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Javier Cuenca: autenticidad y belleza

Anoche tuve la suerte de asistir a la puesta de largo del último trabajo del músico madrileño Javier Cuenca, un disco que él ha decidido titular Notas al margen. ¿Al margen de qué? ¿Al margen del camino, al margen de la vida?

Título tan humilde cuando da de lleno en temas tan cruciales como la incomunicación entre dos seres humanos parece responder a aquello que los antiguos llamaban captatio benevolencia (atrapar el interés del público aparentando una extrema sencillez) antes que a la insignificancia de sus argumentos.

Algo que le sirve a Cuenca para dar de lleno en la diana del sentimiento y sorprender a su interlocutor que aguarda descuidado con el corazón abierto.

Esto no es casual, pues se trata de un disco que, según me cuentan, es el séptimo de su carrera, con lo cual el chaval (Madrid 1968) ya está curtido en estos ruedos de la composición y además es periodista.

Me lo cuentan, me lo tienen que contar casi todo de él, porque yo lo conocí hace muy poco, cuando asistí al concierto en Libertad 8 de Juan Antonio Ordóñez, quien hoy es su productor, y de la pianista y compositora Carolina Loureiro, quien lo acompaña al piano en el disco y aquí donde estamos, en Espacio Ronda (Ronda de Segovia 8), como entonces acompañó a Ordóñez.

Ya en aquella ocasión de Libertad 8 en que actuó también Javier Cuenca por invitación de Ordóñez, me pareció una joya de armonía en voz y letra y se anunció con una de las canciones de este disco, Notas al margen, aún en ciernes su grabación. Me impresionó y quise seguirlo, cosa que fue posible gracias a las redes sociales.

Hoy estoy aquí oyéndolo en concierto y me considero una privilegiada.

Todas las canciones de Notas al margen, doce en total, están compuestas por él mismo en letra y música excepto dos, cuyas letras se corresponden con sendos poemas de Juanlu Mora y Marta Arteaga.

Dos poemas preciosos que uno desearía reproducir aquí, y a los que Javier Cuenca «ilumina» con su música como los antiguos hacían con las letras que consideraban esenciales.

Las cantó todas: (en el disco duran 42 minutos), él a la guitarra, Loureiro al piano, con un interludio compositivo de la propia Loureiro en honor a Satie, y hubiera seguido a petición del público «hasta el amanecer» si se hubiera dejado llevar por las aclamaciones, aunque, muy inteligentemente, cortó a la tercera propina con la titulada «Melilla», que había seguido a «París» y a «Ciudad», las tres de discos anteriores que el público cantaba y coreaba.

Por los títulos, ya se ve que no desdeña en absoluto la actualidad, pero siempre vista desde la recepción, desde las impresiones que en él provoca.

Javier es un músico intimista, sin duda, en la línea de Serrat y de Aute, también de Krahe y de tantos otros como Sabina, Marwan o el propio Ordóñez. Como ellos, aspira a llegar al corazón de mucha gente y lo va a conseguir. Basta con que lo escuchen.

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