Mientras en España nos despedimos de otro verano de temperaturas extremas y paisajes cada vez más secos, en otros rincones del planeta la sequía no es una estación, es una constante.
Países como Somalia, Etiopía, Afganistán o Sudán sufren crisis hídricas prolongadas que afectan directamente a millones de personas. Y aunque desde aquí parezca lejano, la educación tiene el poder de acercar esa realidad a las nuevas generaciones.
Más que una emergencia ambiental
El Informe Mundial sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos 2025 de la UNESCO advierte que una de cada cuatro personas en el mundo vive en zonas con escasez de agua. El impacto del cambio climático está ejerciendo una presión sin precedentes sobre los recursos hídricos. Se estima que alrededor de un cincuenta por ciento de la población mundial experimenta escasez de agua al menos durante parte del año.
Además, aproximadamente una cuarta parte de la población vive en países que sufren niveles extremadamente altos de estrés hídrico, y se prevé que estas cifras aumenten si no se adoptan medidas eficaces de gestión. Las consecuencias no se limitan a la disponibilidad del recurso, sino que también amenazan medios de vida y seguridad alimentaria, entre otros.
Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), más de setecientos millones de personas podrían verse desplazadas por la falta de agua en los próximos años.
Detrás de estos datos hay niñas, niños y adolescentes que caminan kilómetros para acceder a agua potable, que ven limitadas sus posibilidades educativas o que pierden su salud a causa del consumo de agua contaminada.
Educar sobre esta realidad no es generar culpa, sino fomentar la empatía, la conciencia y la acción responsable.
El valor del agua en la educación
A menudo, en nuestras escuelas se da por hecho que el agua «está», sin preguntarnos de dónde viene ni a qué coste. Por eso, el aula puede ser el lugar perfecto para despertar conciencia sobre el valor de este bien común.
Trabajar el agua en clase no solo tiene cabida en Ciencias Naturales: se puede abordar desde la ética, la ciudadanía global, la salud o la educación emocional.
La sequía también puede enseñarse a través de historias reales de infancia en contextos de crisis hídrica, dinámicas participativas sobre consumo responsable, proyectos escolares de ahorro de agua y/o conexiones con campañas de entidades como UNICEF, Intermón Oxfam o Ayuda en Acción.
Educar para agradecer (y no dar por hecho)
La infancia de hoy ha crecido con grifos que se abren solos, fuentes automáticas y duchas largas. Pero enseñar que no todas las realidades son iguales ayuda a formar personas más críticas, compasivas y comprometidas. El objetivo no es crear alarma, sino educar desde la mirada del respeto, la gratitud y el compromiso. La sostenibilidad se enseña desde la experiencia y la emoción, no solo desde la teoría.