«Impactos sociales del cambio climático», publicación de la profesora de Economía en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, y miembro de la comunidad científica internacional sobre este cambio, Cristina García Fernández, es a decir de Esteban Sánchez Moreno, director del Instituto Universitario de Desarrollo y Cooperación de la UCM, su mentor y prologador, un libro necesario.
Además de las razones científicas que él aduce para garantizar su necesidad, de las que hablaremos más adelante, la primera razón que vemos para avalar la lectura del libro es la constatación del desconocimiento, incluso a los niveles más básicos, de lo que por experiencia tenemos ante nuestros ojos.
Y aún peor que el desconocimiento, es la resistencia al conocimiento, en muchos casos producto de una incultura negacionista que observamos en amplios sectores de la sociedad civil, incluyendo a ciertos sectores políticos, que por razones interesadas se resisten a distinguir la diferencia entre cambio climático y variaciones climáticas.
Estamos ante un gran desafío que ya está aquí, que no es un posible problema futuro, sino que ya está asentado en el presente.
El primer capítulo del libro pone ante nuestros ojos su origen, sus antecedentes, los impactos y la política económica, el cuestionamiento sobre mitigación o adaptación, las evidencias, las negociaciones internacionales sobre el cambio climático (CC), el análisis y constatación de las razones del fracaso de las cumbres del clima por los compromisos poco exigentes y no vinculantes que alcanzan sobre la reducción de emisiones de CO2, en su mayor parte por el uso de combustibles fósiles, que tienen mucho que ver con los lobbies contratados por las grandes empresas energéticas y otras, para que imposibiliten posibles acuerdos que puedan poner en peligro su permanencia productiva. Y concluye con la reflexión sobre las soluciones posibles.
Sin duda, lo más impactante del libro es el contenido del segundo capítulo, el que trata de las migraciones climáticas, porque habla ni más ni menos que del enorme sufrimiento humano que puede derivarse tanto de impactos repentinos como huracanes, inundaciones, erupciones volcánicas; o de procesos lentos, como la subida del nivel del mar, el deshielo o la desertificación, que van agotando los recursos de vida básicos y pueden provocar desplazamientos masivos de poblaciones, ya sea de forma forzosa o por elección, anticipándose a lo inevitable. Todo ello conlleva fragmentación familiar y social, con menor o mayor capacidad de adaptación, según los casos.
La mayoría de la población puede pensar que por el momento estos desplazamientos multicausales, domésticos o internacionales no implican a demasiadas personas. El drama, no por desconocido menos cierto, es que a día de hoy el número de migrantes por cambio climático a nivel global, supera al de los migrantes por cualquier otra causa, guerras y conflictos de cualquier tipo, exilios políticos, etc.
Pero lo más desconocido de ese drama es la indefensión social y jurídica de esas personas. Mientras que los migrantes por otras causas están reconocidos y acogidos por el Derecho Internacional de Refugio, (Convención de Ginebra 1951) el migrante climático carece de cualquier reconocimiento social, institucional o jurídico.
El migrante o refugiado climático se encuentra en un limbo, incluso de definición dudosa, ya que para considerar a estos migrantes como refugiados habría que cambiar el Estatuto de los Refugiados, cosa nada fácil ni probable, ya que los países desarrollados huyen de la posibilidad de concederles el mismo estatuto que a aquellos y hasta ahora nadie ha optado por crear ese precedente.
Si añadimos a esto el populismo, la xenofobia, por no hablar del ya citado negacionismo, ya sea interesado o por la ignorancia que nos rodea, la situación del «refugiado climático» roza la inexistencia. De facto, las migraciones climáticas están reconocidas como mera existencia, pero no como un derecho humano.
Algún reconocimiento de derecho se ha intentado; Cancún 2010, «reconocimiento de la existencia de migraciones por cambio climático»; Acuerdo de París 2015 sobre cambio climático, vinculante, «no aborda de forma directa el impacto del CC en la movilidad humana», con solo una breve mención en el Preámbulo y en las Decisiones.
En los últimos años ha habido avances descritos por la autora, que permiten intuir que en un futuro indeterminado se alcanzarán garantías de acción y justicia climáticas.
Del capítulo tercero destacaremos el papel de las organizaciones internacionales, i.e. la Unión Europea (UE) y la OTAN en lo que respecta a la seguridad internacional en el conflicto; y como paradigmas, los casos del Sahel y del Ártico.
Sintetizando, la UE hizo una evaluación en 2008 de las posibles implicaciones de seguridad del CC desde una perspectiva comunitaria, con el resultado de un manifiesto sobre la existencia de un fuerte vínculo entre CC y seguridad internacional; en 2016 surgió un plan que apuntaba a la lucha contra el CC como una de las prioridades estratégicas de la política exterior de la UE; en 2022 el Consejo Europeo reconoció que «efectos directos e indirectos del CC, como pérdida de la biodiversidad y degradación del medio ambiente, son un riesgo para los Derechos Humanos y para la seguridad de las personas y de los estados»; en 2023 la UE reafirma que la diplomacia climática y energética es un componente fundamental de su política exterior, e impulsa la colaboración con socios mundiales para aplicar el Acuerdo de París (2015) y la transición energética mundial.
Sin embargo, a pesar del creciente número de estudios, informes y estrategias sobre seguridad que consideran que el CC es un enorme desafío para la paz y estabilidad mundiales, aún persiste un cierto desacuerdo sobre la correlación entre CC y conflictos de todo tipo, entre otros el migratorio.
De la OTAN iremos directamente a la cita de la reciente cumbre de Madrid 2022 en la que quedó patente que el calentamiento global influye en sus actividades y define los efectos que el CC tendrá sobre su organización, pero no desarrolla un plan específico de viabilidad para la seguridad de sus estados asociados. Un ejemplo crítico, la guerra de Ucrania pone sobre el tablero que la dependencia energética de Rusia y China obligaría al mundo occidental a la aceleración de la transición a las energías renovables. Y la peor noticia es que las expectativas sobre las tendencias futuras del CC han empeorado en los últimos años.
Siguen informes científicos varios sobre este hecho. A ver, en el hipotético caso de que se redujera muchísimo la huella de carbono, esto crearía un efecto paliativo a futuro. Pero el daño que ya está hecho es imparable. Pues aún hay quien no lo ve.
La profesora García Fernández expone dos casos muy vulnerables relatados ampliamente por el IPCC (Panel Intergubernamental de Expertos sobre CC) los de la región del Sahel, compuesta por diez países africanos, y los de la zona del Ártico. La vulnerabilidad del Sahel se deriva de su elevada exposición a los efectos del CC por su estructura socioeconómica, causa de una escasa capacidad de adaptación. Es un paradigma de vulnerabilidad del medio natural, desertificación causada por factores como la deforestación, exceso de cultivos y escasez de agua, agravada por el calentamiento global, exacerbación de conflictos armados por el avance de estos efectos y éxodo de la población. Las mujeres se quedan, ellas tienen a su cargo las cosechas del 75 por ciento de la producción alimentaria del África Subsahariana.
El Ártico es la región del planeta donde más se notan los efectos del CC. Según el IPCC 2021 la temperatura allí ha aumentado más del doble de la media global, causa del deshielo intensificado de forma que disminuye exponencialmente la superficie helada que reflejaba la necesaria radiación solar hacia el espacio. El cambio es tan rápido que dificulta la capacidad de adaptación.
Las consecuencias geopolíticas y estratégicas están siendo fuente de conflictos en los países en competición por las nuevas rutas comerciales abiertas por el deshielo polar, que al mismo tiempo potencia el calentamiento global. En este caso la ONU es la organización responsable de velar por la paz mundial, la que arbitra las disputas vinculadas con la soberanía territorial y la que promueve las negociaciones internacionales sobre cambio climático. Las naciones afectadas en este caso son Rusia, Canadá, Dinamarca, Noruega y Estados Unidos.
La profesora García Fernández dedica un capítulo de su libro «Impactos sociales del cambio climático» al estado de California, objeto de su investigación durante las tres estancias que ha desarrollado en la Universidad de California Los Angeles (UCLA) como profesora invitada. Lo más impactante, es que la región más rica de Estados Unidos y la quinta del mundo es la que cuenta con una de las mayores tasas de pobreza en el país, si bien hay muchas organizaciones privadas dedicadas a la mitigación de este efecto. La vulnerabilidad al cambio climático es altísima por un amplio abanico de factores.
«Impactos sociales del cambio climático» cerrará las presentaciones de la Séptima Expo Literaria Internacional organizada por radio Nuestra América on line, ubicada en Estados Unidos y escuchada en toda la América hispano hablante, el próximo 2 de marzo 2024.
«Impactos sociales del cambio climático», publicado por la editorial Catarata, está disponible en más de seiscientas librerías en España y en Amazon.