Cada 11 de abril se visibiliza el día mundial del Parkinson; una enfermedad que afecta a 150 000 personas en España y va in crescendo.
La comunidad médica segura que, debido al aumento de la esperanza de vida, en treinta años se triplicarán las cifras y la población española, ya mayor, tendrá un problema añadido a la edad.
La enfermedad de Parkinson es degenerativa y progresiva, debida a la pérdida de las neuronas dopaminérgicas de la sustancia negra del mesencéfalo. Sus manifestaciones son: temblor en reposo, rigidez y enlentecimiento de los movimientos, alteraciones en la postura y en la marcha.
Los síntomas parkinsonianos, principalmente el temblor y la bradicinesia, parálisis supranuclear progresiva, degeneración corticobasal, demencia frontotemporal y demencia por cuerpos de Lewy, se observan en el quince por ciento de las personas ancianas y casi en el cincuenta de los mayores de ochenta años; la enfermedad de Parkinson es la causa más frecuente de síntomas parkinsonianos.
En los países industrializados, es la segunda enfermedad neurodegenerativa más frecuente después del Alzheimer, que afecta al uno por ciento de la población mayor de 55 años y al tres por ciento de la mayor de setenta. La edad promedio de inicio son los sesenta años y en el ochenta por ciento, los pacientes desarrollan esta enfermedad entre los cuarenta y los setenta; sólo un cinco por ciento presentan síntomas antes de los cuarenta años. Las personas que desarrollan la enfermedad entre los veintiuno y los cuarenta son diagnosticadas con enfermedad de Parkinson de aparición temprana y de origen genético; el inicio a distintas edades puede limitar su diagnóstico
Las escalas utilizadas para evaluar el estado y la gravedad de la enfermedad de Parkinson son: la escala de los estadios de Hoehn y Yahr y la escala unificada de calificación de la enfermedad de Parkinson (UPDRS).
Aunque todavía no existe un medicamento que detenga la evolución de este padecimiento, el tratamiento actual consiste en mejorar los síntomas mediante: a) la reposición de la dopamina por medio del uso de su precursor (levodopa, L-Dopa), b) la administración de sustancias que aumentan la actividad dopaminérgica al estimular a sus receptores (ropinirol, pramipexol, bromocriptina), y c) la inhibición de las enzimas que destruyen la dopamina como la catecol- O- metiltransferasa (COMT) con la entacapona, y a la monoamino oxidasa tipo B (MAOB) con la selegilina y la rasagilina. Hoy por hoy, el tratamiento quirúrgico únicamente está indicado en aquellos pacientes que no responden bien al farmacológico.
Este trastorno crónico neurodegenerativo de inicio insidioso y de curso prolongado, tiene una mayor incidencia en las personas de edad avanzada; aunque la media de inicio es de 57 años (comienzan los síntomas leves que confunden al paciente). Los cuidados que reciben estos influyen en su calidad de vida y el mayor impacto que reciben es el de ser dependientes de por vida.
Inicialmente, cuando se pauta un tratamiento, el paciente parece que mejora dado que la intervención es multidisciplinar y no solo obedece a las medicinas sino al ejercicio físico, a la nutrición y, sobre todo, al soporte emocional para que este no se derrumbe. Educar en el autocuidado y procurar una vida relativamente normalizada hará que el enfermo no se considere tal, sobre todo en los primeros cinco años de vida.
El primero en describir la enfermedad que lleva su nombre fue James Parkinson, en 1817. Parkinson pensaba que la causa de la enfermedad era una alteración en el funcionamiento de la médula espinal, que podría extenderse al bulbo raquídeo, resaltando que no existía «modificación del intelecto ni de los sentidos».