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Jerez 2025: Eduardo Guerrero, El manto y su ojo

Llegó por fin la esperada noche del domingo 2 de marzo, noche del estreno absoluto en el Festival Flamenco de Jerez 2025 del último proyecto del sin par Eduardo Guerrero, El manto y su ojo.

Pensando en sus trabajos anteriores, asociados a sueños de Eduardo desde los ya lejanos días de Onírico en el Corral de la Morería, seguido de la trilogía dirigida por Mateo Feijóo, Sombra efímera I y II y Debajo de los pies, El manto y su ojo me parece una secuenciación hacia adelante, pero muy hacia adelante, en esta trayectoria artística de los sueños de Eduardo Guerrero.

Que es una obra de arte total, no hay duda. Que resulta muy inquietante en sus dos primeras partes, hasta la primera caída del telón y la actuación de Eduardo por el patio de butacas, hasta encontrarse de manera nada casual con Luis de Perikín, uno de los compositores de música de la obra, su diálogo y posterior cante del jerezano, por suerte sentado detrás de mí.

Que es un estímulo constante a la imaginación e interpretación personal de lo que va sucediendo en escena, al menos para esta espectadora, acostumbrada a identificaciones con lo que subjetivamente me sugieren esas secuencias de imágenes surrealistas, que suceden no en un plano real, sino en dimensiones en otros planos, en dimensiones que crea el que sueña, que dejan de existir cuando se despierta, como que la noche había dejado de existir, pongamos en este caso, Eduardo Guerrero. Incluso las Cobijadas[1], de quienes no tenía idea de su existencia, van sugiriendo realidades distintas en cada segmento de esta obra teatral, y su presencia en escena puede ser otro producto de los sueños de Guerrero.

Veo una enorme afinidad entre estas mujeres de Guerrero, las cantaoras Anabel Rivera, Felipa del Moreno, Julia Acosta, Pilar Sierra, Rosario Heredia y Samara Montáñez con las mujeres lorquianas. Las mujeres son importantísimas para ambos, y ahora estoy pensando en Jondo: Del primer llanto, del primer beso, obra reciente que entra en esta secuenciación hacia adelante en el devenir creativo de Eduardo Guerrero, que tanto ama sugerirse como un Cristo, que como Dios está presente en cualquier tiempo y lugar.

El cuerpo al límite

Impresiona ese cuerpo musculado de Eduardo Guerrero, ya acostumbrado desde los tiempos de Feijóo a llevarlo a situaciones límite, como bailar dentro de una burbuja. (Sombra efímera I) Aquí, en El manto y su ojo, sus límites se han expandido ad infinitum. Es increíble, casi no es humano, hasta que límites es capaz de someter a su cuerpo Eduardo Guerrero. Algunas situaciones producen angustia, casi sufrimiento en el espectador, aunque se trate innegablemente de Arte, con mayúscula.

En ese principio en que parece surgir del suelo, hasta que logra apoyarse sobre un muro, desnudo salvo por el paño de pureza, con el pelo largo, liso, casi tapándole la cara, sugiere una imagen de la pasión de Cristo, acompañado por las mujeres de Jerusalén. Que la intención del creador sea otra, sí, pero él sabe que está jugando con las imágenes que él presenta al receptor, las que éste pueda tener en su imaginario. Tampoco voy a mencionar los sueños descritos en la sinopsis de la obra, que pertenecen al que los sueña. Esto es arte contemporáneo, el espectador es libre de percibir de otro modo lo que ve.

La escena en la que las Cobijadas rodean al personaje que sueña en procesión, con candelas encendidas, pueden llevar a imágenes de la Santa Compaña, almas que anuncian la muerte, en una joya literaria, El bosque animado. El concepto de muerte está muy presente en la simbología de esta obra.

La banda blanca con la que envuelven o atan esas mujeres al protagonista, no es un elemento nuevo en el teatro actual; hace poco he visto algo semejante en una reciente versión teatral de Amor de Don Perlimplín…

También en algo de Rocío Molina está ese elemento perturbador. En la interpretación de los sueños freudiana, base del surrealismo, el hecho de atarse o permitir que otros lo hagan, significa una renuncia a la libertad por miedo. Aquí Eduardo se escapa mediante la primera caída del telón y subsiguiente escapada total al patio de butacas…

La última parte, la más libre o la más real, ya liberado de sueños y malos despertares, es danza flamenca, con el protagonismo compartido con la guitarra de Pino Losada. Baile y toque. El baile tira de la música. Flamenco a palos, símbolo de la libertad recuperada. No más pesadillas, porque lo de Eduardo Guerrero en este manto que oculta todo menos medio ojo, tiene más de pesadilla que de sueño. Quizá producto de algo que se cobijó, cito, «en la intimidad de su infancia».

Es la primera vez que Rolando San Martín dirige un trabajo de Guerrero. Excelente trabajo, dada la enorme complejidad conceptual artística y de puesta en escena. Una puesta en escena muy acorde a todo lo que sucede y cómo sucede ahí.

El manto y su ojo no es una obra de arte fácil, pero es una inmensa obra de arte. Mi querido Guerrero ya ha traspasado todos los límites.

O quizá todavía no.

  1. Cobijadas: Mujeres que usaban el manto con el tapado a medio ojo para ocultar su identidad y gozar de su libertad en su época.
Algunas cosas que he aprendido a lo largo de mi vida. Soy Licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, master en Psicología del Deporte por la UAM, diplomada en Empresas y Actividades Turísticas, conocedora de la Filosofía Védica. Responsable de Comunicación y Medios en Madrid de la ONG Internacional con base en India, Abrazando al Mundo. Miembro de la British Association of Freelance Writers. Certificada en Diseño de Permacultura. Trainer de Dragon Dreaming, metodología holística para el crecimiento personal, grupal y comunitario en el amor a la Tierra. Colaboradora en Periodistas-es y en las revistas Natural, Verdemente, The Ecologist para España y América Latina. Profesora de inglés avanzado.

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