El siglo de Miguel Delibes

Se cumple el primer centenario de uno de los grandes escritores en lengua castellana

Miguel Delibes en Sedano Burgos
Miguel Delibes en Sedano Burgos © Fundación Miguel Delibes

Afirmaba Miguel Delibes en una de sus últimas entrevistas, que si en 1948 no hubiera ganado el Premio Nadal por «La sombra del ciprés es alargada», habría abandonado la literatura para dedicarse totalmente a la enseñanza y a sus colaboraciones en el diario «El Norte de Castilla».

Esta afirmación, que debiera hacer reflexionar sobre lo que tendría que ser el fundamento de los premios en el actual mundillo literario, demuestra también la honestidad de un escritor que necesitaba una confirmación para convencerse de la calidad literaria de su obra.

Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010), de quien se cumple el primer centenario de su nacimiento, mantuvo esta actitud exigente durante toda su vida. Cuando lo entrevisté por última vez en su casa de Valladolid con motivo de la publicación de «El hereje» me confesó que había decidido abandonar la escritura porque ya no le salía el lenguaje con la fluidez que precisaba. Como anécdota, me contaba que necesitó demasiado tiempo para dar con «anacrónico», la palabra que buscaba para un texto que estaba escribiendo entonces.

A estas alturas ya nadie pone en duda que Miguel Delibes es uno de los escritores en lengua española más importantes de la segunda mitad del siglo veinte. Casi ninguna de sus novelas ha envejecido con el tiempo y se leen ahora con la misma pasión que cuando fueron publicadas por primera vez. Son novelas que hablan de los tres elementos que las protagonizan y con los que el escritor definía su literatura: «Un hombre, un paisaje, una pasión».

Aquella primera novela de juventud, «La sombra del ciprés…» seguía la corriente existencialista de aquellos años y en ella manifestaba Delibes la angustia por la muerte y el paso del tiempo y por encontrar un sentido a la existencia, un tema que permaneció siempre entre sus preocupaciones y que incluyó también en el discurso de aceptación del Premio Cervantes.

Con el espaldarazo que supuso para él aquel Nadal, Delibes se lanza a una incesante producción literaria que continuó con «Aún es de día» (1949), «El camino» (1950), «Mi idolatrado hijo Sisí» (1953), «Diario de un cazador» (1955), «Diario de un emigrante» (1958), «La hoja roja» (1959) y «Las ratas» (1962).

En esta primera etapa de su producción novelística, Delibes muestra la evolución de un estilo literario que va perfeccionando, un castellano sobrio y directo, que toma muchas de sus expresiones del lenguaje coloquial y del habla popular. Con él muestra su visión sobre una realidad circundante en la que el hombre se enfrenta a un paisaje agreste al que tiene que sobreponerse, una literatura muy próxima al realismo social en boga en aquellos años, aunque siempre Delibes evitó identificarse con cualquier movimiento o generación literaria.

El paisaje, ese otro componente de sus novelas según propia definición, es la naturaleza, que la civilización va deteriorando incesantemente. En él sitúa a sus personajes: solitarios, fracasados, enfrentados a la sociedad, cuyo objetivo más urgente es el de la supervivencia. El escritor se muestra aquí solidario con ese hombre que ha de vencer aquellas hostilidades e injusticias desde una situación de pobreza y de explotación, y en ese sentido el autor aprovecha para manifestar su conciencia social, crítica con el sistema, una constante que mantiene a lo largo de toda su vida: «Los santos inocentes» se publica en 1981.

Con «Cinco horas con Mario» Delibes da un cierto giro a su literatura al profundizar en el sentimiento de ese ser humano que protagoniza sus novelas (aquí una mujer), traslada el escenario a la ciudad, que en sus obras anteriores se anteponía al mundo rural, y enfrenta las dos mentalidades presentes en la sociedad española; para entendernos, la conservadora y la progresista, con críticas tanto a la una como a la otra, en cuyas expresiones Delibes muestra en parte sus propios principios, sus valores, su ideario social en suma.

No está ausente en su obra la crítica al franquismo y a la guerra civil (él la pasó en el bando nacional, en el crucero Canarias), aunque algunas de sus novelas tuvieron que sufrir los avatares de la censura a causa de estas alusiones.

A partir de ahora, a aquella trilogía de hombre, paisaje y pasión, Delibes añade lo que él mismo considera asuntos esenciales de su obra: «muerte, infancia, naturaleza y prójimo». Estos temas son los principales elementos de las novelas que publica a partir de los años setenta: «Parábola del náufrago» (1969), «El príncipe destronado» (1973), «Las guerras de nuestros antepasados» (1975).

Con el final del franquismo y con la llegada de la democracia, Delibes, buen observador de la sociedad, incorpora los nuevos temas de la calle en «El disputado voto del señor Cayo» (1978), «Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso» (1983), «El tesoro» (1985), «377A, madera de héroe» (1987), «Diario de un jubilado» (1995)…

Mención aparte merece «Señora de rojo sobre fondo gris» (1991), escrito bajo el impacto de la muerte de su esposa Ángeles de Castro. Su producción literaria termina con «El hereje» (1998), en mi opinión, una de las grandes obras maestras de nuestra literatura contemporánea.

Además de su prolífica obra literaria, Delibes escribió también ensayos y artículos periodísticos que se reunieron en títulos cuya lectura mantiene aún cierta actualidad. Algunos son claramente autobiográficos, como «Un año de mi vida» (1972), «Mi vida al aire libre» (1989) o «El último coto» (1992). Otros están dedicados a sus grandes pasiones, la caza, la pesca y la defensa de la naturaleza y la denuncia de la degradación del mundo rural por la explotación y el consumismo: «La caza de la perdiz roja» (1963), «Con la escopeta al hombro» (1970), «Las perdices del domingo» (1981), «He dicho» (1996).

Otro de los grandes temas literarios (y también ensayísticos) de Delibes era Castilla, una geografía en la que situó la mayor parte de sus personajes y en la que discurren muchas de sus historias, y a la que dedicó obras como «Castilla, lo castellano y los castellanos» (1979), «Castilla habla» (1986) o «Castilla como problema» (2001).

Miguel Delibes era miembro de la Real Academia Española y fue galardonado, entre otros, con el Premio Nacional de Narrativa en 1955 y 1998, con el Nacional de las Letras Españolas en 1991, con el Príncipe de Asturias de las Letras en 1982 (con Torrente Ballester) y con el Premio Cervantes en 1993.

Ramón García Domínguez dedicó varias obras biográficas a Delibes, entre ellas «El quiosco de los helados».

Estos días se puede ver en la Biblioteca Nacional una excelente exposición dedicada al escritor, comisariada por Jesús Marchamalo.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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