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Siempre sucede que lo que se ve en este y otros festivales, en sedes «menores», en este caso en el Centro Social Blas Infante, nuevo este año en la programación, puede ser incluso de más categoría que mucho de lo que se programa en el Villamarta.
Esto se aplica a Trémula, proyecto conjunto de dos grandes bailaores y coreógrafos, Miguel Ángel Heredia y Alberto Sellés, que aquí también se muestran como buenos cantaores, enamorados del cante.
Trémula es un proyecto en línea con la escuela de Manuel Liñán, de poner en primer plano el hecho de otras sexualidades, tan proscritas en otros tiempos y ahora mismo en el mundo según Trump, que acaba de decretar que solo hay dos sexos. No sé si ahora podrían verse en la democracia norteamericana obras como aquel Viva! que Liñán llevó hace pocos años al Flamenco Festival. Vivir para ver lo que nunca se quisiera ya ver.
Todo en Trémula, el concepto, el movimiento escénico, la música, el baile y cante de los dos protagonistas y de Juan de la María e Iván Carpio; la guitarra de Jesús Rodriguez, la percusión de Paco Vega, más los diseños de iluminación y espacio sonoro. Todo converge en una obra de arte total, con arte y técnica, duende y emoción, uno de esos conciertos que dejan huella, que volverían a verse si se da la ocasión.
Aquí vimos flamenco de verdad, cantado, bailado y sentido desde la mismísima sentraña, del que cada vez se ve menos, del que se disfruta siempre porque llega al alma, transmite esas emociones sin las que la vida no tendría sentido.
Ahí estuvieron los cantes antiguos, en los que todos nos reconocemos, las letras con nombre propio, lo que se vive desde la raíz en la que nos reconocemos. El flamenco que nació en los patios de vecinos y llegó a todas las geografías y culturas y en todas ellas dejó huella.
Ellos disfrutando de su baile, transmitiendo su placer de bailar al placer del público. Alternando la solemnidad de la soleá con la fiesta de la bulería. Allí estuvieron la bambera, la caña, la malagueña, la liviana, la soleá apolá, otra vez la bulería. Y el romance. La farruca y el taranto; de Cái las alegrías, bulerías y tangos. La soleá por bulerías, la alboreá, la toná, la seguiriya…
Que derroche de cantes de siempre, de baile rebosando elegancia y complicidad, exquisitez y saber hacer, tanto en lo solemne como en lo festero. Dos bailaores distintos, que bailan desde los adentros, absolutamente geniales. Desde las cantiñas del inicio hasta las bulerías de Cádiz al cierre, pasando por la seguiriya oscura del cante de Heredia y el baile de Sellés tan lleno de dolor que hiere.
Pero donde dejaron sentimientos de lo que ya no se ve, fue en el paso a dos, el Cállate de Curro Durse, con enamoramiento, complicidad y arte de ayer, hoy y siempre. Dos bailaores enamorados del cante. Una noche de flamenco total, de cante primitivo andaluz, en un ambiente de colmao, como solía hacerse hace un siglo, pero con recursos escénicos de hoy y la maravilla descriptiva de la danza de dos de los más grandes.
Duende y flamencura dándose la mano. Triana con el Piyayo y Vallejo. La guitarra que se desbordó con la farruca. Y la percusión, tanto justa como protagonista.
A este flamenco tan puro, tan grande hay que ponerle todo el aje de Andalucía. No hay otro.
De lo mejor del Festival Flamenco de Jerez. Premio seguro de la crítica y debería serlo del público.
Heredia y Sellés, Sellés y Heredia. No hay palabras, se quedan cortas. La danza y el cante tienen otro lenguaje, más genuino, más profundo. El lenguaje flamenco.