Eugenio del Río analiza los gérmenes antifranquistas en los años sesenta

«Madame Bovary, c`est moi» Gustave Flaubert

Ángel Baron[1]

Todo el mundo escribe sobre sí mismo, a partir de su vida, de sus lecturas, de sus ensoñaciones, de sus experiencias. Y la tentación de focalizarse en su particular proceso es mayor cuando el escritor ha ocupado un lugar preeminente en la constelación que describe.

Es también garantía de poder tener mayor valor, de analizar más hondo, de alcanzar mayor universalidad, al poder reflejar más facetas del proceso.

El libro «Jóvenes antifranquistas (1965-1975[2]» se sitúa sobre el trayecto personal de Eugenio del Río (Donostia, 1943). Y es una visión retrospectiva sobre el proceso que vivió en su juventud, para ajustar cuentas con su pasado, con sus aciertos vitales y morales, y con sus errores de visión en su pasado, con los espejismos de la generación de jóvenes antifranquistas de la que forma parte, como yo mismo.

Las décadas de 1960 y 1970 nos marcaron, pues la especificidad de la dictadura franquista, acartonada y podrida, sostenida por el mundo occidental liberal, era el marco en el que vivimos la oleada renovadora de la juventud de los sesenta, la liberación sexual, los Beatles, Bob Dylan, Joan Báez y los Rolling Stones, los grandes conciertos como Woodstock, la lucha contra la criminal guerra de USA contra los pueblos de Indochina y donde vivimos el trinomio liberador de 1968: París, Praga, México.

La clave para entendernos como grupo social es que teníamos muy fácil saber lo que no queríamos, la natural rebelión de la adolescencia y las ansias de la juventud de hacer algo nuevo y diferente caían en un terreno abonado, ya que la losa del nacional catolicismo, la policía político social y la imagen de la guardia mora de Franco a caballo rodeando el Mercedes Benz regalado por Hitler, era tan evidente que todos los que no mirábamos para otro lado caíamos en la militancia antifranquista.

Un mundo que despertaba del terror a un exterminio mutuamente asegurado por las bombas atómicas, dividido entre mundo libre capitalista y dictaduras comunistas, en el que el mundo libre apoyaba a Franco y los comunistas eran la cabeza de la lucha por las libertades en España y Portugal.

Y un terreno limpio, donde al igual que la viruela y la gripe limpiaron de seres humanos la América donde se expandieron los blancos, el genocidio del franquismo y los largos años de terror tras la victoria crearon una losa que sepultó la memoria. No se hablaba ni de la guerra ni de la posguerra, solo en elipsis.

Organizaciones políticas y cristianos de base

La única continuidad de expresión política antifranquista con peso fue el PCE. Ni la CNT, ni el POUM, ni el PSOE UGT estaban presentes para recoger a esa juventud que germinó en buena medida en los círculos de los cristianos de base, de trabajadores y de estudiantes.

El libro está muy trabajado, y tiene cientos de citas, una miríada de libros referenciados, revistas y hasta tebeos (los cómics de la época) citados. Y es un intento analítico sólido, centrado en la continuidad de los principios morales y éticos de una generación que ya no estaba en el entorno precario de hambruna y miseria de los años cuarenta y cincuenta.

La industrialización de los años sesenta, la emigración y sus remesas, y el turismo, cambiaron las bases económicas del país. El aumento de población estudiantil y fabril, el crecimiento de las ciudades, el vaciamiento de la España rural y las mejoras de las condiciones de vida eran soporte objetivo de la acción reivindicativa y solidaria, y de la pelea por la libertad.

Libertad era el grito de prácticamente todas las manifestaciones no autorizadas de la época, Las únicas autorizadas eran las de brazo en alto.

El libro es más un análisis del proceso de radicalización de los jóvenes cristiano progresistas al compromiso político y la militancia antifranquista que un análisis de los componentes políticos de los procesos de radicalización.

Sí hay una disección de los componentes morales de la misma. La génesis de la modernidad dentro del mundo cristiano es descrita con precisión, nombres como Teilhard de Chardin, Emmanuel Mounier, o el papel del Concilio Vaticano II, el lugar de los sacerdotes consiliarios en los grupos de jóvenes cristianos, los curas obreros… Para los que venimos de esa procedencia el libro nos es cercano, nos arranca la sonrisa de la melancolía.

La centralidad del PCE, también en términos de cantidad de militantes organizados, no aparece en el análisis. Ni la importancia de las evoluciones políticas desde el PCE hacia la extrema izquierda.

Considero exagerado el comentario «Si bien una parte de esa generación se afilió al Partido Comunista, la mayoría de los antifranquistas jóvenes se agruparon en nuevas organizaciones de extrema izquierda» (Página 224). Hubo trasvase entre grupos, crisis y escisiones a todo trapo, pero no éramos tantos, aunque el peso fuese significativo.

Podemos distinguir tres componentes en él, la descripción de la génesis de dicha juventud que transitó del catolicismo al marxismo «revolucionario», al socaire de la lucha obrera y estudiantil, y cuyo papel político se cierra con los Pactos de la Moncloa, la constitución de 1978 y la llegada del PSOE al poder, un capítulo sobre su experiencia vital y una crítica exhaustiva de la ilusión metodológica en que estábamos inmersos, las pervivencias de milenarismos religiosos, el espejismo de la utopía, y tal como describe el libro muy sagazmente «el nuestro fue un extremismo de rebote» (Página 224).

Caracteriza que «Hubo mucha abnegación y generosidad, un firme sentido de la justicia y de la solidaridad. También una gran energía…Sé de muchos a los que no doblegó la tortura….Esos años sirvieron para cultivar un espíritu de rebeldía y unas lealtades perdurables» (Página 223).

Salvando las distancias, al igual que Marx, Engels, Wagner, Bakunin o Kropotkin son de la generación de la revolución de 1848, o Trostski de la de 1905-1917, o tantos de la de 1936, nosotros somos del 68. Cada proceso de crisis y cambio histórico marca a la generación que la vive, particularmente a los que se ponen en mitad de la pelea.

La brillante cita de J.P Sirenneau (Página 157) sobre la «Autoubicación del propio colectivo» me parece particularmente indicada:

«Un grupo humano, para constituirse, está obligado a representarse, a ponerse en escena. Esta representación se forma sobre todo en periodos de efervescencia, que son creadores y fundadores. Todo grupo humano se representa en relación con su origen, elabora un mito fundador que garantizará sus lazos sociales y será el cemento de la conciencia colectiva. De ahí vienen el dinamismo de la ideología, que no es pura representación, sino justificación de un orden social, así como un proyecto legitimador, llamamiento a la acción. Con este fin, la ideología debe ser esquemática, simplificada: se precisa un marco simple de representaciones del grupo social, del universo, de la historia: es la condición de su eficacia; por eso está hecha de creencias, de imágenes, de opiniones más o menos estereotipadas, de lemas más que de ideas argumentadas y matizadas; en consecuencia será poco tolerante, impermeable al espíritu crítico, tenderá a reproducir una ortodoxia, a desconfiar de la novedad, a apartar las desviaciones».

El lugar de la definición de cada familia política en la extrema izquierda y su relación entre ellas y con la realidad circundante, el cuerpo teórico que cementaba su identidad, no podría haberse definido mejor. El proceso de apartar las desviaciones, siendo el que aparta o el apartado, es algo que formó parte de nuestro comportamiento habitual.

«…en esa absolutización política se pueden percibir elementos transmutados de una religiosidad anterior. Tal sucede con la credulidad, con un acervo de ideas compacto que no debe ser cuestionado, con la aspiración a un orden social armónico y puro, con el rechazo total de lo establecido.» (Página 203). Nada que ver con la herencia del 15M, la búsqueda del consenso, del acuerdo, de lo común con infinita paciencia.

Mao como referente

La autocrítica del maoísmo es interesante, no por haberlo abandonado, sino como muestra del carácter del fino pensamiento crítico del autor, que analiza con detalle, y limpia las heridas al desgranar las raíces de actitudes y procesos. En aquel momento, frente al franquismo, a la intervención rusa en Checoslovaquia, y a la guerra de Vietnam, la búsqueda de un referente internacional socialista al que seguir ocupaba un lugar central en el proceso de aclararse hacia donde debíamos ir, y la imagen de China resolvía fácilmente el cómo pensar, y por tanto el cómo actuar.

Era una identidad muy inmediata. La imagen de como la parte del aparato del PC Chino encabezada por Mao, apoyada por el ejército, utilizaba al pueblo chino contra la facción que derrotó «ir al pueblo para guiarlo y salvarlo», se aplicaba como un guante a la relación entre el exceso de ideologización extrema de nuestra generación y la gran mayoría de la población sojuzgada, adormecida y con ansias de libertad.

Las reuniones para leer el libro rojo de Mao y comentarlo, para aprenderlo, eran el trasunto de las anteriores catequesis. «El escenario de los absolutos políticos» (PÁGINA 201), que crece en relación del alejamiento de la realidad de los grupos milenaristas, y que recorre la tradición de las alternativas revolucionarias, llegaba al extremo de seguir al pensamiento Mao tse Tung, y de caracterizar pensamientos, opiniones, juicios, según su carácter de clase.

La medida del valor de la manera de pensar de cada militante era su adecuación en forma y contenido al dictamen de la organización, y la autocrítica como autoflagelación y expiación del individualismo «pequeñoburgues, reaccionario» asemejaba la práctica de los grupos a las sectas religiosas y alejaba a los miembros de ellos de la realidad, y de su propia maduración personal.

La complacencia con ETA

En la crítica de los defectos de nuestra generación ocupa un lugar central la complacencia con ETA, particularmente en Euzkadi, pero no solo allí. ETA es parte de ese proceso, y el pasar de apoyarla o considerarla positiva a estar en contra de ella ha sido parte del proceso de conversión de dicha juventud, ha sido su caída del caballo del filisteo Saulo para llegar al apóstol Pablo.

En los años 74 y 75 tras la muerte de Carrero Blanco se gritaba !ETA sí Franco No! en las manifestaciones !en Madrid!, y las sucesivas escisiones de ETA, la que dio origen al MCE MKI, la de ETA 6 a LKI, la de ETA V PM a Euskadiko Eskerra, y el lugar de ETA V en la generación de Herri Batasuna Bildu, son parte del largo proceso de decantación en la práctica democrática de nuestra generación.

Reivindicando ser parte de los jóvenes antifranquistas, hoy día es evidente para todos que el pueblo español, el conjunto de los ciudadanos de este Estado, optaron por lo que a todas luces era más concreto, real y posible. La pérdida de peso del PCE al comenzar la democracia, el ascenso del PSOE, más por lo que podía recoger y por lo que significaba que por lo que era, y la irrelevancia de tanta capilla sectaria en la que estuvimos inmersos, adelantó las bases para la crítica de las alternativas políticas aéreas en las que nos movíamos.

No es menos cierto que el carácter fallido, cojo, de la democracia que generamos en la transición, con su pervivencia del aparato del Estado intacto de la dictadura, la falta de depuración de policías, jueces, militares, leyes, archivos, bebes robados, muertos en las cunetas y el largo etcétera, habría sido menor si lo hubiéramos hecho mejor. Habríamos tenido una mejor base.

  • Ángel Barón es miembro del Consejo de Redacción de la revista Transversales, que trata temas de pensamiento político.
  • JÓVENES ANTIFRANQUISTAS (1965-1975)
    Eugenio del Río
    Editorial Catarata

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