Menos conocidos que otros autores de su época, tanto el artista italiano Guido Reni como el español Herrera el Mozo viven el renacimiento y la divulgación de su obra gracias a dos grandes exposiciones simultáneas en el Museo del Prado.
La resurrección de Guido Reni
Se trata de una de las grandes exposiciones del año y una de las mejores que ha organizado el Museo del Prado, que ha conseguido reunir unas cien obras procedentes de más de cuarenta museos, instituciones y colecciones públicas y privadas de todo el mundo, para ocupar dos de sus salas con esta muestra.
Aunque poco conocido en España, Guido Reni (1575-1642), llamado «El divino» por su talento para representar lo sobrenatural y acercar al espectador a la divinidad, es uno de los pintores más destacados del barroco del siglo diecisiete, con influencia en toda Europa.
Boloñés de origen, hijo de un músico, discípulo de Denys Calvaert, en 1594 siguió su formación con los Carracci, Ludovico, Annibale y Agostino. En 1600 se instaló en Roma, donde descubrió el gran legado de la Antigüedad y conoció las obras de sus admirados Rafael de Urbino y Caravaggio, a quienes trató de superar.
En Roma estudió también los referentes artísticos que representaban una visión grandiosa de la anatomía humana, como el Torso del Belvedere y los frescos de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina.
Reni afrontó así la realización de obras de temática mitológica, pintando anatomías que rozaban lo sobrenatural. Su concepción de la belleza del cuerpo desnudo se aprecia en «Hipómenes y Atalanta», donde las anatomías de los jóvenes se presentan con matices de sensualidad. En «Apolo y Marsias» la interpretación del relato mitológico se expresa confrontando un bello cuerpo masculino con otro más rudo.
Su vinculación a España (en Roma conoció a José de Ribera) se relaciona con el coleccionismo de sus obras por algunos miembros de la aristocracia. A finales de la década de 1620 Reni recibió dos importantes encargos de la Corona española.
El primero fue una representación del «Rapto de Helena», para el Alcázar de Madrid, que nunca llegó a venir a España, y el segundo una Inmaculada, destinada a doña María de Austria, hermana de Felipe IV, donada a la catedral de Sevilla, donde permaneció hasta la invasión napoleónica. En esta obra María se acerca al espectador en su condición divina desde la más bella idealización humana.
Guido Reni fue uno de los mejores intérpretes de la vida y pasión de Jesús. Lo presentó como una belleza física capaz de albergar un alma divina. Desarrolló también una gran capacidad para representar del mismo modo a los santos de una forma bella y conmovedora, como en el impresionante «Triunfo de Job». También a los apóstoles, evangelistas o ascetas, al tratar la belleza del cuerpo más allá de la juventud, concepto que entronca con la noción cristiana de la hermosura del alma más allá de la caducidad de la carne.
Algunas obras que se pueden ver en esta exposición raramente han salido de su ubicación habitual, como es el caso de «Triunfo de Job», de la catedral de Notre-Dame de París; la «Inmaculada concepción» del Metropolitan de Nueva York, la «Cleopatra» de la Royal Collection de Londres, «Salomé con la cabeza de San Juan Bautista» y «Magdalena penitente» de la Gallerie Nazionale d’Arte Antica di Roma. Y es la primera vez que «Baso y Ariadna» se expone fuera de la colección privada suiza a la que pertenece.
El Prado aporta también de sus colecciones algunas obras restauradas para la ocasión, como «San Sebastián» (despojado del repinte que ampliaba el paño de pureza que cubría su cuerpo), «Hipómenes y Atalanta» o «Virgen de la silla».
Las pinturas dedicadas a diosas, santas y heroínas de la antigüedad las representó Guido Reni de medio cuerpo para invitar al espectador a una aproximación directa a la obra. En estas mujeres elaboró un lenguaje sugestivo con los juegos de los paños que envuelven el cuerpo sin apenas marcar su anatomía, ropajes que aluden a los tejidos de Bolonia, que era por entonces un gran centro de producción textil.
En los últimos años de su vida Guido Reni experimentó un cambio radical: sus formas se deshicieron, se difuminaron los contornos y se apagó el brillante colorido, dejando numerosas obras inacabadas. El cansancio de la vejez se mezclaba con los problemas económicos derivados de su ludopatía, que le hacían producir rápidamente para poder así afrontar sus deudas de juego.
A lo largo de la exposición figura también una selección de pinturas y esculturas de otros autores que manifiestan las influencias del maestro y las que ejerció en otros creadores de su tiempo.
- TÍTULO. Guido Reni
- LUGAR. Museo del Prado. Madrid
- FECHAS. Hasta el 9 de Julio
Al rescate de Herrera El Mozo
Muy poco conocido popularmente, Francisco de Herrera (Sevilla, 1627-Madrid 1865), llamado El Mozo para distinguirlo de su padre, El Viejo, fue sin embargo uno de los artistas más versátiles del barroco español del siglo diecisiete, un siglo ya en sí muy fecundo en pintores.
Además de pintor, Herrera fue dibujante, grabador, arquitecto, ingeniero y escenógrafo de teatro. Todas estas facetas pueden verse ahora en una exposición en el Museo del Prado bajo el título «Herrera el Mozo y el barroco total», que recupera la figura y la obra de este artista al que se dedica por primera vez en España una exposición monográfica, con más de setenta obras.
Una de las más singulares es el manuscrito de «Los celos hacen estrellas» (la zarzuela más antigua que se conserva, con música de Juan Hidalgo), de Juan Vélez de Guevara, iluminado con las escenografías de Herrera.
Herrera se inició a la pintura en el taller sevillano de su padre, con quien vivió enfrentado toda su vida (no acudió a la boda de su hijo con Juana de Auriolis), y tuvo en esa ciudad amistad con Murillo, más tarde alterada por la competencia que ambos mantenían en relación con encargos de próceres.
Pronto se trasladó a Italia, donde permaneció entre 1648 y 1653, unos años decisivos de formación durante los que se relacionó con los heterodoxos «pintores del dissenso». En Roma recibió las influencias de Bernini y Pietro da Cortona y asimiló el concepto de «barroco total». «El Triunfo de San Hermenegildo» fue una de las pinturas que le dio fama allí, donde era conocido como Il Spagnolo degli Pexe (el español de los peces).
De regreso a Madrid, Juan Chumacero de Sotomayor le encargó el retablo mayor de la iglesia de los carmelitas descalzos de esta ciudad, para el que pintó «El triunfo de San Hermenegildo», una obra admirable que le proporcionó numerosos encargos posteriores.
En Sevilla, donde vivió entre 1655 y 1660, pintó para la catedral «El triunfo del sacramento de la Eucaristía» y el «Éxtasis de San Francisco». De nuevo en Madrid, pinta «El sueño de San José» para el ático del retablo de la capilla de San José de la iglesia del colegio de Santo Tomás
Herrera se especializó en grandes composiciones al fresco, que por desgracia no se conservan, pero fue esta dedicación a la pintura mural la que le otorgó el mayor prestigio y le abrió las puertas a grandes oportunidades de trabajo que culminaron con su nombramiento como pintor del rey y maestro mayor de Obras Reales. Entre las que se perdieron, un conjunto de pinturas para la cúpula de la iglesia del convento de San Agustín de Madrid.
En esta exposición figuran también muchos de sus dibujos, que consideraba como el germen de toda su actividad y a través de los cuales se puede apreciar la evolución de su proceso creativo.
Entre las obras de Herrera El Mozo que se pueden ver en esta exposición figuran «El Triunfo del Sacramento de la Eucaristía», prestado por la Archicofradía Sacramental del Sagrario de Sevilla; «El sueño de San José», de la iglesia de Aldeavieja de Ávila; «Vendedor de Pescado», de la National Gallery de Ottawa (el cuadro que le valió el apodo con el que se le conocía en Italia), «El bautizo del eunuco de la reina Cardace» y «El Cristo camino del Calvario» prestado por el Museo Cerralbo, un cuadro que ardió en 1872 cuando estaba en la iglesia del Antiguo Colegio de Santo Tomás y que se ha restaurado ahora completamente.
En este sentido hay que destacar la labor del museo en la restauración del noventa por ciento de las obras que se exponen, algunas rescatadas de un estado lastimoso. Otras se han sacado por primera vez de las iglesias para las que fueron pintadas
Envidiado por muchos de sus contemporáneos, de aspecto bien parecido, seductor según varios testimonios (se dice que Diego Luque de Beas se inspiró en su persona para el galán de su novela «La dama del Conde-Duque»), Herrera El Mozo influyó en la obra de Juan Carreño de Miranda, Francisco Rizi y Claudio Coello.
Es notorio su legado, no solo como pintor y dibujante, sino también como escenógrafo de obras de teatro (era amigo de Calderón de la Barca), muchas de ellas encargadas por Paolo Giordano Orsini para ser representadas en el Salón Dorado del Real Alcázar, actividad esta última de la que se han reconstruido varias para esta exposición.
- TÍTULO. Herrera el Mozo y el Barroco total
- LUGAR. Museo del Prado
- FECHAS. Hasta el 30 de Julio