y siguen a pie juntillas el manual del húngaro Viktor Orban.

Entre símbolos que movilizan las emociones, y operativas políticas que son hechos concretos, las tiranías y las dictaduras suelen incurrir en acciones crueles e inhumanas con tal de retener el poder, de ahí que cuando se toma conocimiento, más allá que unos miren para otro lado, pues la indiferencia crea realidades alternativas, y otros denoten genuina indignación, se entiende que forman parte de sus reflejos. Ahora bien, que un gobierno legítimo se exprese con crueldad, y que sus decisiones ocasionen sufrimiento a los seres más débiles, revela otra situación contextual, donde los contrapoderes deberían defender con firmeza el bien común. 

La crueldad está muy alejada de cualquier virtud, es un vicio por su tendencia al mal. Y es vox populi en la Argentina de hoy, que cerca de la mitad de los habitantes no llegan a fin de mes (no logran cubrir los gastos básicos del hogar, sobre todo la alimentación), pero Javier Milei niega que esa frase sea verdadera, la atribuye a sus enemigos (opositores políticos y gente que no piensa como él), y sostiene que si fuese así «la calle estaría llena de cadáveres»… A pesar de su discurso anticasta que lo proyectó a la presidencia, reveló sin ambages su desprecio hacia la discapacidad, su rechazó a la frase «igualdad de oportunidades», entre otros dislates y decisiones que dañan a los estratos sociales más vulnerables y empobrecen a la clase media, al tiempo que le otorga beneficios a los más ricos.

Los malos ejemplos se contagian con rapidez, y el jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (primo del expresidente Macri), anunció multas de hasta novecientos mil pesos para los que «hurguen la basura», ensuciando la ciudad, y mandó a la policía a supervisar la situación, sin obviar que la gran mayoría de estos «cartoneros», provienen del conurbano, distrito que electoralmente él no maneja. En fin, estimo que se puede solicitar que al hurgar la basura no ensucien las calles, pero de ninguna manera ignorar que  la basura constituye el único medio de sobrevivencia de estos desvalidos, pues es gente que vive en una pobreza extrema, y en consecuencia merecen la conmiseración humana que les niega esta gélida, insensible y desalmada dirigencia.

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