En 1838 Edgar Alan Poe publicó un relato titulado «Las aventuras de Arthur Gordon Pym». En él se cuenta un episodio de antropofagia en el que cuatro supervivientes de un naufragio echan a suertes cuál de ellos va a ser sacrificado para salvar al resto. Le toca a un marinero llamado Richard Parker.
Cincuenta años después, el yate «Mignonette» naufraga a unas 1600 millas del cabo de Buena Esperanza. Los cuatro tripulantes embarcan en un bote salvavidas. Más de un mes después, agotados el agua y los alimentos, uno de ellos, el grumete, cae enfermo y los otros tres lo asesinan y devoran su cadáver. El grumete se llamaba Richard Parker.
Este es uno de los fascinantes episodios que cuenta el periodista Cyril Hofstein en «Atlas de infortunios en el mar» (geoPlaneta), un libro que recoge 37 historias de naufragios y desventuras acaecidas en todos los mares del planeta a lo largo de la historia. Casi todas son reales y las que no lo son, como la del holandés errante, permanecen como leyendas o misterios sin resolver en la memoria colectiva de los hombres del mar.
Naufragios, desapariciones, buques fantasma, motines, batallas navales, tragedias… son narradas por Hofstein como si fueran capítulos de una larga aventura de la historia, con un lenguaje literario que recuerda a las novelas de Salgari y de Julio Verne. Precisamente Verne se inspiró en la historia real de la goleta «Grafton», atrapada durante veinte meses en los arrecifes de la isla de Auckland, para escribir «La isla misteriosa» después de que un superviviente del «Grafton», el francés François Edouard Raynal, publicara un artículo en «Le Tour du Monde» contando las penurias padecidas por la tripulación.
Una de las que conecta con la actualidad es la del filibote francés «Grand Saint Antoine», que en 1720 llevó al puerto de Marsella la peste que portaban los piojos y las ratas que salieron de sus bodegas y se expandieron por la ciudad. La peste se transmitió rápidamente a Avignon, Montpellier, Perpignan, Burdeos… y llegó a Inglaterra, Grecia y toda la Europa meridional.
Son frecuentes las historias recopiladas por Hofstein que se refieren a hallazgos de pecios con tesoros, casi todos ellos de buques españoles. La más antigua data del siglo primero, sobre un barco encontrado en los alrededores de la isla de Giraglia con ánforas, cisternas y tinajas intactas. Más reciente es el caso del galeón «Nuestra Señora de las Maravillas», hundido en 1656, descubierto en 1972 y rescatado en 1980 con lingotes de oro, monedas y joyas, o el del «San Diego», hundido en 1598 y rescatado en 1991.
El más sorprendente es el de «Nuestra Señora de la Concepción», que naufragó en 1641 y del que en 1687 William Phips, un oficial de la marina inglesa, extrajo 34 toneladas de monedas y lingotes de oro, plata y alhajas. El comandante Cousteau, convencido de que la mayor parte del tesoro aún permanecía en el pecio, inició en 1968 una nueva expedición pero los restos que encontró pertenecían a otro buque. En 1978 el cazatesoros Burt D. Webber descubrió al fin el galeón y el tesoro que aún permanecía en él.
Otros hundimientos con tesoros y objetos de valor permanecen hundidos o no han sido aún localizados. El «Vrow Maria» se hundió en 1771 con treinta valiosas obras de arte de Catalina la Grande para el museo del Hermitage. Los lienzos iban embalados en cilindros herméticos. En 1991 se descubrió el pecio pero cuestiones de Derecho internacional sobre la propiedad del buque y de las mercancías que transportaba han impedido hasta ahora el rescate. Desde entonces la marina finlandesa vigila permanentemente la zona donde se encuentran los restos del «Vrow Maria». Peor suerte fue la del bergantín «Beatrice», desaparecido en 1838 llevando de Alejandría a Liverpool un sarcófago de basalto del faraón Micerino.
Hay una única historia que no se refiere a una embarcación marítima. Es la de la desaparición en 1927 del avión «Oiseau blanc» pilotado por Nungesser y Coli, dos héroes de la Primera Guerra Mundial, durante lo que iba a ser el primer viaje a Nueva York atravesando el Atlántico. Después de haber sido avistado por tres barcos en la costa de Terranova, desapareció misteriosamente sin haber dejado ningún rastro, posiblemente derribado por guardacostas de la marina de los Estados Unidos, que lo habrían confundido con uno de los aparatos que utilizaban los contrabandistas. Doce días después el norteamericano Charles Lindbergh se convertía en leyenda al cubrir sin escalas por primera vez la distancia entre Nueva York y París pilotando el «Spirit of Saint Louis».