«La bella Otero», el esperadísimo estreno absoluto de la primera producción del Ballet Nacional de España bajo la dirección de Rubén Olmo, es una pieza que puede calificarse de state of the arts, con una arquitectura perfecta de la vida de Carolina Otero, quien aprendió, tras ser violada y posteriormente vendida por su primer amante a un aristócrata portugués, a utilizar a los hombres en su beneficio en lugar de ser utilizada por ellos, pero a costa de renunciar para siempre al amor.
La bella Otero está interpretada por la bailaora, en este caso bailarina de múltiples facetas artísticas, Patricia Guerrero, quien no solamente hace disfrutar de la excelencia de su danza sino también como consumada actriz. Con esta interpretación, Patricia ha demostrado que no hay límites para su arte.
Entrevisté a Patricia Guerrero en enero de 2020, en el festival de Nîmes. Hablando de su decisión de irse a Sevilla allá por 2004, me dijo: «Cuando llegué a Sevilla con dieciocho años, decidí tomar clases en la escuela de Rubén Olmo. Esa noche fui a pedir trabajo al Tablao Los Gallos y ya salí en el fin de fiesta. Al día siguiente fui a la clase de Rubén, y a los tres días me dijo que quería contar conmigo para un proyecto suyo. Y a los cuatro días me llamaron del tablao para darme trabajo. Fíjate qué decisión la de ir a Sevilla, por eso te digo que mis decisiones me han marcado».
Patricia es una de las personas con mayor espíritu positivo que conozco y esto también es determinante, tanto en la acertada toma de decisiones en su vida, como en el desarrollo fulgurante de su jovencísima carrera.
De largo pues les viene a Patricia y a Rubén su relación artística. También fue su primera bailarina en el Ballet Flamenco de Andalucía con él como director. En la conversación mantenida con ella en Nîmes, al preguntarle por sus planes futuros, ya me dijo off the record que iba a ser la bella Otero como artista invitada, pero que aún no tenía permiso para decirlo. Esa entrevista forma parte desde febrero de este año de mi libro «FLAMENCOS Conversaciones con artistas».
«La bella Otero», primera creación argumental de Rubén Olmo para el BNE es una obra arriesgada, entre el ballet, el musical y el teatro, bien resuelta por su director y coreógrafo y la excelente dramaturgia de Gregor Acuña-Pohl. A ellos se deben las escenas que escapan a la arquitectura tradicional de un ballet, escenas fruto de la formación y trayectoria teatral de ambos artistas. Es como estar ante un doble espectáculo perfectamente sincronizado. Y es que resumir una historia como la de la Bella Otero en dos horas largas requiere este nivel de teatralización para resultar coherente.
Escenas
Las escenas sumergen al espectador en las andanzas de la bella Otero, en sus personajes históricos, incluidas las seis testas coronadas que fueron sus amantes y la cubrieron de joyas que ella se pulió en los casinos de Niza y Montecarlo. Dejó tras de sí suicidios de hombres que la amaron o la desearon. Vivió como quiso, fue una auténtica celebrity de rango internacional, algo impensable para una niña nacida en la segunda mitad del siglo diecinueve en una aldea perdida en la geografía gallega y con pésimos principios. Es decir, fue una mujer muy inteligente. En resumen «La bella Otero» es una reflexión sobre el maltrato, la ambición, el éxito, la incapacidad de amar y la soledad.
Para una obra tan compleja y diversa Rubén Olmo ha contado con el concurso de una serie de músicos bajo la dirección de Manuel Busto. Músicas que describen cada situación. El dramatismo de las dos primeras escenas, Romería y llanto y Canasteros, en que Carolina Otero escapa para siempre de la aldea donde fue violada durante una romería y se fue con un grupo de artistas ambulantes, donde descubre el amor, que la traiciona vendiéndola a un duque.
Manuel Busto emerge como compositor y coordinador en las escenas de Carmen, en la que nuestra protagonista se inspira para hacerse independiente; Aprendiz de estrella, con el maestro Bellini; Folies Bergère en la que Sara Arévalo impersona a Loïe Fuller, asombrosa en su danza de telas voladoras; Carolina Otero vestida de torero y cubierta de joyas, seguramente la primera vez que una mujer se vistió de hombre en la historia de la danza occidental; Belle époque, con la impactante escena del paseo por el Bois de Boulogne, con un impresionante desfile de moda que recuerda mucho a la escena de Ascot en My fair Lady. Y en Espectros del pasado cuando la bella, olvidada, solo vive de sus recuerdos.
Otra escena icónica, la Gira Mundial con música de Agustín Diassera, narra sus éxitos en Nueva York y su relación con el káiser Guillermo, detonante del suicidio de Ernest A. Jurgens, el autor de su transformación en una bailarina capaz de seducir al mundo. No pudo soportarlo.
Alejandro Cruz es el compositor de la música de tres escenas cumbre: Casino de Montecarlo, donde descubre el juego que la llevaría a la ruina; Cumpleaños en Maxim’s en la que aparece rodeada de Eduardo VII aún Príncipe de Gales, Alberto I de Mónaco, Guillermo II de Alemania, Leopoldo II de Bélgica, el zar Nicolás II de Rusia y Alfonso XIII de España. Carolina Otero celebraba su treinta cumpleaños. Ella bailó una danza oriental que culminó en ofrecerse a ellos en bandeja de plata colocada sobre la mesa. Y Rasputin. Carolina intenta seducirle y él, con su magia oscura, labra su desgracia y desaparición de la escena social y artística. La condena a verse envejecer sola. Si esto es un hecho histórico, vaya tela.
Una sola palabra describe todo el vestuario: suntuoso. Lo firma Yaiza Pinillos y debe de haber estado entre lo más costoso de la producción.