Julio Cuesta, un misionero burgalés, que lleva trabajando dieciséis años en Filipinas, ha encontrado en un basurero de Manila a varios niños con discapacidad abandonados a su suerte.
Según informa Servimedia, Julio Cuesta es uno de los once mil misioneros españoles por los que Obras Misionales Pontificias (OMP) alza la voz de la jornada del Domund.
El misionero dice que tiene “sólo” 75 años y presume de origen burgalés del partido judicial de Villadiego. Es uno de los once mil misioneros españoles por los que Obras Misionales Pontificias (OMP) alza la voz en la jornada del Domund, cuya tradicional campaña de recaudación se verá dificultada por las medidas para frenar la COVID-19.
Además de los problemas que implica el coronavirus en el ímprobo trabajo de los misioneros españoles desperdigados en decenas de territorios de misión por el mundo, la reducción de aforos en los templos españoles ha empujado a OMP que este año anime a colaborar con la jornada de las misiones de forma virtual a través de ‘www.Omp.es’. El objetivo es, al menos, contribuir a alcanzar los 10,5 millones de euros recaudados en 2019 por OMP España en 2019.
La COVID-19 también se ha sentido en el Cottolengo Filipino, donde este misionero, de la Pequeña Obra de la Divina Providencia fundada por San Luis Orione, trabaja los siete días de la semana. Allí atiende a menores abandonados por sus familias y que tienen distintas discapacidades físicas y psíquicas.
“Son 40 en régimen de internado. Es un centro del tipo del ‘Hogar Don Orione’ de Pozuelo de Alarcón (Madrid), del que se ha hablado mucho en España por ser el lugar elegido por Urdangarín para un servicio de voluntariado fuera de la cárcel, con la diferencia que aquí no tenemos ninguna ayuda del Gobierno”, compara.
“Todos tienen discapacidad intelectual severa y casi la mitad de ellos parálisis cerebral. Tenemos estos casos de discapacidad: síndrome Down, autismo, hiperactividad (algunos de ellos muy difíciles de cuidar), ceguera (cinco niños), hidrocefalia, microcefalia, epilepsia… La gran mayoría no pueden hablar. Todos han sido abandonados por sus familias (en la calle, en hospitales, a la puerta del ‘cottolengo’). Al no hablar, de algunos no sabemos ni su propio nombre, ni la edad”, subraya el religioso.
“El Gobierno filipino no ayuda nada a las familias con hijos con discapacidad. Además, los niños del ‘cottolengo’ necesitan medicinas que son más caras aquí que en España, visitas a especialistas y hospitales y un cuidado continuo, lo que es imposible de soportar para muchísimas familias. No tienen otro remedio que abandonarlos”, lamenta.