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«El Beso de Klimt», un documental imprescindible

«A cada época su Arte y al Arte su libertad»

En 2012, para conmemorar el 150 aniversario del nacimiento de Gustave Klimt, los museos vieneses, y entre ellos el Museo Belvedere donde estuvo expuesto «El beso», presentaron una mirada bastante completa del pintor austriaco, analizando las diferentes etapas de su obra y desvelando facetas desconocidas del personaje «con una innegable dosis de kitsch».

«El beso de Klimt» («Klimt and the Kiss), el nuevo documental de la serie Exhibition On Screen (Arte en pantalla) dirigido por la realizadora británica Ali Ray («Frida Khalo», «Mary Cassatt – Pintando a la mujer moderna») descubre la vida del autor y enfrenta diferentes interpretaciones sobre uno de los cuadros más famosos del mundo.

«El Beso» de Gustave Klimt -«el icono de una era» en opinión de uno de los expertos intérpretes del movimiento Secesionista que triunfó en Viena a caballo entre los siglos diecinueve y veinte- es una de las pinturas más reconocidas y reproducidas del mundo.

Pintada en Viena alrededor de 1908, la evocadora imagen de una enigmática pareja abrazándose ha cautivado a los espectadores con su misterio, sensualidad y materiales deslumbrantes desde su creación. Pero, ¿qué hay detrás de la obra y quién fue el artista que la creó?

Distintos expertos, en su mayoría pertenecientes a los departamentos del Museo Belvedere, examinan las circunstancias y las cualidades que hacen del cuadro la obra emblemática en que se ha convertido. Porque también es un documento rico en detalles acerca de la opulenta época del Art Nouveau en Viena en los comienzos del siglo veinte, así como de la «escandalosa» vida del artista creador de esta obra maestra.

El documental «El beso de Klimt[1]» explora detalladamente la profusión de oro, el simbolismo y el erotismo latente en un cuadro que es un estudio minucioso de un momento de la historia europea, cuando el viejo mundo luchaba contra la emergencia de una nueva era.

Empecemos por el principio. «El beso», pintura realizada al óleo sobre tela, 180×180, entre 1907 y 1908, pertenece al movimiento simbolista, con evidentes influencias del arte medieval, los iconos bizantinos y las estampas lacadas japonesas. La pintura es de alguna manera un himno al amor: una pareja central ocupa un espacio donde el oro es como un manto nupcial, tanto en la túnica con motivos geométricos negros y grises del hombre como en el ropaje florido de la mujer; como un símbolo de poder, de eternidad, y también de privilegio. El rostro femenino parece traslucir un sentimiento de abandono, se siente segura en los brazos del hombre, cuyo rostro se ve apenas, que la sujetan con pasión y ternura al mismo tiempo.

«Estos enamorados parecen sacados de un sueño, al margen de la realidad del tiempo que pasa, como si solo existieran ellos y el mundo que les rodea –si es que existe- no pudiera tener ningún impacto directo sobre esta burbuja de un ideal romántico» (Cécile Martel, riseart.com/fr)

En «El beso», como en «Adam y Eva» y otras pinturas de Klimt del mismo periodo, al artista le interesa la diferencia en la representación simbólica del hombre y la mujer: el hombre es más tridimensional, siempre moreno y musculoso, mientras que la mujer es misteriosa, plana, simbólica y estilizada. Lo que busca con estos dibujos es captar la esencia del amor entre un hombre y una mujer.

Hay otras pinturas de Klimt que representan plenamente su etapa dorada, como «Danaé» y «El retrato de Adéle Bloch-Bauer[2]»

Para entender la pintura es necesario conocer al hombre que la creó, sus obsesiones y sus influencias. Gustave Klimt – un hombre que gustaba a las mujeres y al que le gustaban las mujeres- nació en 1862 en Baumgarten, cerca de Viena, hijo de un grabador de oro. Gracias a una beca pudo estudiar pintura en la Escuela de Artes Aplicadas de Viena.

Tras la muerte de su padre y de su hermano Ernst –también pintor, con el que había fundado una comunidad de artistas- el estilo de Gustav, excelente dibujante desde el principio, adquirió un tono más personal (cuadros como «Palas Atenea» y «Nuda Veritas» son el ejemplo del camino que acababa de emprender).

En 1897 Klimt fue fundador y presidente de la Secesión vienesa, una comunidad de artistas cuyo objetivo era separarse de la tradición y acabar con el conservadurismo de la Academia, y que significaría el comienzo de la modernidad artística en Austria.

Klimt nunca se casó pero tenía mujeres para todas las ocasiones: una madre y dos hermanas, con las que vivía, que le daban de comer y le hacían la colada; una aventura intelectual y amorosa de distintas maneras con Emilie Flöge, su cuñada y también musa, quien compartía con sus hermanas un salón de moda que llevaba su nombre, donde vendían alta costura francesa y preciosos vestidos vanguardistas en los que había desaparecido el corsé –la tortura de las mujeres durante el siglo anterior- , y que lucían las mujeres progresistas de clase alta en los retratos que les pintaba Klimt. Hay fotografías de la pareja en un lago, de vacaciones.

También tenía encuentros sexuales esporádicos con todas sus modelos y con las damas retratadas, de los que nacieron varios hijos. Cuando Klimt murió hubo una docena de reclamaciones de paternidad.

La burguesía judía de clase media alta que quería que sus esposas y sus hijas fueran retratadas por Klimt, constituía su principal fuente de ingresos. Pese a que más de media Europa estaba en guerra, en su correspondencia Klimt apenas habla de la guerra mundial, como si no tuviera nada que ver con él: sin embargo, en su cuadro de 1915 sobre la vida y la muerte, la túnica de la muerte es un inmenso cementerio de cruces. Falleció de un derrame cerebral en 1918.

Klimt era famoso por su excentricidad. A menudo se presentaba vistiendo una blusa ancha que llegaba hasta el suelo, y tenía el estudio lleno de gatos, que al parecer le gustaban tanto como las mujeres. Era un seductor notorio.

A quienes consideraron que muchas de sus obras eran pornográficas, les respondió en 1902 pintando «Poissons rouges» (cuyo título original era «A mis críticos» ), un cuadro en el que se ve a una mujer enseñando el culo y mirando por encima del hombro.

Al final del documental, uno de los comentaristas se pregunta hasta qué punto una obra -entre las más admiradas y reproducidas en carteles que se encuentran en las paredes de los dormitorios de tantas y tantas adolescentes de casi todos los países del mundo-, y también entre las más valoradas económicamente, ha sido innovadora, ha tenido alguna influencia en las posteriores escuelas pictóricas.

La respuesta es que muy poca, por no decir ninguna, si tenemos en cuenta que al mismo tiempo que «El beso» se exponía en el Belvedere vienés –que lo compró en 1908-, en Francia se abrían paso el cubismo, el dadaísmo y el fauvismo, y en París se podían contemplar «Las señoritas de Avignon» de Pablo Picasso (1907) y «La Danza» de Matisse (1909), pinturas cuya influencia en las generaciones posteriores es evidentemente mucho mayor.

En vista de lo cual, el documental se pregunta si el arte de Klimt puede considerarse trivial. En respuesta, el historiador cultural Gavin Plumley, defiende al artista y su forma de esbozar el cuerpo humano, alaba su talento de dibujante y dice que, desde ese punto de vista, podemos considerar a Klimt a la misma altura que Caravaggio, e incluso Miguel Angel.

Aunque es evidente que Klimt estaba al tanto de los movimientos citados – y que en su obra se encuentran influencias de Toulouse Lautrec, los retratos de John Singer Sargeant, el simbolista holandés Jan Toroop y la escocesa Margaret MacDonald Mackintosh– su desarrollo personal tiene más que ver con la tradición de los iconos bizantinos, sin ninguna duda en el origen de los fondos a base de hojas de oro, platino y latón de sus cuadros, y con el nuevo simbolismo que constituyó el elemento clave del movimiento de la Secesión vienesa.

Lo peor de Klimt

Buscando información sobre el aniversario he encontrado una curiosidad: El Museo Belvedere hizo un llamamiento, en la red social Facebook, para encontrar «lo peor de Klimt». Recibió 140 objetos que iban desde la foto de un tatuaje a un asiento de WC, pasando por un huevo que se abre y tiene en su interior a los dos personajes de «El beso» dando vueltas mientras suena la canción «Can’t Help Falling in Love» de Elvis Presley.

Con el mismo motivo, por primera vez el museo sacó todo lo que guarda de Klimt, entre otras cosas la máscara mortuoria del artista, su blusa de trabajo y más de cuatrocientas obras, que van desde los comienzos en la Escuela de Bellas Artes hasta las pinturas de sus últimos años.

El director del museo, Wolfgang Kos, señala que con el conjunto de paraguas, plumas y otros objetos vendidos con «el beso» como referencia, «Klimt se ha convertido, de manera póstuma, en una de las mejores agencias de publicidad de Viena».

  1. «El beso de Klimt», excelente documental que no pueden perderse los amantes del arte y la pintura en general, y los muchos admiradores de Klimt en particular (añado que debería, como muchos otros de esta serie de Arte en pantalla, entrar a formar parte de la agenda escolar de segundo grado), se estrena en los cines de Madrid este lunes 25 de noviembre de 2024.
  2. El retrato de esta mujer de la alta sociedad vienesa, más conocido como «La dama de oro» («The woman in gold» ), fue el argumento de la película así titulada –protagonizada por Helen Mirren y Ryan Reynolds– basada en la historia real de Maria Altmann, anciana austríaca de origen judío, refugiada, que vive en Cheviot Hills, Los Ángeles, quien junto con el joven abogado Randy Schoenberg, lucharon contra el gobierno de Austria durante casi una década para reclamar el icónico retrato de su tía Adele Bloch-Bauer, pintado por Gustav Klimt en 1907, robado a sus familiares por los nazis en Viena antes de la Segunda Guerra Mundial, en el periodo conocido como Anschluss.
    Altmann llevó la batalla legal hasta la Corte Suprema de los Estados Unidos, que se pronunció en el caso de la República de Austria vs. Altmann (2004). De acuerdo con informes periodísticos, fue vendido en 135 millones de dólares a Ronald Lauder, propietario de la Neue Galerie de Nueva York, en junio de 2006. La obra se exhibe en la mencionada galería desde julio de 2006.
    Como mujer de un adinerado industrial que hizo su fortuna en la industria azucarera, apoyó las artes, favoreció y promovió la labor de Klimt, Adele Bloch-Bauer se convirtió en la única modelo pintada en dos ocasiones por Klimt. Adele indicó en su testamento que los cuadros de Klimt deberían donarse a la Galería del Estado de Austria.
Periodista, libertaria, atea y sentimental. Llevo más de medio siglo trabajando en prensa escrita, RNE y TVE; ahora en publicaciones digitales. He sido redactora, corresponsal, enviada especial, guionista, presentadora y hasta ahora, la única mujer que había dirigido un diario de ámbito nacional (Liberación). En lo que se está dando en llamar “los otros protagonistas de la transición” (que se materializará en un congreso en febrero de 2017), es un honor haber participado en el equipo de la revista B.I.C.I.C.L.E.T.A (Boletín informativo del colectivo internacionalista de comunicaciones libertarias y ecologistas de trabajadores anarcosindicalistas). Cenetista, Socia fundadora de la Unió de Periodistes del País Valencià, que presidí hasta 1984, y Socia Honoraria de Reporteros sin Fronteras.

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