Medio mundo permaneció atento durante días a los distintos medios de comunicación esperando conocer el resultado de las elecciones norteamericanas. Y ello, porque estaba en juego el devenir de la próxima persona que gobernará la primera potencia del mundo, la cual va a poder decir mucho, e incluso hacer, en el resto de un planeta cada vez más globalizado. Afortunadamente para muchos millones de personas ese mal sueño llamado Donald Trump ha tocado a su fin, ha pasado a la historia barrido por los votos, al perder las elecciones frente al demócrata Joe Biden.
Se apaga la estela política de ese tipo que podría ser considerado el clásico malo, un a modo de matón de las películas del viejo Far West, del viejo Oeste americano, un tipo entre otras cosas tosco, faltón, mentiroso y de lengua rápida y viperina que se ha conocido al otro lado de Río Grande. A estas horas, posiblemente el todavía inquilino de la Casa Blanca hasta el 20 de enero esté entonando la balada triste de un tramposo, en una despedida que sin lugar a dudas estarán celebrando millones de personas en todo el mundo mientras que él es posible que siga dando palos de golf en su campo privado.
Del presidente todavía en funciones se podrían escribir miles de páginas solamente haciéndose eco de sus twits, su arma arrojadiza preferida, que utiliza a cualquier hora del día o de la noche impartiendo cátedra trumpista, y que tiene millones de fieles seguidores en Estados Unidos, personas que solamente creen en su verdad, la verdad por él revelada.
Ha faltado tanto a la verdad, y en tantas ocasiones, que el periódico The Washington Post ha hecho un seguimiento de sus andanzas y sandeces, diciendo que hasta el 27 de agosto había dicho 22.247 cosas inciertas. Tres de las principales cadenas de televisión norteamericanas cortaron su transmisión en directo mientras Trump hablaba arguyendo que estaba faltando a la verdad sin aportar pruebas sobre el supuesto fraude en las votaciones.
De entre las muchas barbaridades que ha cometido este personaje sin par, una ha sido la de poner en duda el sistema democrático norteamericano al decir sin ningún rubor que su contrincante ha ganado las elecciones haciendo trampas, pidiendo por tanto que se parase de contar los votos emitidos con días de antelación, en un país en el que han votado cien millones de personas por ese sistema.
Se trata de un daño muy grande el que ha hecho a la credibilidad democrática de un país en el que por cierto se decía una y otra vez que rusos, chinos o norcoreanos harían todo lo posible por enturbiar dichas elecciones, cuando a la hora de la verdad ha sido un norteamericano nacido en Nueva York y llamado Donald Trump el que, en términos castizos, la ha liado parda con sus salidas de tono, tosco y faltón.
Este hombre es, entre otras cosas, un político que odia a los perdedores, mientras que siente simpatía por los supremacistas blancos. En sus años de mandato ha habido en su entorno despidos, ceses, dimisiones, no temblándole el pulso ante nada ni ante nadie. Pero por cosas del destino, y porque así lo han querido la mayoría de los ciudadanos norteamericanos, se ha convertido en un perdedor, y además con un mal perder, que es lo más grave.
Negacionista convencido ante la pandemia de la covid que recorre el mundo entero, un zarpazo que él mismo ha sufrido en sus propias carnes, no le dio importancia al asunto desde el principio, y sin embargo a estas alturas dicho covid ha matado ya en Estados Unidos a 230.000 personas y cuando redacto estas líneas hay diez millones de contagiados en dicho país, que por cierto no tienen la atención sanitaria que él tuvo en su día.
Sus apariciones públicas durante los cuatro años de mandato han producido rechazo tanto en la forma como en el fondo en millones de personas de todo el mundo. Faltaba a propios y extraños, se erguía como una especie de dueño y señor del mundo con un eslogan, America Firts, (América primero), que ha llevado hasta las últimas consecuencias en campos como la inmigración, la economía, relación con otros países, política, etcétera.
Balada triste de despedida la de este hombre que odiaba a los perdedores, cuando se ha convertido en el mayor de ellos. Entre tanto, prestemos atención al próximo inquilino de la Casa Blanca, un hombre que con respeto a las formas responde al nombre de Joe Biden.