El pensamiento binario tradicional se caracteriza por presentarse en términos opuestos y absolutos: mal versus bien, éxito o fracaso, masculino versus femenino, ciencia y pseudociencia, lo humano contra lo artificial, puro e impuro, macroeconomía versus microeconomía, todo o nada.
Una estructura mental que simplifica de manera extrema las decisiones y reduce la complejidad solo a dos opciones, únicas, que nos sitúan frente a una disyuntiva.
En efecto, una posición donde se tiene una visión acotada de la realidad, ya que no existen los matices y se ignoran las complejidades. Entre el blanco y el negro, no existiría la escala de grises. Para la psicología, el sesgo binario es una distorsión de nuestra manera de pensar y de percibir la realidad.
En política, se pertenece a la izquierda o a la derecha, y se ignora las tesituras intermedias, cuando no se las estigmatiza.
También la historia y la mitología (la evidencia y la simbología), serían dos formas opuestas de contar el pasado, a mi entender ambas muy necesarias, pero no es frecuente que se combinen en nuestra cultura Occidental, aunque sí en algunas culturas originarias de África y también de Latinoamérica.
La reescritura de la historia en la región constituye una obsesión y en ocasiones un hecho más bien grotesco. En lo que atañe a la mitología, hay dos mitos, entre otros, que considero extrapolables al mundo actual, como el de Procusto, aquel posadero que obligaba a los huéspedes a encajar en la cama, estirándolos o cortándolos (simboliza el ajuste a normas por medio de la coacción o la violencia), y el de Sísifo, donde el rey condenado por los dioses, debe empujar una roca cuesta arriba solo para verla rodar de nuevo hacia abajo cada vez que esta se aproxima a la cima, en una tarea infinita e inútil (metáfora que interpreta la condición humana y búsqueda de sentido en un mundo absurdo, según Albert Camus).
La oposición ideológica y cultural en la Argentina se expresó desde Sarmiento en la fórmula decimonónica, «civilización o barbarie», que caló muy hondo e incluso llega hasta nuestros días revitalizada.
En verdad, es la idea de lo salvaje o lo bárbaro versus la civilización, considerada siempre europea. La literatura invierte el poder en esa narración, o sea el poder es de quien narra, así como en la normativa legal, política, religiosa o moral, lo es de quien crea la norma. Está claro que, según quien tiene la palabra, ya sea la civilización o la barbarie, allí reside el poder de narrar.
Lo curioso es que la historia de África habría comenzado cuando llegaron los primeros europeos, y algo similar sucedió con el continente americano (no solo con la América Latina).
Pues bien, para los colonizadores, antes existía un vacío cultural, ya que no habría pensamiento ni memoria, incluso algunos llegaron a considerar que sus pobladores nativos no merecían el status de seres humanos…
Y no es un dato menor que destacados intelectuales llegaron a ignorar el valor de las culturas precolombinas, por caso un escritor como Jorge Luis Borges. De todas maneras, esas teorías vienen refutándose por los que son conscientes de sus verdaderos orígenes.
Sin entrar de lleno en el tema de aquellas personas que no necesariamente se identifican con los géneros masculino o femenino, tema candente en la concepción binaria de género, donde el activismo impresiona cada vez más fuerte, la realidad es que la percepción que tiene el individuo de sí mismo no puede ignorarse, guste o no.
Como ser, en la Argentina, el gobierno anterior, sobre las «identidades autopercibidas» dispuso el DNI y el pasaporte no binario (fue el primer país en dar ese paso), pero hace unos meses, Javier Milei emitió un decreto de necesidad y urgencia para modificar la Ley de Identidad de Género.
El mexicano Enrique Krause, sostiene que fascistas, comunistas y populistas creen ser puros e intentan imponerse sobre los impuros. En efecto, un delirio personal que conduce a delirios colectivos con terribles resultados.
Él dice que estos redentores políticos, lejos de lograr la salvación de sus pueblos, procuran hacer esclavos, porque están imbuidos de la pasión de poder.
Coincido con Krause cuando manifiesta que, «la vida no se purifica: se mejora». Y para ello está el diálogo, la tolerancia, la libertad y la responsabilidad (su contrapeso), las instituciones democráticas, las leyes justas, pero mucho cuidado con la «ética absoluta».
El pensamiento binario no solo está fuertemente afincado en América Latina. Bástenos comprobar cómo el discurso de odio, implementado sobre todo desde el poder, ha ganado terreno en otros países desarrollados que tenían una cierta tolerancia.
Mediante la comunicación, ya sea oral o escrita, se discrimina o agrede a personas o grupos por pertenecer a una raza determinada, religión, ideología, orientación sexual; y esta conducta termina amenazando la paz social.
Una narrativa que apunta a las emociones, pues, mediante imágenes, símbolos, gestos, fake news, audios y videos trucados con inteligencia artificial (deepfakes), se procura despertar el miedo o incluso la intimidación para propagar un sentimiento malsano y hostil como el odio. El peligro es que en sus manifestaciones extremas, se pierdan vidas humanas.
En fin, el pensamiento binario, también llamado sesgo dicotómico, encierra una trampa, porque limita opciones, experiencias, y se opone a una visión integral de cómo las personas y las situaciones pueden funcionar juntas, sin divisiones innecesarias ni tampoco desconexiones.
Claro que para combatir lo perjudicial de este pensamiento, es necesario ser receptivo a diferentes puntos de vista, es decir, tener una mente abierta.