De entre las definiciones más curiosas que he oído para describir a un personaje está uno que utiliza mi buen amigo Rodrigo, cinéfilo convicto y confeso: «Es un tipo tan duro que mea trozos de hielo». Y semejante apelativo le va como anillo al dedo a un tipo duro, muy duro, que en vez de reír te enseña el colmillo: hablamos de Clint Eastwood, el tío Clint para los amigos, que acaba de cumplir noventa años.
Lo curioso de la historia del celuloide es que este actorazo se haría famoso por pura casualidad, ya que no estaba llamado a interpretar aquellos papeles del llamado spaghetti western. Sencillamente su caché era inferior, más barato, por lo que se le contrató. Por otra parte, hacer películas del Oeste en Europa era una cosa de locura. Sobre todo cuando se rodaban en pueblos como Colmenar Viejo (Madrid), o Tabernas (Almería), entre otros lugares, con director italiano casi en paro, y siempre de presupuesto escaso. Podría decirse que hacer cine no era un arte, sino un milagro…
Estas y otras historias están reflejadas en el magnífico libro ¡Clint, dipara!, editado por Víctor Matellano, y dedicado a la llamada trilogía del dólar de Sergio Leone, tres películas que se harían famosas en el mundo entero: El bueno, el feo y el malo, Por un puñado de dólares y La muerte tenía un precio. Aquel tipo era un Clint Eastwood en estado puro, un tipo duro del Oeste con cara de pocos amigos, nada cariñoso…
Hay infinidad de anécdotas desconocidas en torno al actor y a la industria de aquellos años, con un cine más que pobre, paupérrimo, y algunas merecen la pena ser recordadas. Por ejemplo, que todo el inglés que sabía el director, Sergio Leone, era decir Goodbye, y todo el italiano de Eastwood era balbucear Arrivederci, por lo que se tenían que entender con una intérprete polaca. Como era una producción internacional, a veces había actores de cinco nacionalidades rodando, sin entenderse entre ellos para nada.
El propio actor escribió sobre la situación: «Era divertido, porque estabas haciendo una escena y detrás de la cámara podías ver a un par de tíos jugando al frisby, gesticulando, o contando chistes…».
Y sobre el presupuesto comenta: «Tenían un presupuesto muy ajustado. Disponían de dinero alemán, español e italiano. Estas tres partes estaban constantemente peleándose entre ellas por quién iba a pagar el qué…»
Colmenar Viejo, Tabernas y otras localidades españolas se convertían en lugares como California, Texas, El Paso… donde veíamos a héroes y villanos hacer de las suyas, prestos a desenfundar.
Parece ser que el mítico poncho de Eastwood, que no se lo quitaba ni para dormir, lo compró en el rastro madrileño.
Y en cuanto a los rodajes, podemos leer en el citado libro: «Si nos hablan ahora de un rodaje de Eastwood nos aborda directamente un pensamiento idílico, pero lo cierto es que la estrella no tuvo ´roulote`, ni agua mineral, tuvo que compartir caballo y coche, el único coche de producción con los actores…». Es decir, que el hoy gran actor y director bebería en botijo, comería su bocadillo y mearía detrás de un peñasco, como todo el mundo… Y además, con un caché de 15.000 dólares, lo más barato del mercado…
Tres personajes se harían famosos a través de aquellos spaguetti western, el cine del Oeste de aquellos años: Sergio Leone en la dirección, Ennio Morricone en la música y Clint Eastwood al mando de sus pistolas. Para muchos, auténticos mitos.