Seis de cada diez profesores creen que cambiar el diseño del aula es clave para mejorar el aprendizaje, según un reciente estudio llevado a cabo por investigadores de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), la Universitat de Barcelona (UB), la Universitat de Vic (UVic) y la Universidad Simón Bolívar (USB) en el que han participado 847 profesores de preescolar, primaria y secundaria de cuarenta centros educativos.
La imagen de varias filas de sillas y pupitres mirando hacia una pizarra junto a la que se sitúa el profesor lleva décadas siendo una realidad. Sin embargo, las investigaciones dicen que esa forma de organizar el mobiliario del aula en escuelas e institutos no es la mejor manera de fomentar el aprendizaje. Especialmente si se tienen en cuenta las necesidades de los escolares del siglo veintiuno, quienes, según la OCDE, precisan de un entorno social que exige autonomía, flexibilidad y capacidad para tomar decisiones y conectar conocimientos por sí mismos o mediante el trabajo en equipo.
«Asumimos que los espacios tienen que ser así sin demasiada reflexión o sin vincular aquello que estamos innovando en metodología con el lugar en el que lo vamos a poner en práctica», señala Guillermo Bautista, miembro del grupo de investigación Smart Classroom Project de la UOC, e investigador principal de este estudio. Por eso es necesario llevar a un escenario real el llamado smart learning space, «un espacio que responde a cualquier propuesta y necesidad de aprendizaje, flexible, no zonificado, en el que prevalece el bienestar físico y psicológico como base para que la actividad de aprendizaje se plantee con un papel proactivo y autonomía por parte del alumnado», señala Bautista.
De los beneficios de un diseño adecuado del aula para el aprendizaje ya han dado cuenta distintos estudios. Fue una de las razones por las que hace unas semanas el Consorci d’Educació de Barcelona comenzó a renovar el mobiliario de 487 aulas, reorganizando además los espacios para conseguir ambientes motivadores que predispongan al descubrimiento. Y es que, como señalan los autores del estudio liderado por la UOC, las necesidades de competencia y aprendizaje de los alumnos, en la actualidad, no solo están obligando a reconsiderar las prácticas docentes o la inclusión de recursos digitales, sino que también plantean la necesidad de cambios en los espacios de aprendizaje en general.
Bautista lo muestra con un ejemplo. Según explica, la ciencia nos dice que colaborando aprendemos más y mejor y, por lo tanto, el espacio debe propiciar esta colaboración e interacción, teniendo en cuenta además lo que dicen las investigaciones sobre el aprendizaje colaborativo. Si organizamos la actividad con grupos de cuatro alumnos a partir de un reto o un proyecto, lo lógico sería que el espacio permita que el grupo colabore en un espacio adecuado y también tenga cierta autonomía para usar los recursos que necesite, moverse, buscar, experimentar, autoorganizarse… «Esto implica que no todos los grupos estarán haciendo lo mismo al mismo tiempo, y que no para todos serán necesarios los mismos recursos. La actividad en el aula se diversifica y el espacio tiene que responder constantemente a esta diversidad organizativa, de uso, de recursos, de movimientos», explica.
Sin embargo, la fuerte asunción mantenida durante décadas de que el aula «es como es» hace que nos planteemos pocos cambios. Y cuando por fin se plantean, la dirección de esos cambios no es sencilla de decidir, «de ahí la necesidad de nuestra investigación para ayudar a tener criterio para que el cambio del espacio se haga con garantías», señala el profesor de la UOC.
Cambios de diseño también en secundaria
En la actualidad, la mayoría de los docentes valora negativamente la organización del ambiente en su clase. Es uno de los hallazgos del estudio, que señala que se obtuvieron puntuaciones bajas o moderadas en la idoneidad real de las aulas para actuar como espacios integrales de aprendizaje. Pero hay diferencias entre los distintos niveles de educación, ya que el diseño de espacios de aprendizaje de educación preescolar y primaria generalmente es más flexible, colaborativo y personal, afirman los autores del estudio
«Es precisamente en las etapas de infantil y primaria donde han estado más presentes y suelen ser más visibles corrientes pedagógicas como las desarrolladas desde inicios del siglo veinte, en las que los espacios, su disposición, mobiliario, etc. ya se vinculaban a significados pedagógicos claros», afirma Angelina Sánchez-Martí, investigadora del proyecto Smart Classroom Project y profesora Serra Húnter de la Universitat Autònoma de Barcelona.
Por el contrario, la disposición tradicional de los espacios está mucho más establecida entre los centros y profesorado de secundaria. Por eso, los autores de la investigación valoran el hecho de que durante la investigación hayan comprobado que hay docentes y centros de esta etapa que son conscientes de que sus espacios no responden a las metodologías que quieren implementar.
«Los espacios smart que hemos implementado en la investigación se codiseñan desde la rigurosidad, la exigencia y la búsqueda de objetivos y resultados máximos en el aprendizaje que plantea cada centro. Y esos espacios se necesitan en todas las etapas», advierte Guillermo Bautista.
Otro resultado destacable es que el profesorado se muestra especialmente crítico a la hora de valorar la integración de la tecnología en las aulas. Pero, en opinión de los autores del estudio, no es un dato sorprendente, ya que «precisamente las tecnologías son las que ponen en jaque los espacios y tiempos y, por lo tanto, exigen una gran flexibilidad y adaptación constante al cambio, además de una reformulación de los espacios de aprendizaje», señala Sánchez-Martí, quien añade que las posibilidades que ofrece la integración tecnológica en cuanto a la creación de nuevas formas de relación y aprendizaje «chocan de pleno con el diseño tan normalizado que emana de que las escuelas deben estar basadas per se en aulas, sin que esto tenga que ser necesariamente así».