Justo detrás de la Plaza Nueva, frente a la Cuesta de Gomérez, histórica subida a la Alhambra, en la zona más baja del Albaicín, al inicio del camino al Sacromonte, llena de remembranzas de la Gharnata nazarí, ahí está el tablao La Alboreá, el cante de las bodas gitanas. Más historia imposible.
El tablao triangular, ahí empiezan las diferencias. Patio de butacas y palcos en el primer piso, lugar privilegiado para ver el arte que va pasando por el triángulo, una forma que añade intimidad, cercanía, raíz. Ese flamenco diferente, tan particular, que engancha y enamora; el genuino flamenco de tablao.
Pocos artistas y no hacen falta más. Un cantaor, José Fernández; una guitarra, la de Manuel Fernández, padre e hijo; como se nota que Manuel lleva el cante en su guitarra; un bailaor, Paco Fernández y una bailaora, Mari Paz Lucena. Gitanos granadinos, genio y figura, puros genes de los que fueron llegando desde la mitad del siglo quince.
Los que trajeron la música porque Dios ya había repartido todo lo demás, según anécdota de Juan de Dios Ramírez Heredia, el gitano que más ha hecho y sigue haciendo por el respeto y la dignidad del pueblo gitano desde la Unión Romaní, con sus publicaciones, conferencias, mesas redondas, y demás iniciativas.
Una hora de puro arte. Y hay que ver y escuchar como todos hacen el compás, no necesitan palmeros. Como suena esa voz tan gitana, tan clara, tan salida de la entraña y las gotas de aguardiente que imprimen sello personal a unos poquitos, muy pocos, entre esos pocos a José; la guitarra, de acompañamiento y de concierto, que hay tiempo para solos. Y como se entienden el cantaor y el tocaor, como que son lo que son, esa piña que son las familias gitanas, comparten arte y vida.
La guitarra de Manuel sabe de llevar su arte por otras geografías, con artistas reconocidos en España y quizá más fuera de España.
Me asomo al currículo del bailaor Paco Fernández. No me extraña lo que veo, tras verle bailar esa seguiriya en La Alboreá. Formación, giras por tres continentes con los más grandes. Se le intuye la Escuela Farruca y otras importantes influencias, pero lo que de verdad engancha es el sello personal de su danza. Ese lenguaje universal que no necesita de palabras, que se entiende en cualquier parte del mundo. Ese es el privilegio del flamenco. También el Patrimonio Inmaterial de la Humanidad se encuentra en los tablaos.
Mari Paz Lucena, la bailaora, directora de su escuela de baile, protagonista con Mario Maya, El Güito y Manolete, antes de lanzar su propia compañía, con la que triunfa en Japón la gran potencia flamenca asiática; en Madrid protagonista en la tristemente desaparecida Casa Patas; en el festival Tío Luis el de la Juliana, en el Teatro Real. En tantos lugares del mundo. Un honor y un privilegio verla aquí, en La Alboreá.
Un privilegio ver a estos cuatro grandes artistas, un privilegio que existan tablaos como La Alboreá en esta Granada, cuna y raíz del mejor flamenco de España.