Las altas temperaturas, las alertas por incendios y la sequía persistente se han convertido en señales cada vez más visibles de un planeta que necesita cuidado urgente y, frente a esto, la educación no puede quedarse al margen.
En los últimos años, fenómenos extremos como olas de calor, DANA o incendios forestales han dejado de ser excepciones y se han convertido en parte del calendario. El cambio climático ya no es una teoría lejana, sino una realidad que afecta directamente a la infancia y la juventud, tanto a nivel físico como emocional, provocando niveles altos de eco ansiedad.
Cambio climático: una realidad educativa
Hablar de medioambiente ya no puede limitarse a una unidad didáctica de Ciencias Naturales. Hoy más que nunca, es necesario integrar la educación climática como parte transversal del currículo. La UNESCO y entidades como UNICEF o Save the Children llevan años advirtiendo de la necesidad de incluir en la escuela contenidos sobre sostenibilidad, ciudadanía ambiental y gestión de riesgos.
En este sentido, julio, con sus datos alarmantes y su impacto real, se convierte en una oportunidad para abordar el tema desde la experiencia cercana. ¿Qué sienten los más jóvenes al vivir estos episodios? ¿Qué pueden hacer desde su entorno más inmediato?
Educación ambiental que parte de lo vivido
No basta con dar datos o alarmar. Es necesario traducir esa preocupación en acción educativa. Tanto desde el aula como desde casa, se pueden trabajar estrategias que ayuden a:
- Entender los fenómenos meteorológicos extremos con lenguaje adaptado.
- Conectar con el entorno a través de actividades vivenciales, como salidas al medio natural, talleres sobre agua, reciclaje o consumo responsable.
- Fomentar el pensamiento crítico y el compromiso, desde pequeños gestos hasta proyectos escolares más amplios.
Educar para prevenir y actuar
Julio es también el mes de mayor riesgo de incendios forestales. En zonas rurales o cercanas a espacios naturales, es fundamental que los centros educativos participen en programas de prevención, concienciación y respeto por el entorno. Entidades como WWF España promueven campañas escolares centradas en la gestión forestal sostenible y la corresponsabilidad.
Del mismo modo, ante olas de calor, es clave educar sobre hábitos saludables y autocuidados. ¿Cómo protegerse del calor? ¿Qué hacer en situaciones de emergencia? Incluir este tipo de contenidos desde la infancia favorece la autonomía y la seguridad ante cualquier suceso inesperado.
La educación ambiental no es solo transmitir conocimientos: es sembrar conciencia, cuidar del planeta desde el aula y enseñar que cada decisión, por pequeña que parezca, tiene un impacto.
La buena noticia es que cada verano también trae nuevas oportunidades para replantearnos qué tipo de sociedad queremos construir. Y los más jóvenes, si se les acompaña, están más que preparados para liderar ese cambio. El mes de julio puede finalizar con las preguntas más importantes: ¿Cómo cuidamos el agua? ¿Qué significa una sombra en el parque? ¿Qué árboles hay en mi barrio y cómo puedo cuidarlos?
Educar para el planeta no es una moda, es una urgencia pedagógica. Y ahora que el calor nos interpela directamente, puede ser el mejor momento para escucharlo… y actuar.