Estreno absoluto en vísperas de la clausura de la Suma Flamenca 2024 en la sala Roja de los Teatros del Canal. La sala compacta, ya se vive algo diferente antes de que salga a escena el protagonista del concierto, Israel Fernández, cantaor de Toledo, hoy jerezano de pleno derecho porque va a volcar toda su alma en El Gallo Azul, para los que no lo sepan, lugar de encuentro en Jerez a principios del siglo veinte de grandes figuras del flamenco.
Y para ello solo podía rodearse de jerezanos con profunda alma flamenca. El guitarrista Diego del Morao, hijo de Moraíto Chico, nieto de Manuel Morao y por mérito propio guitarrista flamenco de excepción. Si hay una guitarra que llegue al alma, anoche dio una lección magistral, en el acompañamiento y en el concierto solista.
Ané Carrasco en la percusión, otro artista con historia y saga a sus espaldas. Y al compás Marcos Carpio, otro apellido histórico en el triángulo mágico y Pirulo, Angel Moreno Peña, ahijado de Moraíto Chico. Todos ellos gitanos con pedigrí artístico del barrio de Santiago de Jerez y nada menos que de la Calle Nueva.
La voz prodigiosa de Israel Fernández al servicio de aquellos nombres míticos en la historia jerezana del cante que frecuentaron El Gallo Azul. Manuel Torre, Antonio Chacón, Juanito Mojama, Isabelita de Jerez, La Pompi, El Gloria y Sernita, entre otros. Los tres barrios flamencos de Jerez están ahí, Santiago, San Miguel y la Albarizuela. Allí los invocó y convocó Israel Fernández y allí estuvieron.
Todos los palos históricos de Jerez, la toná, el martinete, la soleá y la soleá por bulerías, los tientos, la seguiriya con sus fatiguitas y al final las bulerías,¡ay que viene la bulería! Las gañanías y las fraguas, pura historia del cante de Jerez, los patios de vecinos donde se fraguaron los cantes de gitanos, al parecer respetados por los señoritos en tiempos de exclusión étnica, porque eran excelente mano de obra por salario miserable.
No sé si se libraron de la persecución del Marqués de la Ensenada, nadie me lo dice, puede que sí, pero de lo que no se libraron, cuando pidieron humildemente una mejora de sus miserables jornales en 1923, fue de aquella tremenda persecución de la guardia civil, que contó como nadie Federico García Lorca en su Romance de la Guardia Civil Española, que culmina esa obra poética única, el Romancero Gitano, en el que tuvo triste protagonismo Pedro Domecq.
Todo eso estuvo en los cantes de Israel Fernández y en la guitarra prodigiosa de Diego del Morao, en los distintos cuadros conmemorativos de la historia que montaron en la escena, llegando al culmen de la emoción, casi del llanto, cuando se sentaron cantaor, palmeros y percusionista a una mesa de El Gallo Azul, apiñaítos, de fragua y compás sobre la mesa, como entonces.
Los silencios «de misa» en la sala Roja se alternaban con los aplausos rotos de emoción en esa sala compacta como nunca la había sentido –porque era cuestión de sentir- en ese concierto diferente a todos los conciertos, incluidos los de Israel Fernández, en una fecha que parecía hecha para recordar y convocar la presencia de aquellos cantaores: 2 de noviembre, festividad de los Fieles Difuntos.
Y cuando todo acabó, cuando ya hacían todos un festero mutis por el foro, llegó el gran aplauso, unánime, cerrado, compacto, emocionante, desde lo profundo del alma de los que llenábamos la sala Roja. Un aplauso que fue diferente a todos los aplausos, tan diferente por ejemplo cercano, al de la noche anterior a la compañía de Marco Flores tras su Tierra Virgen.
Un aplauso a Jerez, a su historia, a Manuel Torre, a Antonio Chacón, a Juanito Mojama, a Isabelita de Jerez, a La Pompi, a El Gloria a Sernita y a tantos otros, a los barrios flamencos de Jerez, a las gañanías, a las fraguas, a los patios de vecinos, a toda una historia que Israel Fernández, Diego del Morao, Ané Carrasco, Pirulo y Marcos Carpio pusieron en escena, en un lugar tan emblemático como El Gallo Azul, en una noche de los Fieles Difuntos.
En resumen, el color especial de Jerez redivivo.