La National Gallery de Londres, uno de los museos más visitados en vida por Lucian Freud (1922-2011), organizó el año pasado la retrospectiva más amplia sobre el pintor británico nacido en Berlín, nieto favorito, según dicen, de su abuelo Sigmund. De este modo Londres conmemoraba el primer centenario de su nacimiento.
Esta misma exposición se muestra ahora en el museo Thyssen Bornemisza de Madrid, ciudad que Freud también visitó con frecuencia para admirar a los grandes maestros del Prado.
El Thyssen es el único museo español que tiene en su colección obras de Freud, un total de cinco, la última, un retrato del barón Thyssen Bornemisza donado por su hija Francesca. El barón mantuvo además amistad con el pintor y posó en su estudio para ese y para otro retrato.
Contemporáneo de las tendencias abstractas y conceptuales dominantes que se desarrollaban a su alrededor, Lucian Freud mantuvo desde sus orígenes una línea independiente, fiel al arte figurativo y a la representación del cuerpo humano.
El orden temático y cronológico de esta exposición permite observar la evolución de la obra de Freud desde sus inicios hasta los primeros años del siglo veintiuno. En los años cuarenta, las figuras representadas por Freud, siempre frontales y hieráticas, de gran intensidad emocional, adoptaban un aire neorromántico y surrealista y solían tener sus manos ocupadas con objetos y atributos. El retrato de su primera mujer, Kitty Garman, «Muchacha con rosas», pintado en 1947, es un buen ejemplo de esta obra temprana.
Esta etapa termina con figuras tensas en escenarios inquietantes como «Habitación de hotel» o «Muchacha en la cama» y «Muchacha con vestido verde», retratos de su segunda mujer Caroline Blackwood. Curiosamente, hasta entonces Lucian Freud siempre pintaba sentado delante del caballete.
Cuando comienza su segunda etapa decide pintar de pie, moviéndose alrededor de sus modelos y acercándose a ellos para apreciar los más mínimos detalles de su cuerpo. En esta época pinta muchos autorretratos (algunos deliberadamente inacabados) en tomas inéditas como contrapicados, ayudándose de espejos como recurso pictórico («Reflejo con dos niños»).
Además de autorretratos acudía a su entorno más próximo (familiares, amigos, amantes) ante los que decía sentirse más libre: June, su tercera mujer (aún se casaría una cuarta vez con la pintora y escritora Celia Paul), sus hijas Bella y Esther, el pintor Michael Andrews o la pareja de artistas formada por Angus Cook y Cerith Wyn Evans («Dos hombres»). De este modo reflejaba mejor la intimidad, el cariño, la amistad o el afecto, sin llegar al erotismo explícito.
En esa época los retratos de Freud siguen la tradición de Rubens y Velázquez, con modelos en actitudes introspectivas, sentados, con las manos apoyadas en los brazos de los sillones. A esta serie pertenece el retrato citado del barón Thyssen-Bornemisza y los de la reina Isabel II, Frank Auerbach, David Hockney, Jacob Rothschild… muchos de ellos hechos por encargo a cambio de altos emolumentos, que Freud necesitaba para cubrir sus excéntricos gastos.
En la etapa que se inicia en los años ochenta Lucian Freud utiliza su taller como escenario y tema de su pintura. El mobiliario, las paredes, la tarima del suelo o los útiles están en cuadros como «Gran interior» y «Tarde en el estudio». Una serie de fotografías que cierran la exposición, tomadas por su ayudante David Dawson, complementa esta relación de Freud con su estudio y muestra la evolución del proceso pictórico de algunas de sus obras.
A pesar de que sus primeros desnudos se registran en los años sesenta, la obra más conocida de Lucian Freud y aquella por la que se le identifica con más frecuencia son los monumentales desnudos de los años noventa y 2000, de cuerpos decadentes y deformes en posturas insólitas y anatomías exageradas, que reflejan la vulnerabilidad de la carne a la edad y al paso del tiempo, una carne de texturas táctiles y colores que moldean la piel de sus modelos.
Es una visión despiadada y poco complaciente de los desnudos, muy diferentes a los que estamos acostumbrados a ver en Rubens, Tiziano, Sorolla o incluso Bacon. Para conseguir los efectos de plasticidad que buscaba sometía a sus modelos a largas sesiones de posado que a veces se prolongaban durante meses. Otro de los temas de Freud, repetido en numerosos cuadros, es el de los animales, sobre todo los perros, por los que sentía verdadera pasión («Retrato doble»).
Lucian Freud tuvo desde sus inicios mucha suerte con los mercados del arte y sus cuadros se cotizaron siempre al alza y más después de su muerte. En una de las últimas subastas de Christie’s su obra «Large interior, W11 (after Wateau)» superó los 86 millones de dólares.
- TÍTULO. Lucian Freud. Nuevas perspectivas
- LUGAR. Museo Thyssen Bornemisza. Madrid
- FECHA. Hasta el 18 de junio