Cuando pensamos en accesibilidad en las escuelas, solemos reducir el concepto a elementos físicos como rampas, ascensores o baños adaptados. Sin embargo, la inclusión va mucho más allá. 

La inclusión implica transformar nuestras metodologías educativas, los recursos didácticos y la formación del profesorado para garantizar que todos los estudiantes puedan aprender y participar activamente.

Es imprescindible que las escuelas sean espacios en los que se celebre la diversidad, en los que se pase de la sensibilización a la acción. 

El pasado 3 de diciembre fue el Día Internacional de las Personas con Discapacidad y en el Colegio Carmen Hernández Guarch, de Tres Cantos, se aprovechó para llevar a cabo un taller capaz de transformar perspectivas. 

En colaboración con el Centro de Recuperación de Personas con Discapacidad Física (CRMF) de Madrid, se adaptó un taller para todos los cursos de primaria del colegio. Los escolares descubrieron cómo funcionan las sillas de ruedas, trataron de escribir con un pie y adivinaron distintos olores como si padecieran del sentido de la vista, entre otras actividades. 

Todas y cada una de las estaciones que se colocaron, animaban a los niños y niñas a ponerse en el lugar de la persona con discapacidad. Lo más conmovedor fue observar cómo, tras estas experiencias, surgieron preguntas sinceras y reflexiones profundas. 

Este tipo de vivencias reafirman la necesidad de trabajar por una educación verdaderamente inclusiva, sin necesidad de recordar un día al año la importancia de la discapacidad. El compromiso ha de ser diario y activo. Sin embargo, a pesar de los avances en políticas inclusivas, aún queda un largo camino por recorrer. 

Según la UNESCO, casi la mitad de los niños con discapacidad en países de ingresos bajos y medios no asisten a la escuela. En España, aunque las cifras de escolarización son altas, aún encontramos barreras, tanto físicas como sociales, que limitan el acceso equitativo a la educación. 

Es necesario formar a los profesores en diversidad funcional y normalizar el uso de herramientas adaptadas en las aulas. Talleres, charlas y/o actividades como estas son excelentes para fomentar la empatía y el respeto en edades tempranas. Además, la colaboración con asociaciones especializadas pueden ser un apoyo invaluable. 

La educación inclusiva no sólo beneficia a las personas con discapacidad, sino que promueve una sociedad más justa y empática. Como docentes, familias y ciudadanos, debemos comprometernos a derribar los obstáculos porque, al final, educar en la diversidad es educar para la vida.

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