Frente a la idea de una colonización de Iberoamérica hecha a sangre y fuego, de expolio y saqueo sin límites, exportando atraso, incultura, opresión, violencia y dominio caciquil, los lazos entre Cuba y España son el ejemplo más alto que permite poner de manifiesto cómo, históricamente, las relaciones entre España e Iberoamérica son mucho más ricas y profundas, van mucho más allá de las que mantiene una metrópoli con su colonia.
Sólo así es posible entender las bases materiales han ido forjando -en lo económico, lo político, lo social, lo cultural, lo espiritual y lo familiar- la profunda unidad del mundo hispano.
A lo largo de los siglos dieciocho y diecinueve, Cuba alcanza un grado de dinamismo y desarrollo económico, industrial y comercial que la convierten en una plaza importantísima del mercado mundial, con una entidad propia que le permite rebasar ampliamente su condición de colonia.
En muchos aspectos, Cuba desborda a la metrópoli peninsular: es la primera productora mundial de azúcar, que era a su vez el primer producto básico del comercio internacional, y de bananas. Posee una importante industria tabaquera y los salarios de los trabajadores en la isla son considerablemente más elevados que en España.
La importancia y el desarrollo de Cuba se refleja en que, por ejemplo, diez años antes que la península, se levantan las primeras vías férreas, así como las primeras comunicaciones telefónicas. A finales del siglo diecinueve, la renta per cápita de Cuba sólo era comparable en América a la de unos pocos Estados ricos de EE. UU. (Nueva York, Massachussets, Nueva Jersey…), y muy superior a la de España o al de la inmensa mayoría del resto de Estados de EE. UU. (Algo similar a lo que ocurría cuando la independencia de las naciones iberoamericanas, cuyo nivel de vida era similar entonces a los EE. UU., que ya llevaban casi medio siglo independizados).
El desarrollo económico cubano propicia la formación de una poderosa oligarquía criolla, que gobierna de hecho la isla, con un grado notable de autonomía y con capacidad, por tanto, de establecer un nuevo tipo de relación con la metrópoli. Al mismo tiempo, este gran desarrollo económico de Cuba será una base fundamental de acumulación de capital para la oligarquía española. Sobre esta base de intereses mutuos, la oligarquía criolla se entronca familiarmente con los mandos militares peninsulares y las altas jerarquías de la administración colonial, accede a importantes cargos en la administración del Estado español, a títulos de nobleza que la emparentan con la aristocracia española y, en un caso único en la historia del colonialismo mundial, posee un ejército propio formado y dirigido por la misma oligarquía criolla.
Pero estas relaciones «familiares» entre Cuba y España sobrepasan con mucho el ámbito de las clases dominantes para impregnar al conjunto de la sociedad, a ambos lados del Atlántico. Entre 1868 y 1894 llegan a Cuba un millón de peninsulares, para una población de millón y medio de habitantes. No formarán, a diferencia de lo típico de las relaciones coloniales, ninguna élite, sino la mitad de la población, procedente de todos los sectores sociales, desde comerciantes a soldados o trabajadores atraídos por las mayores oportunidades de la isla. Se van a fundir con el pueblo, formando parte integrante de la sociedad cubana. Los matrimonios mixtos son frecuentes, formando familias con ramas a ambos lados del Atlántico. Se produce una profunda hispanización de Cuba, sobre todo en las ciudades.
Y sin embargo se ha construido la más extensa tergiversación y elaborada falsificación de nuestra verdadera historia. Una especie de lobotomización tan profunda que ha sido capaz de enajenar la conciencia colectiva de los pueblos hispánicos, haciéndoles renegar de su propio ser. Desde la Leyenda Negra hasta los imperios anglosajones se han encargado de hacer calar hasta extremos impensables la idea de que el origen de todos los males de Iberoamérica se encuentra en la desgracia de haber sido colonizados por la España de la Inquisición y la intolerancia en lugar de haberlo sido por la próspera y avanzada Europa o sus sucesores norteamericanos.
Sin tener la más mínima conciencia de que, de haber sido esto así, el destino de Iberoamérica habría sido el de ver a su población indígena exterminada y recluida en reservas (como ocurrió en EE. UU.) o el de haberse convertido, literalmente, en el África del hemisferio occidental. Después de dos siglos de dividir, enfrentar, explotar, invadir, intervenir, «panamizar» o «pinochetizar» a Iberoamérica, resulta inverosímil escuchar en amplios sectores de las elites intelectuales progresistas iberoamericanas el anhelo de «ojalá hubiéramos sido colonizados por el mundo anglosajón».
La importancia decisiva de Cuba para España en 1898 –para las diferentes clases, desde la oligarquía hasta el conjunto del pueblo– impone que las relaciones entre ambas no puedan equipararse a las propias de una metrópoli con su colonia, ni a las mantenidas entre la península y el resto de posesiones americanas. La relación de España con Cuba, y viceversa, es «de familia», y su cercenamiento será sentido por la sociedad española no como la pérdida de un dominio colonial, sino como la amputación de una parte del territorio nacional.
Se produce una profunda hispanización de Cuba, sobre todo en las ciudades, que alcanzará su máximo apogeo después del 98. Hasta 700 mil peninsulares se quedarán en Cuba tras la independencia. En un caso excepcional, el independentismo cubano insistirá en que no se dirige contra los españoles, sino contra el gobierno español. El español estaba demasiado cercano: no sólo eran el general y el burócrata colonial, sino también el tendero de la esquina, el dependiente y el obrero de los ingenios de azúcar.
La amputación de Cuba, Puerto Rico y Filipinas por parte de Washington no puede entenderse sin la penetración e influencia imperialista en Cuba y la ceguera de las fuerzas progresistas españolas ante el imperialismo.
En Cuba, la influencia norteamericana se apoya en sectores de la burguesía media-alta criolla. Influyentes en la vida económica y política de la isla, se deslizan desde mediados del diecinueve hacia posturas próximas al anexionismo con EE. UU. Washington intenta, asimismo, extender su influencia hacia el Partido Revolucionarlo de José Martí –que por su autonomía y sentimiento antiyanqui es inasimilable por EE.UU.-, marginándolo cuando no consigue hacerse con su control.
Un sector de la oligarquía criolla azucarera se vinculada a EE.UU. a través de la exportación del azúcar, que acaba monopolizado por la Sugar Company, trust norteamericano de la refinería que controla el noventa por ciento de las exportaciones y puede dictar el precio del azúcar.
En el otro extremo está el Partido Revolucionario de José Martí, cuya base social está en los sectores populares, y la población negra.
«Impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso (...) Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: y mi honda es la de David». (José Martí)
Una vez concluida la guerra, EE. UU. dedicará sus esfuerzos a desarmar al ejército independentista de Martí, cuyos miembros se niegan, en una amplia mayoría, a aceptar el sometimiento a EE. UU. o las órdenes de generales norteamericanos.
En España, las fuerzas progresistas mantendrán, en buena parte debido a la intervención imperialista sobre ellas, una histórica ceguera sobre el carácter de agresión imperialista que corresponde al 98.
Mientras en toda la sociedad española se desata una verdadera oleada de patriotismo popular, donde las manifestaciones de indignación por las amenazas y la agresión yanqui se suceden sin interrupción o se hacen donativos para ayudar a sufragar los gastos de la guerra, las fuerzas obreras y de izquierdas mantienen una posición opuesta, tratando de «patrioterismo» las manifestaciones populares y adoptando, en los hechos, lo que no puede considerarse -en distinto grado- más que como una posición abierta o encubiertamente proimperialista.
El PSOE de Pablo Iglesias nunca lo denunciará como un acto de agresión imperialista. En los anarquistas esta tendencia se agudiza, apoyando la intervención estadounidense en Cuba frente al régimen oligárquico español. Los republicanos federales de Pi i Margall se escorarán progresivamente hacia una posición pronorteamericana.
Para el nacionalismo vasco aranista, la guerra de Cuba era una oportunidad para aprovechar la debilidad de España e independizarse con el respaldo de una gran potencia. Sabino Arana envía un telegrama a Roosvelt: «Roosevelt. Presidente Estados Unidos. Washington. Nombre Partido Nacionalista Vasco felicito por Independencia Cuba por Federación Nobilísima que presidís que supo liberarla esclavitud. Si Europa imitara también Nación Vasca sería libre. Arana Goiri». Completada con esta otra afirmación: «abandonar la condición política de españoles, para pasar a ser súbditos de Inglaterra o ciudadanos norteamericanos, según quien más ventajas ofrezca».
Sin embargo, Cánovas representará la línea de firmeza movilizando un ejército de 220.000 soldados. En 1897, el asesinato de Cánovas a manos de un anarquista, y bajo inspiración de un líder independentista portorriqueño, golpeará la capacidad de resistencia española. Resta por investigar la implicación norteamericana en este «provechoso y oportuno» magnicidio.
La amputación de Cuba, Puerto Rico y Filipinas es el resultado de un plan diseñado y ejecutado por los círculos más agresivos de la burguesía norteamericana (los «jingoes», equivalentes a los actuales «halcones»). La conquista de nuevos mercados, asegurados por el dominio colonial sobre esos territorios, pasa a ser una necesidad imperiosa para el capitalismo norteamericano.
Los núcleos duros de la burguesía norteamericana desarrollan a lo largo del siglo una auténtica doctrina imperialista. EE. UU se lanza a la formación de una armada poderosa, instrumento de su expansión. Ya en 1823 se lanza la doctrina Monroe, «América para los americanos», prefiguración de la aspiración norteamericana a convertirse en la única potencia con capacidad para intervenir en el continente.
El hundimiento del Maine hará el resto. El primero de los auto-ataques norteamericanos será la bandera de una campaña: «Recordar el Maine», que terminará con la declaración de guerra a España. La ocupación militar norteamericana se mantendrá durante años, estableciendo los mecanismos de control e intervención imperialista que permitirán convertir Cuba en dominio exclusivo del capital norteamericano. Un esquema que será ejemplo para la futura expansión imperialista por todo el continente. Cuba fue puesta bajo la autoridad del gobernador militar, que impone, a pesar de la oposición generalizada en Cuba, la llamada «enmienda Platt».
La agresión norteamericana, desgajando Cuba de España e imponiendo su dominio colonial sobre la isla, va a marcar el principio de una nueva relación de solidaridad entre España y el conjunto del mundo hispano. Se recupera el sentido de una hispanidad compartida, sobre un profundo sentimiento antiimperialista común contra el dominio norteamericano. Tiene su base en el rechazo a la intervención norteamericana. Así lo expresarán los miembros del Partido Revolucionario de Martí, una vez que se consuma que la independencia ha sido transformada en una relación colonial con EE. UU.
Tal y como plantea el General en Jefe del Ejército Libertador de Cuba: «Tristes se han ido ellos y tristes nos hemos quedado nosotros; porque un poder extranjero los ha sustituido. Yo soñaba la paz con España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles, con los que siempre nos encontramos frente a frente en el campo de batalla. Las palabras Paz y Libertad no debían inspirar más que concordia entre los encarnizados contendientes de la víspera. Pero los norteamericanos lo han amargado todo con su tutela impuesta por la fuerza».
Se produce entonces una corriente de solidaridad a ambos lados del Atlántico, con una profunda base antiimperialista, que exalta las bases de la hispanidad como bandera frente a EE. UU. Un ejemplo destacado será Rubén Darío, en el terreno cultural, desde Centroamérica, que va a convertirse en el siguiente escalón de las agresiones norteamericanas en el continente.