Antonio Fernández Montoya, gitano de cuerpo y alma, en el arte El Farru, ha creado un espectáculo que ha llamado «Kintsugi», filosofía japonesa restauradora, para él un modo de inspiración con el que sanar heridas reviviendo experiencias con el alma puesta en el movimiento del baile más flamenco, más Farruco que yo le recuerdo.
Y es que estaba interpretando su propia vida, pasada y presente. Sanar heridas rememorando al padre que se fue en plena escena en brazos de su hermano mayor. Vida llena de drama la de esta familia. Y El Farru, Antonio Fernández Montoya, nombre que evoca poesía lorquiana y que seguramente lo hubiera sido de no vivir en tiempos dispares, ha querido afrontar frente al público, con su arte con denominación de origen, las heridas propias.
Con este propósito, por primera vez y muy sabiamente ha querido tener un director que en este caso lo es también de la primera Bienal madrileña, Ángel Rojas, también autor de un diseño de iluminación que recrea y trae al presente la dimensión del que ya no está aquí, Juan Fernández Flores, El Moreno, el Padre.
Un juego de palabras que aparecen fugazmente sobre el muro de ladrillo del patio, vida, legado, familia, camino, crecimiento, decepción, alguna más que no recuerdo, todas evocadoras de sentimientos que aquí se bailan y se cantan. Que para eso están Rafael de Utrera y El Galli, para llevar al límite del dolor y al fin a la realidad gloriosa del FLAMENCO, así con mayúsculas, a ese hijo mediano, familiarmente el más descolocado, entre la fuerza del mayor y los mimos del pequeño. El mediano, en un vacío que hay que superar y este Farru, Farruco a medias está aquí para vivir y hacer vivir a quienes ahí estábamos su tránsito hacia el encuentro consigo mismo en el Flamenco, el arte familiar, herencia del abuelo.
El Hijo. Por qué será que las indumentarias de El Farru siempre tienen significados asociados a su vida. Siempre, la necesidad de llamar la atención, de decir este soy yo y estoy aquí, en mi sitio, con mi baile, el más farruco de los descendientes de Farruco. Aquí, esta noche, primero de negro, color insólito en él, el negro de la pérdida del padre. Luego como en transición, un traje con matices marrones para finalmente aparecer como el Hijo triunfante, vestido de rojo que deja ver chaleco bordado a su estilo. Una forma de vestir por arriba que limita su braceo, quizá a imitación del abuelo, pero nunca sabremos si el abuelo Farruco de estar hoy presente hubiera vestido y bailado así.
En escena, una guitarra sola, sobre la silla de anea, sin tocaor, pero gran protagonista. ¿Qué es, que significa esa guitarra, qué ausencia evoca? La respuesta, en el abrazo final con ella.
La moda, que yo recuerde, de curar heridas a través del lenguaje más veraz, el del baile, el de la expresión corporal tan fuerte en el baile flamenco, la puso Ana Morales en escena hace años.
El Farru con la inspiración restauradora de Kintsugi se ha enfrentado esta noche a todas sus heridas.
Hablando de heridas. Buceando por internet en busca de un video para ilustrar esta historia a falta de material en vivo de la Bienal, encuentro que el 30 de octubre 2024, en el Museo Aga Khan de Toronto se puso en escena en estreno mundial absoluto «Kintsugi, Flamenco y curación» con la actuación de Farruquito, el mejor bailaor del siglo según The New York Times.
Dos semanas más tarde, el 15 de noviembre, en el mismo Museo Aga Khan, «Kintsugi, Flamenco y curación». El arte cautivador de El Farru, heredero de la legendaria dinastía Farruco. Estreno mundial absoluto dirigido por Ángel Rojas.
¿Heridas? ¿Cómo se explica un doble estreno mundial absoluto con dos hermanos a dos semanas de distancia en el mismo lugar?
Antonio Fernández Montoya El Farru en Madrid, en el Patio Sur de Conde Duque, este 29 de mayo 2025 hizo la mejor representación de su propia vida, sintió y transmitió sentimientos profundos.
Grande Farru.