Cual si de personajes shakespearianos se tratara, estamos asistiendo últimamente a un enfrentamiento entre sujetos que parecieran imitar a los capuletos y los montescos, aunque en esta ocasión no se trata de amoríos, sino del vil dinero, a causa de una herencia al parecer no aclarada.
Todo ello, en esta España cañí de folclóricas y toreros en la que ejercen una pléyade de personajes que llevan un tiempo viviendo del cuento a cuenta de exclusivas vendidas en esas plazas públicas llamadas televisiones, revistas del músculo cardíaco y similares.
Estamos hablando de los paquirrines y los pantojos, encabezados por Kiko Rivera, el hijo, e Isabel Pantoja, la mater familia que encarna el otro, cantante en horas bajas que parió al vástago que ahora, literariamente hablando, la está desollando, descuartizando viva en plaza pública.
A buen seguro que millones de españoles se considerarán paquirrinistas, junto a otros tantos que se inclinarán por el pantojismo. Los tribunales tendrán la última palabra acerca de la herencia que gira en torno a las fincas, el dinero, los trajes y demás pertenencias que legó el difunto, que no podía llegar a imaginar lo que daría de sí la misma.
El otrora pater familia, Francisco Rivera, Paquirri, moría el 26 de septiembre de 1984 en el pueblo cordobés de Pozoblanco tras una certera cornada de un toro llamado Avispado. En aquellos años yo trabajaba el género periodístico del collage, e hice uno acerca del tema, que curiosamente titulé La última estocada, simulando un tornillo clavado en la espalda del diestro portando un montón de billetes de la época, mientras su esposa, Isabel Pantoja, y el toro ejecutor lo contemplan. Quién me iba a decir a mí que treinta y cinco años después parece ser que el tiempo me ha dado la razón…
Dejemos que se expresen los personajes en litigio a través de sus exclusivas, imagino que bien pagadas.
Kiko Rivera parece haberle declarado una guerra sin cuartel a su madre, a la que está poniendo de chupa de dómine en sus exclusivas. En un programa de televisión de cuatro horas titulado Cantora, la herencia envenenada, ha llegado a decir cosas como: «Me ha engañado, me ha robado, a sabiendas de que lo estaba haciendo». En otro momento dice que ha descubierto que su madre «es una persona enferma que está cegada por el dinero», para concluir con una frase que hiela la sangre en las venas: «Yo he sido una tarjeta de crédito para mi madre».
El suma y sigue de exclusivas es abultado en direcciones y medios varios. La considerada como la biblia de las publicaciones del músculo cardíaco, Hola, le ha dedicado páginas durante semanas. En una de ella asegura sobre la polémica de Cantora: «Las últimas novedades reavivan la guerra y abre nuevas heridas».
Por su parte, Diez Minutos anuncia en su portada: «Fran y Cayetano: Isabel Pantoja está contra las cuerdas». Se refiere a los hijos de su anterior matrimonio con Carmina Ordóñez, y paquirrinistas de primera línea. En Lecturas, Isa Pantoja, hija adoptiva de Isabel Pantoja, se muestra muy circunspecta en su exclusiva de portada: «Me da miedo que mi madre no tenga ganas de vivir».
Hasta el diario El País se hace eco del tema de la saga Kiko Rivera-Isabel Pantoja que parece no tener fin. En una información del día dos de enero, y bajo el título de «Isabel Pantoja no se acaba nunca», decía, entre otras cosas acerca de este boyante al tiempo que sórdido mundo de las exclusivas: «Hablan asistentas, primos, suegros, examigas del alma, extodo». Se trata, en definidas cuentas, de «La exclusiva, vender lo vendible, el pastón, el caché».
Antiguamente a esto se le denominaba de una forma muy castiza: «La han puesto hecha un pingajo». Ahora por el contrario, y al parecer, se trata de rigurosas exclusivas. Porque, como dice el paleontólogo Juan Luis Arsuaga, los humanos «somos la especie cotilla». De ahí que, apostilla, «La vieja del visillo es la esencia del ser humano».