Se llama Dominique Roques y está en Madrid para presentar su último libro, «El aroma de los bosques», invitado por el Instituto Francés.
Él es francés pero habla «muy bien» el español porque durante una larga temporada vivió en Huelva estudiando el perfume de las jaras, y lo que no domina a la perfección lo suple con la simpatía, uno de sus atractivos.
Eso y el aroma de los bosques, que ahora presenta en España pero que lleva siempre consigo desde aquella primera estancia en nuestro país y que, de eso está seguro, lo acompañará siempre.
Fue en Huelva donde aprendió a valorar el trabajo de hombres y mujeres, que abrazaban las gavillas de jara por obligación y por costumbre, en medio del monte de Huelva y envueltos en aquel calor tórrido del verano andaluz que no les permitía pararse un momento a deleitarse con aquel perfume.
Después siguió con los bosques de sequoias de California, que miden hasta doscientos metros pero que se sustentan unas en otras para no ser tumbadas por el viento, formando impresionantes bóvedas en su santuario…
Es paradójico, comenta al paso, cómo a veces el dinero del petróleo puede proteger santuarios vegetales. Porque los santuarios necesitan protección y esa la da el dinero.
Por esta razón, parece que la situación en el Norte, está controlada, estamos concienciados de la necesidad de sombra aunque sólo sea por supervivencia.
Pero, ¿y en el trópico? En los trópicos, la necesidad de cultivar, en especial cultivos de soja y aceite de palma, da lugar a talas masivas e incendios incontrolados.
Se dejó deslumbrar en el Chaco (Paraguay) por los bosques de guayaco que producen el palosanto y que deben su conservación a ese azul tan intenso que se forma en sus heridas y tiñe de azul la madera. Tanto, que parece milagroso de puro salvífico y cautivador…
Y lo más, lo que más le subyugó por su antigüedad y su belleza, los cedros del Monte Líbano que, como primer desafío a la naturaleza, ya empezaron a ser cortados por Gilgamesh hace cuatro mil años y siguieron durante siglos alimentando con su madera la construcción de los barcos fenicios, los templos egipcios, la armada de los persas Darío y Alejandro, pero que todavía hoy, a pesar de la devastación, se pueden contemplar entre ellos ejemplares de gran majestuosidad «que crecen en una cárcava alimentándose de las rocas».
También relata cómo viajó a Somalia Land, único país donde, junto con sus limítrofes Omán y Yemen, se cultiva el árbol del incienso; y a Borneo, donde fue testigo de las talas masivas en favor del aceite de palma y sentir su desolación de Occidental al contemplar la alegría de los nativos que así podían plantar y ganar mucho dinero.
Y aún así quiere ser optimista, pues, aunque ve que la relación del hombre con el árbol es una lucha encarnizada (primero con el hacha, luego la motosierra y siempre el fuego), piensa que los árboles de los bosques que él estudia tienen una vida mucho más larga que la de los hombres y que el hombre puede cambiar el curso de la historia enseñando a los niños a plantar, a sentir la tierra en sus manos, para que su fragancia inunde el monte y sus habitantes para siempre.
Amén.
- Título: El aroma de los bosques, Autor: Dominique Roques
- Ed. Siruela
- 190 pgs.