La presencia de Estrella Morente en cualquier escenario y de forma muy particular en el del Antiguo Mercado, Catedral del Cante de las Minas de La Unión, siempre añade un plus a su personalidad. Su repertorio irrepetible; dedicado a la historia del Cante de las Minas y al legado paterno también vinculado a la historia de los cantes mineros.
¿Cómo definir a Estrella Morente? Voz, matices, registros muy trabajados, muy bellos y personales; presencia, majestuosidad, poderío, tablas escénicas, cercanía, sentimiento profundo, circunstancia, jondura, amor a lo que hace, amor a la tierra minera heredado del padre, amor a su tierra de Granada, amor a su elenco familiar de los Morente – Carbonell, con especial atención a su entrañable tío guitarrista Montoyita, a su hijo percusionista de cajón, Curro Conde, amor con mayúsculas. Parece una reina en escena.
Es la matriarca, heredera de Enrique Morente. Su concierto de hora y media larga se hace corto, porque transmite placer; se disfruta escuchándolo. Podría cantar lo que quisiera. Si se hubiera propuesto ser cantante lírica lo habría conseguido. Hay matices muy líricos muy enriquecedores en su cante.
Comenzó por caña, fandangos de Granada y tangos. Vestida de rojo, con melena ondulada y recogida a la manera de La Niña de los Peines, una de sus mentoras. Con permiso de Encarnación Fernández, única cantaora que tiene dos Lámparas Mineras, considerada la esencia de los cantes mineros, cantó por cartageneras, no una cualquiera, no, la de Don Antonio Chacón. Luego por tarantas, nada menos que de Manuel Vallejo.
Y cómo se esmera, que concentración para acercarse a la esencia de estos cantes, tan personales, tan diferentes al flamenco andaluz, sonidos con identidad propia, también surgidos de la raíz del sufrimiento, el de las entrañas de la tierra, otro flamenco que no siempre entienden en Andalucía, y si no que pregunten a Encarnación Fernández lo que le ocurrió en Mairena del Alcor hace años. Cantes gestados en el sufrimiento en el pozo de la mina. Con un guiño a los cantes viejos del Niño de Almadén.
Mi padre, -dijo- ya de niña me enseñaba estos cantes. Él adoraba los cantes de Levante. Y ahí rememoró al gran Pencho Cros y a la gran Encarnación Fernández, que está recibiendo en esta edición del festival, reconocimientos que se le debían y no se le habían dado antes. Con la Elegía de Ramón Sijé de Miguel Hernández, en la versión creada por su padre Enrique Morente, culminó el homenaje «a los mineros de esta tierra».
También puso en escena la Habanera imposible del recordado Carlos Cano.
Solemne como ninguna, vestida con amplia túnica blanca que abunda en su realeza y melena al viento, acompañada por la guitarra de Montoyita y por soleá, de nuevo recordando a su padre, Una espina clavá y La noche de mi amor. Y es que Estrella Morente dispone de un repertorio personal único, sin salir de la familia. Con La Unión siempre presente en estos cantes, tierra de artistas muy grandes, pasados y presentes.
Un final con todo el aforo completo en pie, rendido a su arte. El tango Volver, en pura clave porteña, a capella, para culminar una noche de prodigios de su voz, de su manera de cantar, de su sentimiento profundo, de su respeto y cercanía con el público, de sus recuerdos y sus homenajes, sin olvidar a nadie. Tanta generosidad por su parte, humilde en su grandeza.
Un broche de oro digno de las galas de La Unión. A partir de mañana los concursos, razón de ser de este festival, fundado hace sesenta y dos años por el entonces alcalde Esteban Bernal.