Activista y luchadora, Ana María Pérez del Campo nunca ha querido entrar en política, porque prefiere estar de la mano de las que sufren las consecuencias del machismo. A sus ochenta y cuatro años desprende fuerza, vitalidad y la seguridad de querer convencer con argumentos y no por la fuerza. Pionera en la consecución de derechos para las mujeres en nuestro país, seguirá exigiendo la igualdad entre hombres y mujeres y luchando contra el mayor enemigo de las mujeres, el silencio, hasta que pueda tenerse en pie.
No puede olvidar a Mabel Pérez Serrano cuando le preguntamos por sus inicios en la lucha feminista, allá por 1972. Ambas propiciaron que el gobierno franquista legalizara la primera asociación de mujeres que no eran viudas de guerra, amas de casa o afines al bando nacional, aclara Ana María. Porque hasta entonces, “no había más”.
A principios de los años setenta todavía se luchaba contra el régimen desde la clandestinidad. Y poco tiempo después de ser legalizadas, ellas volvieron a engrosar también ese activismo en la sombra. El régimen franquista se dio cuenta del engaño y de las mujeres que estaban detrás de esa asociación. Su semblante cambia cuando recuerda, en alto, que el pecado más grande que se ha tenido con las mujeres ha sido silenciar su lucha por conseguir una democracia auténtica.
Con la iglesia hemos topado
Recuerda divertida -ahora es capaz de hacerlo- cómo fueron a buscar mujeres pantalla para crear la asociación, porque ni Mabel ni ella podían estar al frente. Se les ocurrió buscar efectivos entre mujeres que acudían a cursillos de cristiandad, donde había un montón de señoras abandonadas por sus maridos. Y allí fueron, cuenta Ana María. Todas estaban separadas por el Tribunal Eclesiástico. La Iglesia, y no el Estado, tenía entonces la competencia jurídica en materia de familia, y ralentizaba las sentencias de separación. Ella tardó nueve años en obtenerla. La Iglesia Católica española tenía la teoría de que yendo despacio con el papeleo, las mujeres se arrepentirían y los matrimonios se recompondrían, recuerda.
Pionera en todas las cuestiones que tienen que ver con la injusticia hacia las mujeres, uno de los logros de la Federación Nacional de Mujeres Separadas y Divorciadas, que preside desde hace años, fue conseguir retirar a la Iglesia Católica las competencias en materia de familia y que las asumiese el Estado. Un Estado que venía de 40 años de dictadura franquista, con cuadros jurídicos y judiciales nacidos y educados en el régimen, y en connivencia con la Iglesia. No había juezas, luego sí, pero no todas han tenido la idea clara de por qué había una discriminación que consumaba la desigualdad, relata.
Una feminista nunca es enemiga de los hombres. Lo que quiere el feminismo es alcanzar la igualdad entre seres humanos, hombres y mujeres
Ana María Pérez del Campo, Presidenta de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas
Recuperación Integral
En su época supuso una tabla de salvación para mujeres maltratadas y levantó muchas ampollas entre los maltratadores. Era el primer centro de recuperación integral para mujeres maltratadas y lo crea la Federación, con Ana María a la cabeza. El centro se concibe porque “hay que recuperar a la mujer que ha sido sometida a la violencia”. Necesita, no solo separarse de su marido, sino volver a encontrar su identidad, una identidad que ha perdido a través de la violencia. “La ha perdido o no la ha tenido nunca, porque la violencia sobre ella empezó cuando era pequeña”, explica.
La experiencia que le da ver a diario a mujeres víctimas de violencia machista reafirma su convencimiento en transmitir a aquellas que piensan en separarse, y que se dicen a sí mismas que no lo hacen por sus hijos, que es precisamente por eso por lo que deben separarse. Por lo que sufren ellas, pero sobre todo por sus hijos, porque la violencia condiciona siempre la vida de niños y niñas.
El trabajo del centro, cuya localización entonces se mantenía en riguroso secreto, “para evitar ser atacado”, es un trabajo efectivo pero no conocido. “No hemos estado luchando para ser conocidas, sino para todo lo contrario. Lo hemos hecho para que las mujeres pudieran recuperarse sin ser perseguidas”.
Vivir sin tener vida
La Federación que preside Ana María fue también la que forzó a los gobiernos a contabilizar a las mujeres asesinadas en España. Lo intentaron en varias ocasiones, pero como no obtenían respuesta, comenzaron a hacerlo ellas. Tuvieron que esperar tres años más hasta que el Estado empezó a tener registros, arrastrado, porque era una organización no gubernamental la que cifraba el número de víctimas para los medios de comunicación y la opinión pública. Las mujeres asesinadas por violencia machista aumentaban cada año y así se visualizaba. Aún con esto, Ana María insiste en que el problema de la muerte es muy duro, pero más duro aún es vivir sin tener vida. Y eso es lo que hacían los verdugos, sus parejas, los agresores, los hombre con las mujeres y con muchos de sus hijos e hijas, de los niños y niñas que sufrían violencia machista.
La situación va cambiando. Hay muchos hombres que ya entienden el problema, pero no todos. Muchos saben que el feminismo no va contra ellos. Otros lo intentan instrumentalizar para volverlo contra las mujeres. “Yo jamás lucharía por el quítate tú para que me ponga yo”, dice Ana María. Recuerda que podía haber engrosado la lista de algún partido cuando hubiese querido porque, en esa época, no había mujeres para entrar en política, y las que había eran «seguidistas» de sus hombres.
No quiso entrar en el juego porque tenía que estar pegada a las víctimas, junto a ellas. Para esta mujer, una de las cosas importantes es que “no se puede hablar de memoria, hay que hablar por conocimiento”. Niega con la cabeza cuando escucha que el gobierno de turno anuncia que se van a hacer casas de acogida. “Lo que hay que hacer es erradicar la violencia, y erradicarla es entrar en la educación. La educación es fundamental, es la educación en igualdad donde los niños y las niñas se tengan por iguales desde la infancia y donde luchen por cosas semejantes”.
El feminismo es igualdad
Es tajante. Lo repite mirando a los ojos. “Nunca el feminismo será la guerra contra los hombres. El feminismo siempre ha sido y será la igualdad entre hombres y mujeres”. Recalca que igualdad no quiere decir ser idénticos. “Claro que somos diferentes, no solo físicamente, sino mentalmente. Hay hombres inteligentes y torpes, mujeres inteligentes y torpes. Hay mujeres que piensan de una forma y de otra. Nunca equiparemos la igualdad con ser idénticos. Ninguna mujer quiere ser idéntica a un hombre”.
Cuando comentamos que las cifras de asesinatos ponen los pelos de punta, asegura que la única forma de acabar con la violencia machista es transformar la sociedad. Quien tiene el poder es el que impone, y el poder hasta ahora lo han tenido y lo siguen teniendo: los hombres. La mujer puede ser ministra, pero en España no se ha visto ninguna mujer presidenta del gobierno.
Se ha avanzado muchísimo, e ilustra su afirmación con su propio ejemplo. Pudo estudiar hasta terminar Bachillerato, pero no la permitieron ir a la universidad. Tuvo que esperar a separarse de su marido para cursar sus estudios universitarios. Cree necesario recordar que las mujeres, hasta no hace mucho, no podían ocupar cargos de responsabilidad, no tenían derecho a ser juezas, ni médicas, ni ingenieras.
“Las mujeres necesitamos la posibilidad de intervenir de forma eficaz, no solamente en un centro de recuperación integral para mujeres maltratadas, que ya han sido maltratadas, sino para las que todavía no han sido maltratadas”, asegura, y recuerda que es absolutamente fundamental entrar en la educación, no solo de los modales, sino también de las ideas, para explicar que los hombres y las mujeres no son diferentes.
Esto no se está haciendo. Ana María alerta de algo controvertido desde hace años, el lenguaje para definir profesiones. Llamar médica, arquitecta, ingeniera es importante para ella. No es una tontería como quieren hacer creer, ni un simple problema de lenguaje, porque la titulación define a la persona. El lenguaje está transmitiendo lo que realmente considera la sociedad de aquella persona a la que se dirige. El lenguaje no sexista es muy importante.
El mayor enemigo
Su cara se ensombrece cuando habla del “momento malísimo y muy peligroso que vive nuestro país”. Para ella la ideología de extrema derecha ha entrado en la democracia, para acabar con la democracia. Y las mujeres lo están sufriendo desde el primer momento, cuando se llama a acabar con lo que denominan chiringuitos de las mujeres.
Recobra su fuerza para decir que está convencida de que todo el mundo sabe que las mujeres no están haciendo chiringuitos. “Estamos haciendo reclamaciones sociales justas a las que tenemos derechos. Y estamos haciéndolo desde que el mundo es mundo. No creo que las mujeres hayan querido nunca ocupar el papel de plañidera. Ese papel es el que nos concedieron: el papel de plañidera, de cuidadora, el de ser una buena mujer, el de acompañante, y si es posible colocándonos apartadas a un lado, discretas”.
La reflexión al hilo de esta última frase es muy pensada y repetida, con la nostalgia de la maestra que muchas veces siente que no se la escucha: “El mayor enemigo de las mujeres es el silencio. Callarse ante la injusticia es lo que las condena a estar en la posición denigrante que aún ocupan.”
Las mujeres saben que están en peligro, pero nunca piensan que lo siguiente es la muerte, y siempre están dispuestas a perdonar. Porque en su educación les han inculcado que ellas son las que tienen que perdonar, consentir, tolerar y permitir lo intolerable.
Otra de las iniciativas que encabezó Ana María se remonta a 1974. “Para que los hombres se dieran cuenta de lo que nos hacían y que ellos llamaban piropos, aunque en realidad eran burradas, nos juntamos un grupo de mujeres y les hicimos lo mismo”. Pensaron que la única forma de que entendieran que estaba mal lo que hacían era que lo padeciesen. “Salimos en grupos de tres a piropear a los hombres y lo hicimos como ellos lo hacían. Con este experimento veías al hombre encogerse y nosotras seguíamos y les decíamos pero ¡qué pasa! Cuando ya estaban desquiciados de oír tonterías les decíamos: molesta ¿verdad? pues no lo hagas”. Recuerda que fue un buen trabajo, que tuvo mucha repercusión y sirvió para que muchos hombres se dieran cuenta de que las burradas que decían no podían ser nunca gratas para las mujeres.
Me quito el sombrero
Otro aspecto que está cambiando son los comentarios que hacen los hombres, afortunadamente no todos los hombres, que chuleaban metiéndose con las mujeres, menosprecios, insultos, etc. Para seguir erradicando esas actitudes, vuelve a su idea fuerza: la educación. Las madres, nos recuerda, decían a las niñas insistentemente; “no provoques a tu hermano, no provoques a los chicos”, a pesar de que siempre la que padecía las consecuencias era ella. Sin embargo, a las mujeres nos hacían ver que las causantes también eramos nosotras, porque eramos la provocadoras.
Hoy hay que decir que cada vez más hombres se enfrentan a otros por maltratar a mujeres, incluso a riesgo de su integridad. “Me quito el sombrero ante esas actitudes. Me quito el sombrero cuando tengo 84 años, pero llevo luchando desde que tengo 26 para poder quitarme el sombrero por esto”.
Siempre al lado de las mujeres que sufren Ana María Pérez del Campo, Pdta. de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas
Ana María pide que todo el mundo tenga claro que cuando pegan a una mujer “te están pegando a ti, hombre que consientes, a ti hombre que lo haces, a ti hombre que miras para otro lado, a ti hombre que dices que ellas provocan, a ti hombre que tienes hijas y que jamás consentirías que las tocasen”.
Insiste en que es muy importante que sepamos que no se puede hablar de democracia si no hay respeto mutuo entre quienes dicen que han creado una democracia. Para Ana María, la democracia es respeto, es consideración, nunca es insulto, es convencer. El que insulta lo hace porque carece de argumentos. “Es inconcebible en una España que ha tenido 40 años de dictadura que a estas alturas hayamos sido capaces de poner a la extrema derecha en el poder y compartir el poder con ella”.
Explica el aumento de la extrema derecha argumentado que el engaño es fácil. Asegura que si la gente se detuviera a pensar no se matarían entre si. Tiene muy claro que si las mujeres hubiesen dirigido el camino de las sociedades, habría habido menos guerras. Para Ana María, lo importante es convencer, no vencer: “Quiero pensar contigo y pensando contigo llegar a conclusiones comunes”, propone como fórmula.
8 de marzo. Se acabó lo que se daba
Hay que mandar un mensaje de concordia, pero sobre todo de justicia, continúa. El que maltrata, el que insulta, el que golpea, el que se impone, no puede gobernar un país de gente racional. Es la irracionalidad hecha poder. “Yo no pretendo imponer lo que creo, pretendo convencer sobre lo que creo, porque considero que es una obligación ir por el camino de la felicidad y el entendimiento”.
Para esta luchadora, hablar del 8 de Marzo es hablar del día en el que las mujeres festejan los avances que se van consiguiendo. Pero sobre todo, este 8 de Marzo, a estas alturas, es el “se acabó lo que se daba. O somos iguales o no podemos hablar de democracia, ni de raza humana. O somos iguales o no podemos hablar de humanidad”. A sus 84 años estará como cada 8 de Marzo junto a las que sufren, en la calle, ofreciendo su ayuda y su experiencia para intentar erradicar esta resistente lacra social.
Biografías como la de Ana María Pérez del campo son las que han permitido alcanzar hoy a los españoles cotas de libertad personal y colectiva impensables hace cincuenta años .
Uno de los articulos más claros y explicativos de lo que es, no es y de lo que se está intentando hacer con las reivindicaciones históricas del feminismo.