Coincidiendo con el año del centenario del nacimiento del pintor Álvaro Delgado, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando acoge en Madrid una gran exposición del artista que fue miembro de esta institución desde 1974 hasta su muerte en 2016, a los 94 años. Se trata de una muestra retrospectiva a través de la que se aprecia la evolución de su larga y prolífica trayectoria hacia una expresividad libre y espontánea de este representante de la pintura moderna española de la segunda mitad del siglo veinte.
Álvaro Delgado se inició como paisajista, identificándose con el concepto que tenían de este género los representantes de la Escuela de Vallecas Benjamín Palencia y Alberto Sánchez, quienes presentaban el paisaje árido y áspero de la meseta, con su intensa luz solar, y los alrededores de la ciudad de Madrid más allá de los solares y los descampados. Esta concepción del paisaje se identificaba con los escritores del 98 y su reflexión sobre la esencia de España. Pero en el caso de Álvaro Delgado está también el paisaje de Asturias (Navia) a partir de los años cincuenta, por el que sentía atracción.
Los comienzos de Álvaro Delgado se sitúan durante la guerra civil y los primeros años de la posguerra, que no llegaron a tener influencia en su pintura. Se formó con Daniel Vázquez Díaz, un renovador del arte moderno y sobre todo del paisaje y el retrato. Asimiló el cubismo pero no se dejó influir por el movimiento. Su obra posterior se ha inscrito siempre en la pintura figurativa de una modernidad moderada, que evitaba los planteamientos radicales.
Aunque en algunas obras rozó la abstracción, nunca dejó de ser un artista figurativo, cercano a la no figuración informalista, ni traspasó la línea divisoria que separa la figuración de la abstracción.
Otros géneros que trató con frecuencia fueron los bodegones y el retrato de personalidades de su tiempo (Haile Selassie) e incluso del pasado, porque para Álvaro Delgado el retrato no representaba sólo al personaje sino también su personalidad, que él trasladaba a las expresiones de su cara. A veces inventaba los retratos y otras los imaginaba (Bermudo I, Ramiro I) y frecuentemente hacía varias versiones de un mismo personaje.
Álvaro Delgado concibe el retrato como un cuadro a través del cual se establece un diálogo con un personaje, ya sea por su conocimiento personal o por el conocimiento de su obra o de su actividad. Son frecuentes los retratos de personalidades del mundo de la cultura (Aranguren, Cela, Leopoldo María Panero, Pere Gimferrer) y de los escritores de la Generación del 98 (Pío Baroja, Unamuno, Machado, Valle-Inclán).
Mención aparte merecen los cuadros de episodios históricos basados en obras conocidas, como la recreación que hace de los fusilamientos del 3 de mayo de Goya.
Dice Víctor Nieto en el catálogo de la exposición que la verdadera protagonista de la obra de Álvaro Delgado es la materia con la que desarrolla el tema sobre el lienzo: que el artista subordina el tema a la pintura y no la pintura al tema, que para él es sólo un soporte sobre el que colocar la pintura. En realidad, es la pintura misma, su color, su materia, su gestualidad, el verdadero tema. Para Álvaro Delgado la pintura refleja el intenso pulso de la vida del artista porque la pasión de este pintor era el propio acto de pintar.