El médico Vicente José Sánchez, adscrito al Samu en Valencia, falleció el pasado 7 de abril afectado por la COVID-19. Su familia se ha querellado contra Ana Barceló, consejera de Sanidad Universal de la Comunidad Valencia, porque, según Enriqueta Cuchillo, su viuda, también médico, «fue abandonado a su suerte» y hace responsable de su muerte a la Generalitat Valenciana: «Han dejado morir a mi marido…».
La doctora es presidenta de la recién creada Plataforma de Afectados por el Coronavirus COVID-19 de la Comunidad Valenciana y ha presentado la querella ante la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de la región (TSJCV), por dirigirse contra una persona aforada y ser competente del caso este órgano.
La familia, según recoge la querella, solicita que se abra una investigación y que se tome declaración a la consejera y a varios testigos para aclarar los hechos que han dado como consecuencia la muerte del médico, así como la falta de asistencia de otros en semejantes circunstancias.
Entre los considerandos, se acusa al gobierno de no informar a los médicos y de haber adaptado con improvisaciones lo que a todas luces era y sigue siendo una pandemia.
Ana de Luis: ¿Puede describirnos cómo era su marido?
Enriqueta Cuchillo: Estamos destrozados. Tenemos mucha tristeza y un profundo dolor, nuestra familia, hoy está rota. Se nos ha ido Vicente; una extraordinaria persona, buena, honesta, trabajadora. Un ser humano que estrujaba la vida al máximo; deportista, viajero, siempre ayudando a los demás, enamorado de su familia, de su trabajo como oftalmólogo y como médico del SAMU en Valencia.
Se nos ha ido nuestra sonrisa, nuestra alegría de vivir. Nosotros estábamos juntos desde los veinte años; no sé como voy a poder vivir sin él, solo me mantiene mi Fe y saber que él me ayuda desde el cielo; lo echo de menos cada segundo del día, se me hace inconcebible la vida sin su presencia.
AdL: ¿Cómo vive desde entonces el día a día?
EC: Mis dos hijos, que son extraordinarios, médicos los dos, y yo formamos una piña, y en estos momentos de dolorosa reclusión nos apoyamos los tres. También, aunque en la distancia, nos apoya nuestra extensa familia y muchos amigos; amigos de verdad, amigos de esos que tienes a tu disposición las veinticuatro horas del día, no nos sentimos solos.
También ha sido impresionante el apoyo y las muestras de cariño llegadas desde todos los puntos de España; personas desconocidas, muchas de ellas, están viviendo el mismo drama que nosotros. El apoyo de los medios de comunicación que me han brindado un espacio para poder expresarme; personalidades políticas que nos han trasladado sus condolencias, poniéndose a nuestra disposición, excepto los culpables de todo este desastre.
AdL: Cuando se refiere a desastre, ¿cree que pudieran haberse evitado muertes de sanitarios?
EC: Tanto mi marido (62 años), como yo (60 años), trabajamos como médicos en unidades del SAMU y como protección habitual tan solo llevabámos guantes de látex hasta el 10 de marzo, el último día que trabajé. En esas fechas ya había habido muertos por COVID-19, pero solo teníamos mascarillas quirúrgicas para protegernos. Teníamos una mascarilla FFP2 precintada que sí usábamos de modo excepcional.
Hay que recordar, que los médicos debíamos hacer un escrito para solicitar su repuesto y si no la utilizábamos la pasábamos al compañero que te relevaba (hacemos turnos de veinticuatro horas). Por otro lado, disponíamos de un solo traje EPI por miembro del equipo, que solo debíamos utilizar si era un covid diagnosticado. Nosotros, en el SAMU, atendemos a todo tipo de pacientes; desde infartos, ictus, accidentes, problemas psiquiátricos, y cualquiera de estos podía contagiarnos de COVID-19. Tengo que recordar que no solo el que se sospechase por tener insuficiencia respiratoria era una amenaza para nosotros; cualquier paciente enfermo pudiera haberlo tenido y ser asintomático.
Y atendiendo a cualquiera de ellos, seguramente mi marido se contagió. En esas fechas el gobierno daba consignas de que no pasaba nada, estaba todo controlado. Nosotros, como ninguno de los sanitarios, creo que no éramos conscientes del peligro que corríamos cumpliendo con nuestro deber.
Y por otro lado, hemos vivido en primera persona la escasez de material ya que este se empezó a comprar cuatro días después de declarar el estado de alarma, el 14 de marzo.
En la querella recogemos que nunca fue atendido por la Consellería ni por sus servicios y por ello, abandonado a su suerte, ha muerto como consecuencia de ello.
Mis letrados contemplan que entre las competencias de Sanidad está la de «organizar y tutelar la salud individual y colectiva a través de las prestaciones, servicios y medidas preventivas necesarias», con lo que entienden que la Consellera es «la última responsable» de lo acontecido en este caso.
AdL: ¿Qué sucedió exactamente con su esposo?
EC: El día 10 de marzo, Vicente comenzó con fiebre, en un principio pensó que era algo banal, pero ante la amenaza del virus solicitó a la sanidad pública la prueba del test PCR y se la denegaron por no cumplir criterios; no venía de China, ni de Italia, ni había estado con personas que venían de esos dos países.
A los dos días acudimos al centro de salud, pues seguía con fiebre y su medico de cabecera solicitó se le hiciera la prueba para el COVID 19. Nos advirtieron que debíamos volver a casa y que ellos vendrían a hacerle la prueba. Nunca vinieron; nunca llamaron. A los dos días acudimos a un hospital privado donde rápidamente le hicieron analítica, placa de tórax y prueba PCR, y al día siguiente nos dieron resultado positivo del coronavirus.
Al haber estado yo en contacto estrecho con él, lo comuniqué a mi servicio y cursaron mi aislamiento domiciliario y me confirmaron que al día siguiente vendrían de salud pública a hacerme el test PCR a casa; tampoco vinieron, tampoco llamaron.
Como la placa era limpia y solo tenía fiebre decidimos aislamiento domiciliario, pero tras cuatro días en los que algún día no presentó fiebre, y parecía que mejoraba, reapareció la fiebre, volvimos al hospital privado y la nueva placa demostró ya una neumonía intersticial.
Como no precisaba estar en UCI me propusieron si yo me quedaba con él en una habitación vigilándolo a lo que por supuesto accedí gustosa. Estuvimos allí cuatro días en los que recibió el tratamiento según protocolo se estaba siguiendo en todos los hospitales. Aunque parecía que algún día mejoraba, finalmente se ahogaba y terminó ingresando en UCI, sedado, intubado, durante catorce dramáticos días. Dadas las circunstancias no dejaban a los familiares de ningún paciente acercarse al hospital para poder visitarlo. Finalmente murió justo a la hora en la que sus compañeros del SAMU junto a los bomberos y la policía le rendían un homenaje.
Leyeron un homenaje e hicieron sonar las sirenas; ese momento fue desgarrador, no menos que el del entierro en el que no pudimos estar nada más que tres personas.
AdL: ¿Cómo se han apañado los sanitarios sin Epis ni mascarillas en esos días?
EC: El personal sanitario se las ha tenido que apañar como ha podido, ha sido crucial la aportación de particulares. Así como de las donaciones de Amancio Ortega, del Banco Santander, y en concreto en Valencia, de Mercadona, y otras muchas otras entidades. Fue impresionante el movimiento de muchas personas que a titulo personal se dedicaron a confeccionar mascarillas, pantallas protectoras, batas, mascaras de buceo, para que con ello los sanitarios pudiésemos subsistir a esta terrible situación.
En Valencia, en los hospitales y centros de salud, la dotación de material de protección fue y sigue siendo deficiente. Los médicos de los centro de salud nos hemos protegido con impermeables, bolsas de basura...
Si, por ejemplo, a un celador de hospital se le proporcionaba solo una mascarilla quirúrgica para quince días, y se les advirtió que no les daban más protección porque ellos no están en primera línea de asistencia. Una contradicción porque son ellos los que reciben a los pacientes y los cambian de cama.