Rafael Ramón Arroyo Nadales[1]

Si el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS para los amigos) hiciera hoy día una encuesta preguntando a los españoles que opinan de la esclavitud, estoy seguro de que casi el cien por cien de los encuestados considerarían que es inhumano secuestrar a una persona, quitarle todos sus derechos como ser humano y obligarle a trabajar como esclavo.

Si en una segunda pregunta se nos preguntara qué sabemos sobre la esclavitud en España, la mayoría de los encuestados reconocería su gran ignorancia en ese tema. Incluso encontraríamos un apreciable porcentaje de personas que aseguraría que en España nunca hemos tenido esclavos.

Nada nos enseñaron en el colegio ni en el instituto. Pero el origen de la esclavitud como negocio lucrativo hay que buscarlo en la Península Ibérica.

Muchos autores consideran que fue un rey portugués, Alfonso V, quien heredó un reino dividido y arruinado económicamente, el que, como parte de su política intervencionista y expansionista en África, inició el negocio de fletar barcos con destino al Golfo de Guinea, Islas de Cabo Verde y otros destinos africanos con el propósito de secuestrar negros e importarlos con la finalidad de venderlos como esclavos. Así surgió en Lisboa el primer mercado de esclavos africanos.

Debió ser sin duda una actividad muy lucrativa, ya que, marinos procedentes del sur de Andalucía (Golfo de Huelva) organizaban una suerte de piratería consistente en esperar, atacar y robar a los barcos portugueses que volvían a su metrópolis cargados de esclavos. Esta actividad origina el primer mercado castellano que se situó en Sevilla.

El reino de Aragón hizo lo propio con las capturas de naves berberiscas, turcas y eslavas. Los productos originados se vendían en Valencia.

Los esclavos vendidos en la Península eran mayoritariamente moriscos, canarios, indios, negros, orientales y turcos.

¿Cuál fue la postura de la Iglesia? Permitió el tráfico de personas siempre que fueran infieles, obligando a los propietarios a enseñarles el catecismo y a bautizarlos cuando estuviesen suficientemente preparados. Esa fue la excusa general que cubrió el tráfico con el propósito de que era el camino más corto para conseguir que los infieles abrazaran la fe verdadera y así salvaran sus almas del infierno.

No obstante, siempre hubo un sector de la Iglesia opuesto a la esclavitud. En Aragón se obligaba a los amos a liberar a los esclavos una vez bautizados, lo que provocó el enfado de los propietarios que se consideraron económicamente perjudicados y preferían no bautizar a sus esclavos. En Castilla, en cambio, estaban en entredicho los propietarios cristianos que mantenían en esclavitud a otros cristianos.

Hasta que otra excusa liberó de escrúpulos a las conciencias: era injusto obligar a un propietario a liberar al esclavo bautizado provocando la pérdida de su inversión. Así que se consideró justo mantenerlo en esclavitud hasta que compensara con su trabajo el gasto que había ocasionado al propietario comprador.

No todo era negativo. Si bien es cierto que algunos conventos y hospitales compraban esclavos para que trabajaran, también los hubo que ahorraban todo lo que podían para comprar y liberar esclavos. Fray Bernardo de Manrique, obispo que fue de Málaga a mediados del siglo dieciséis empleó toda su cuantiosa fortuna en comprar esclavos y liberarlos. Se dijo de él que nació en sábanas de seda y murió en sábanas prestadas.

¿Cuál era el régimen jurídico que había que aplicar a los esclavos? Se consideró que sería útil aplicarles el Código de las Siete Partidas promulgado por Alfonso X El sabio. Y así, una legislación medieval se mantuvo en vigor en España hasta muy avanzado el siglo diecinueve. ¿Y la constitución liberal de 1812? Si la leemos con atención, en su título uno dice que se aplicaría a todos los ciudadanos libres.

Me gustaría resaltar un par de detalles. En España, los propietarios estaban obligados a dejar a sus esclavos tiempo libre para que pudieran trabajar por cuenta ajena, ahorrar dinero y pagar su propio rescate. Esta costumbre también provocó casos de picaresca que no puedo detallar por no alargar más este artículo.

Así mismo, el esclavo trabajaba para su amo que también podía alquilarlo. A los varones por ejemplo en faenas agrícolas u obras públicas. Las mujeres, además se alquilaban como amas de cría, reproducción y prostitución.

Las esclavas no tenían hijos, sino crías. Así aparece en todos los documentos jurídicos o notariales. Según la Ley de la Sangre (volvemos al Código de las Siete Partidas) el hijo de una esclava también era esclavo. Si el padre era el propietario de la esclava podía reconocerlo como hijo y liberarlo, pero no estaba obligado, por lo que muchas crías eran vendidas cuando llegaban a una edad en la podían trabajar.

Esa era una de las razones por las que una esclava se vendía más cara que un esclavo. No hará falta mencionarlo porque es fácil de imaginar. A la hora de comprar se valoraba la posibilidad de que la esclava, llegada la noche, cubriera las apetencias sexuales del propietario.

España fue uno de los últimos países en los que se ilegalizó la esclavitud. La definitiva abolición no llegó a España hasta el 13 de mayo de 1888, reinando ya Alfonso XIII. Esta abolición fue un proceso largo y complejo que duró cinco décadas aproximadamente.

Estas líneas son un resumen de varios años de trabajo buscando documentos en Internet o, acudiendo a buscarlos en archivos históricos de Madrid, Granada o Sevilla.

No quiero terminar este artículo sin aconsejar a los lectores que no duden en investigar sobre este tema, silenciado en los planes de estudios de nuestros hijos, pero apasionante porque esconde el sufrimiento de decenas de miles de seres humanos.

  1. Rafael Ramón Arroyo Nadales

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