Farruquito, sin más. Con este título ha conmocionado en Jerez al público del Teatro Villamarta el 26 de febrero. Pasan los años y este artista sigue creciendo, reinventándose, mejorando la perfección, consagrándose como único en su lenguaje.
Parece estar tocado por la gracia de Terpsícore. No hay nada nuevo y todo es nuevo. La danza, la coreografía, la composición en escena de volúmenes y espacios, las luces y las sombras, el sonido, el carisma del personaje que arrastra públicos de cualquier parte del mundo, en España y fuera de España. Es él, Farruquito, no hay ni habrá otro.
Además de su troupe de cantaoras y cantaores de siempre, para esta noche jerezana se hace acompañar de los bailaores Pepe Torres y Karime Amaya que luce muy diferente que en la llamada Jam session de los Teatros del Canal. Tambíen junior, Juan el Moreno que no tiene cumplidos los diez años.
Guitarra y flauta jerezanas, Manuel Valencia y Manuel Parrilla. Bajo a cargo del granaíno Julián Heredia y la gran percusión del trianero Paco Vega, lo más granado de la gitanería artista.
Ha querido repetir, mejorándola, la soleá que ya hizo historia en la película Flamenco, Flamenco de Carlos Saura; palos de siempre, baile de escuela farruca, baile siempre único y renovado de este genio de la danza flamenca. Soleá por bulerías, seguirilla, alegrías, bulerías, zapateado y un fin de fiesta de apoteosis. Nada nuevo y todo nuevo, porque Farruquito siempre está sacando nuevas esencias de su interior, mezclando tradición y nuevas formas, trayendo a escena los mejores momentos de otros espectáculos y sus nuevas creaciones.
Esencia femenina de cante y baile, siempre pura esencia gitana. Lo aprendido en casa, en familia, la improvisación siempre en el origen del flamenco con coreografías de impacto, algo que lleva dentro desde aquel niño que debutó en Broadway a los cinco años.
Nadie como él para coordinar en su espectáculo, con un equilibrio teatral made in Farruquito, todas las épocas del flamenco que él ha vivido, que forman parte de su historia, de su bagaje como bailaor y como músico.
Ahí nos dejó sus inquietudes en forma de arte, con letras, músicas y coreografías diseñadas para este momento, que sin duda tendrá una prolongación mundial. Con él, no existe el acompañamiento. Todos los artistas coprotagonizan de forma coral un concierto, cante, toque, percusión. Dialogan entre ellos, dialogan con el baile. Así se ha hecho este hasta hoy último Farruquito. Hasta hoy, porque hay Farruquito para rato.
Y ese pequeño hombrecito, Juan el Moreno, hijo y continuador de papá, que como papá lleva en los escenarios desde que contaba cinco años. Poco tiempo en escena, porque los niños no trabajan, pero aprenden de papá, de la abuela, de los tíos, desde antes de aprender a gatear. Farruca me dijo hace poco, «este aprendizaje madura». De alguna manera a Juan el Moreno se le está robando una parte de infancia, porque desde su infancia se está construyendo su futuro. Como antes su padre.
Nada nuevo y todo nuevo. Está tocado por la gracia de la musa de la danza. Es un clásico y a su particular manera un vanguardista. Sobre todo es un genio único. Siempre levantará pasiones.
El «Pie de hierro» de Manuel Liñán
Me perdí, no recuerdo bien porqué, el estreno absoluto de Pie de Hierro en la Suma Flamenca. Pero nunca es tarde. El domingo 27 de febrero lo vimos en el Teatro Villamarta de Jerez.
Pie de Hierro, en lugar de una crítica o reseña, merece todo un tratado psicosociológico. Pasemos rápidamente por una puesta coreográfica en escena excelente, de la que supongo tiene algo que decir Alberto Velasco, el asesor de escena de Liñán. Notable la calidad actoral de David Carpio, cantaor y asesor musical. De las palmeras Ana Romero y Tacha González, quienes además hacen algo crucial, atar el tronco y brazos del protagonista; de la guitarra de Juan Campallo y la batería de Jorge Santana. Y por encima de todos los instrumentos, ese violín de Víctor Guadiana, que encoge el alma con su sonido tristísimo en el largo tramo final de la historia.
Pie de Hierro, segundo apellido del padre de Manuel, torero frustrado por un accidente, hubiera querido que su único hijo varón, Manuel, culminase lo que él no pudo hacer. Manuel ha querido con esta obra, realizar el duelo que cree deber a su padre, a quién realmente no debe nada. Y un ejercicio de sanación, es decir una terapia para él mismo, para liberarse de algo que ya está liberado socialmente, gracias a Dios y a la democracia.
Gracias a Dios y a la democracia, somos heterosexuales, homosexuales, bisexuales, transexuales y cualquier otra tendencia sexual libremente, sin problemas, y si a alguien le molesta pues es su problema, por no decir otra cosa. Dice Manuel que ha querido liberarse de tradiciones, entre otras la del flamenco, machista hasta la raíz, cierto, con la que ha mantenido una relación de amor-odio, nada sorprendente. Manuel, puede vivir en libertad, tiene la fortuna de vivir en un tiempo en que todos los sexos pueden vivirse como biológicamente contrastados. Puede vivir en libertad su libertad, aquí ya no hay duelos ni terapias que valgan, aquí, en su caso, solo hay arte, vivido en libertad.
Se entiende la dedicatoria a su padre, vestido de capote grana. Pero no que no le aten, porque las ataduras corporales, en términos de terapias que abarcan el cuerpo y la mente, como la bioenergética del norteamericano Alexander Lowen, atarse significa no sentirse libre. En todo caso, atarse como muestra de un pasado, siempre que luego se desate o deje que lo desaten con la alegría del gozo de la libertad recobrada para siempre. Liñán puede sentirse libre, como persona y como artista, se lo han reconocido en todo el mundo con su ¡Viva!.
Que Pie de Hierro sea una demostración de amor a su padre es maravilloso. Y debería darse cuenta de que en cierto modo ha cumplido su sueño. No ha sido torero, pero es un artista más grande, de mayor duración y trascendencia que lo del arte de Cúchares. Su padre debe estar muy orgulloso de él.
La libertad debe sentirse en el interior, nada tiene que ver con vivir en una ciudad de menor o mayor población, donde le conocen o no le conocen. Lo que importa es que el mundo le conozca tal cual es, le respete y admire como artista. Hablamos de presente y en este presente, es respetado, querido y admirado, gana premios por el arte que crea, que nada tiene que ver con su condición sexua, que vive y debe vivir en plena libertad. Y si se siente bien vestido de mujer, vístase de mujer fuera de la escena, en la vida real. Es tan fácil como aceptarse, decir adiós al rencor, que solo afecta negativamente a quién lo siente.
Pie de Hierro es una gran obra de arte. Los aplausos de ayer durante y al finalizar la representación fueron para esa gran obra de arte, para su creador. Una representación, dice Liñán, sin final fijo. Cada final puede ser diferente. Pues empiece por desatarse. Ya verá qué bien se siente.