La apicultura en España se ha reconocido como manifestación representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial.

La propuesta, a iniciativa del ministro de Cultura, Ernest Urtasun ha sido aprobada en el Consejo de Ministros del 11 de marzo de 2025 a través de un Real Decreto.

El reconocimiento contribuirá a la salvaguarda de esta práctica presente en múltiples regiones del territorio español, con fuertes valores de carácter identitario y de gestión territorial.

En la actualidad, esta actividad se enfrenta a múltiples riesgos y amenazas derivadas del cambio climático, de los plaguicidas y de la competencia en un mercado globalizado, entre otras.

Además, el papel de la comunidad portadora en el conocimiento y práctica de la apicultura es fundamental y, sin embargo, en algunas zonas apenas hay relevo generacional, lo que dificulta la continuidad de esta manifestación.

El pasado mes de febrero el Consejo de Ministros ya aprobó un Real Decreto por el que se modifica la norma de calidad relativa a la miel, con el objeto de incorporar a la legislación nacional las modificaciones introducidas en la directiva de la Unión Europea.

En España existen las siguientes mieles con Denominación de Origen Protegida (DOP): Miel de La Alcarria (desde 1996); Miel de Granada (desde 2005); Miel de Tenerife (desde 2014); Miel de Campoo-Los Valles (desde 2014); Miel de Liébana (desde 2016) y Miel de Villuercas-Ibores (desde 2017).

Las últimas dos mieles con DOP han sido Miel de Ibiza (2023) y Miel de Málaga (2024).

Con Indicación Geográfica Protegida (IGP), desde 2007, Miel de Galicia y desde 2022 la Miel de Asturias.

Práctica viva

El procedimiento de producción apícola consiste, desde sus inicios, en lograr que se sostengan colonias de abejas en colmenas en las que elaboren panales de los que se recoge miel y de los que se obtienen cera y otros productos derivados.

La implantación de la apicultura a lo largo de los siglos ha ido avanzando hasta las técnicas apícolas modernas, como es el caso de la apicultura movilista, que en España empezó a ser mayoritaria a partir de los años 70.

Sus prácticas y saberes están asociados a distintos ámbitos, desde la relación con la naturaleza a las actividades agroganaderas, los usos culinarios o los rituales asociados a cada una de las fases: captura de enjambres o enjambrazón, cata y colado, a las que se suma la transhumancia apícola.

Asimismo, en torno a estas prácticas productivas se ha desarrollado todo un marco de festividades, creencias, valores, oficios y actividades, formas de vida y de gobernanza de los recursos territoriales, así como las distintas herramientas e infraestructuras relacionadas.

Estas prácticas siguen dejando huella en las comunidades implicadas y en ellas se integran tanto profesionales como personas que desarrollan la actividad apícola como complemento de otras actividades primarias, para el autoconsumo.

Por otra parte, la apicultura es una práctica que aporta importantes beneficios ecosistémicos tanto para la polinización y el mantenimiento de la biodiversidad como para la detección de las modificaciones producidas por el cambio climático, derivados del conocimiento tradicional de los procesos de floración, del clima, de las abejas –en particular, de la especie autóctona– y de su salud y comportamiento.

El valor de la polinización para el mantenimiento de la biodiversidad y la regeneración de ecosistemas también es un beneficio derivado de la protección patrimonial de la apicultura.

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